jueves, 21 de enero de 2010

Cuadernos 76 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (I)


Discurso de M. T. Tellería, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
*
( I )

Excelentísimas autoridades, Señoras y Señores, amigos todos:
Es para mi un honor y un motivo de profunda satisfacción dirigirme a todos ustedes en el día del homenaje que el pueblo de Aragón rinde a su Hijo Don Mariano de Lagasca y Segura con motivo de la inhumación de sus restos mortales en su Encinacorba natal.
Quisiera, en primer lugar, agradecer en nombre del Real Jardín Botánico de Madrid y en el mío propio, al Excmo. Sr. D. Juan Monserrat Mesanza, Justicia de Aragón, la deferencia que para nosotros ha tenido al invitarme a participar, de un modo tan directo, en este entrañable acto.
He de confesar que para mi la figura de Lagasca ha sido un hallazgo personal. Conocía de un modo muy superficial la vida del ilustre botánico y ha sido a raíz de este homenaje cuando he profundizado un poco en su historia y he de admitir que me ha fascinado. He descubierto al botánico, docto, tenaz y apasionado; al discípulo que como mérito preferente sobre todos los demás invocó, a lo largo de su vida para sí, el título de “Alumno Predilecto de su maestro Cavanilles”, he descubierto al padre que en una carta escrita al Duque de Bedford, durante su exilio en Inglaterra, muestra su preocupación por la falta de recursos para atender, a la subsistencia de su familia y a la educación de sus cuatro hijos, he descubierto al liberal convencido que pagó, muy caro, el precio de mantener sus propias ideas y se me ha sido revelado así, poco a poco, la faceta humana de este hombre que en sus 63 años de vida padeció, como el que más, la historia de una época –que va desde el reinado de Carlos IV a finales del XVIII hasta la regencia de María Cristina en la primera mitad del XIX- más llena de sombras que de luces y rica en intrigas, injusticias y persecuciones.
Tenemos una cierta tendencia a mitificar las figuras del pasado y un acto de homenaje como este se presta muy bien a tal exceso, pero voy a procurar no caer en esa tentación, la memoria de Lagasca no lo necesita. Intentaré trazar un esbozo, lo más objetivo posible, de la vida de este científico apasionado; creo que las conclusiones que de ella se extraen son el mejor tributo que podemos rendir a su memoria.
Nace Mariano de Lagasca y Segura el 5 de octubre de 1776 y pasa su infancia y adolescencia aquí en su pueblo natal, Encinacorba. A la edad de 15 años, un día de 1791, parte para Cataluña. La idea de sus padres es que siguiera la carrera eclesiástica y para ello lo envían a Tarragona, a casa del canónigo Antonio Verdejo. Tiene allí ocasión, el joven Mariano, de entablar amistad con el sabio Martí, erudito local y buen conocedor de la botánica, que frecuentaba la casa del canónigo. Pronto descubren Verdejo y Martí que Lagasca no tiene vocación eclesiástica y sí una gran pasión por las ciencias naturales, por lo que le aconsejan que curse la carrera de medicina.
Pasa así a Zaragoza, donde con 19 años estudia primero de medicina, corría el año 1795. De Zaragoza a Valencia y de ahí a Madrid donde llega en el verano de 1801.Su pasión por la botánica le lleva, en este periodo, a recorrer la región levantina y a completar, andando, el trayecto que une Valencia con Madrid para, de este modo, mejor aprovechar el tiempo y herborizar. Reyes Prosper relata, en el apunte biográfico que sobre Lagasca publicó en 1917 de un modo muy elocuente la llegada de éste a la Villa y Corte “rendido de fatiga, con la ropa interior y el traje en completo deterioro, el calzado inservible y sobre los hombros y espalda un enorme paquete que contenía el herbario que formara durante tan penosa herborización”.
En Madrid se presenta en casa de la familia Graells que, apiadándose del muchacho, le proporcionan alojamiento y vestido y lo colocan bajo la protección del Ilustre Médico de Cámara: Don Juan Bautista Soldevilla. Muchos años después, a mediados del siglo que entonces comenzaba y ya muerto Lagasca, un hijo de esa familia, Mariano de la Paz Graells, le sucedería como Director del Real Jardín Botánico. Pero no adelantemos acontecimientos.
Cursa, en Madrid, Lagasca el último años de medicina y asiste a las clases de Botánica que, por aquel entonces, impartía en el Real Jardín su Director: Casimiro Gómez Ortega. Conoce allí a Simón de Rojas Clemente con el que entabla una profunda amistad que duraría toda la vida. Soldevilla, su protector, le presenta al ilustre e influyente Antonio José Cavanilles, excelente botánico y hombre de ciencia, muy bien relacionado en la Corte, por haber sido preceptor de los hijos del Duque del Infantado. Cavanilles se queda entusiasmado dela vocación y conocimientos del joven alumno.
Llega Lagasca al Real Jardín Botánico en uno de sus momentos de más esplendor. La reforma iniciada por los Borbones a su llegada a la Península alcanza su zenit en el reinado de Carlos III. El Jardín Botánico Madrileño se ha convertido en el epicentro de la política reformista ilustrada. Las expediciones a Perú y Chile de Hipólito Ruiz y José Pavón, la de Mutis al Nuevo reino de Granada (actual Colombia), las del jacetano Sessé que junto al mejicano Mocito recorrieron La Nueva España (actual Méjico), la de Cuellar a Filipinas y la de Boldo a Cuba, como integrante de la expedición del Conde de Mopox, son un ejemplo del esplendor de esta época. Pero Lagasca, poco a poco, irá conociendo el triste desenlace de aquel proyecto ilustrado que más que una realidad fue, sobre todo, una ilusión que se quebró con la llegada al trono de Carlos IV.
Pero continuemos con nuestra historia. En 1801 es nombrado Cavanilles, Director del Real Jardín y designa a su discípulo preferido, Lagasca, alumno pensionado del Jardín. Dos años más tarde (1803) es comisionado para recoger plantas y acumular datos con vistas a la confección de una Flora Española, el proyecto que, con el tiempo, se convertiría en el sueño inalcanzado de su vida científica. Recorre así Lagasca el norte de España donde descubre, en el Puerto de Pajares y Colegiata de Arvás, el entonces famosísimo elixir antituberculoso, liquen islándico –de nombre científico Cetraria islandica. De la noticia de tal hallazgo da cuenta la Gaceta de Madrid el 29 de julio de 1803. Durante todo este año recorre Lagasca el norte de España, fundamentalmente Asturias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario