miércoles, 13 de enero de 2010

Cuadernos 70 Elogio de Lagasca DIEZ

Vista nocturna del mural
*
ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCAY SEGURA
*
1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yánez y Girona
DIEZ
En una de estas excursiones botánicas, en la herborización del mes de julio de 1801 con Clemente y don Donato García, profesor distinguido de Mineralogía en el Museo de Ciencias Naturales, La-Gasca concibió la idea de la Ceres española, o más bien la comunicó a sus compañeros. Enemigos rateros para deprimir su mérito se pusieron en boca de Clemente que la Ceres había sido un pensamiento suyo, concebido durante las peregrinaciones hechas en el Reino de Granada en 1804 y 1805, en las que acopió un gran número de gramíneas y que comunicaba la idea de La-Gasca, este la aprobó y emprendieron su ejecución (véase la Gaceta de Madrid de marzo de 1927).
Clemente había fallecido un mes antes, pero existía un testimonio irrefragable suyo en el primer tomo de la obra de Agricultura de Herrera, adicionada por la Real Sociedad Económica de Madrid y publicada en 1811, en cuya página 71 refiere lo que tengo dicho. Clemente era novicio en 1801 y La-Gasca llevaba ya 7 años de estudios experimentales y tenía reunida en su herbario una gran copia de gramíneas que él mismo había recopilado en los campos y exponía a sus amigos de herborización cuanto tenía visto y observado. En efecto, reconoció desde un principio nuestro consocio que en los herbarios, aunque de suma utilidad por otra parte, los vegetales están desfigurados; que en los jardines botánicos, aun los erigidos con más acierto se presentan las plantas con alteraciones y que es preciso por lo menos estudiarlas en la naturaleza o en los grandes campos respecto de las cultivadas, para reconocerlas con exactitud. La naturaleza fue siempre su primer guía, su principal maestro, el gran libro en que adquirió desde su juventud tan vastos conocimientos. Con tal guía, con este maestro, consultando el libro vivo de la creación no podía extraviarse. Sirva su ejemplo de norma a los que aspiran a la posesión de las Ciencias Naturales e impongan respeto a los que por un resto de nuestra antigua educación, toda metafísica, quieran sondear desde su bufete los arcanos naturales, explicarlos puramente en la pizarra, medirlos con la arbitraria unidad de nuestras abstracciones, y lo que es peor todavía, poner obstáculos y trabas de toda especie a los que, desprendidos de tan añejas como nocivas preocupaciones, elevan su vuelo para contemplar las obras admirables de la Naturaleza, consultarla en todas ellas y seguir sus sencillas inspiraciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario