lunes, 25 de enero de 2010

Cuadernos 78 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (III)

Cementerio de Encinacorba donde reposan los restos de Lagasca.
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Discurso de Doña María Teresa Tellería Jorge, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
Con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
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(III)
En Londres estudia el herbario de Linneo y publica en 1825, en la revista “Ocios de los Españoles Emigrados” sus “Observaciones sobre la familia de las plantas aparasoladas”. Pero toda la preocupación del botánico está en reunir una cantidad de dinero suficiente que le permita llevar consigo a su esposa, Antonia y a sus cuatro hijos: José, Mariano, Juan y Francisco. La ocasión se presenta cuando le ofrecen trabajar en una importante colección de plantas, así logra el dinero suficiente para que su familia viaje a Londres.
Una vez más no soplan buenos tiempos, Lagasca se convence que ya, de un modo irremediable, sus sueños de gloria para la ciencia española se han desvanecido. Pierde a su amigo Clemente y desde la lejanía del exilio escribe una breve pero sentida biografía que publica La Gaceta de Madrid, el 27 de marzo de 1827 y, en Londres, en la revista de Ocios de los Españoles Emigrados en julio de ese mismo año. Asiste como observador, entristecido e impotente, al lastimoso espectáculo que supuso el ver, como algunos de los científicos supervivientes de la Ilustración tiene que ir deshaciéndose, poco a poco, de sus pertenencias para lograr sobrevivir. Se entera así que José pavón, el expedicionario que recorrió Chile y Perú y autor, junto a Hipólito Ruiz, de la Flora Peruviana y Chilensis, ha tenido que vender su herbario a Lambert, para poder así atender a sus necesidades más perentorias y salvar de la muerte a su hijo, perseguido por sus opciones políticas. Poco apoco su precaria salud va minando su vitalidad, el clima de Londres no le es propicio y en 1831 tiene que marchar a la Isla de jersey, donde permanece hasta 1834. Más cerca de la naturaleza vuelve a sus trabajos botánicos y hace un catálogo de las plantas de la isla. Buen conocedor de la agricultura, ayuda a los campesinos a mejorar sus cultivos y en consecuencia sus cosechas de cereales.
El 29 de septiembre de 1833 muere Fernando VII y con la regencia de Mª Cristina le llega la amnistía a finales de octubre de ese mismo año. Todavía permanece unos meses más en Jersey y en agosto de 1834 parte para Londres, de ahí, en su regreso a España, a París, Lión, Aviñón, Monpelier y Barcelona.
Ya en Madrid, unos años después, es repuesto como Director del Real Jardín Botánico. Su salud muy minada le lleva, por consejo de su médico, a Barcelona. Se aloja como invitado del Obispo en el palacio Episcopal donde fallece el 28 de junio de 1839 y es enterrado en el cementerio municipal de Pueblo Nuevo de la Ciudad Condal.
Pero su historia no iba a terminar aquí, ciento cincuenta años después, una mañana de finales de invierno de este 1995, la figura de Don Mariano Lagasca vuelve a hacerse directamente presente en el Real Jardín Botánico. Ese día, se recibe una carta fechada en Barcelona el 6 de marzo. En ella David Vargas Pino, un estudiante de Barcelona, se pone en contacto con nosotros y a través de un escrito entrañable nos hace saber el peligro que corre la tumba del insigne botánico, por impago de unas tasas. En un párrafo de la misma llega a decir, cargado de impotencia: “Yo no puedo hacer mucho, pues soy solo un estudiante que descubrí la situación y pienso que ustedes pueden dirigirse al Instituto Municipal de Pompas Fúnebres y enterarse de la situación (...) Por mi parte -añade David - intentaré escribir a las cartas al director de los diarios barceloneses para hacer público el hecho y si es posible impedir que sea destruida”. Se desencadena así un proceso en el que, el Real Jardín Botánico por un lado y el Justicia de Aragón por otro, hacen todo lo necesario para resolver el problema y hoy, por iniciativa del Justicia, la historia tiene, como no podía ser menos, un final con el merecido homenaje y el definitivo retorno de Mariano Lagasca al pueblo que, una mañana de 1791, le vio partir para Tarragona.
Al principio de esta disertación he declarado mi intención de trazar un esbozo objetivo dela vida de este científico apasionado, solo al final voy a desenmascarar mis verdaderos sentimientos hacia el botánico aragonés. Creo que no sería justa para su memoria si no lo hiciera. Confieso que la figura de Lagasca ha despertado en mi una profunda admiración y, al analizar las razones, creo que han sido su tenacidad y perseverancia –tan propias por otro lado del alma aragonesa- su lealtad, la voluntad inquebrantable con la que supo encarar las condiciones adversas que jalonaron su vida y esa dignidad que le permitió no perder nunca la esperanza en un mañana mejor, lo que de verdad de él me ha cautivado. Me parece que su vida fue todo un ejemplo que lejos de languidecer con el tiempo, se mantiene hoy, ya a las puertas del nuevo milenio, en plena vigencia.
T. M. Tellería
En Madrid a 16 de octubre de 1995

1 comentario:

  1. Me llama la atención que en la página del Cementerio de Pueblo Nuevo, no nombran como personajes ilustres a Don Mariano Lagasca y Segura. Realmente me indigna yo ya conocía de hace tiempo que estaba enterrado en dicho cementerio. Que lástima que sean tan suyos muchos Catalanes, no me extraña lo que esta sucediendo.

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