sábado, 30 de enero de 2010

Cuadernos 83 Gigantes de la historia: Palafox y Lagasca

José Rebolledo de Palafox y Melci, duque de Zaragoza (Zaragoza, 1776Madrid, 15 de febrero de 1847), fue un militar español, que participó como capitán durante el sitio de Zaragoza en la Guerra de la Independencia. Por sus ideas liberales tuvo altibajos en su carrera, acabando sus días en Madrid tras la dirección del Panteón de Hombres Ilustres, donde murió en 1847.
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Lagasca nació también en el año 1776. Fue médico militar en la Guerra de la Independencia. De ideas liberales, como Palafox, fue condenado a muerte por Fernando VII y sufrió exilio en Londres. A Palafox se le recuerda por los Sitios de Zaragoza. A Lagasca se le recuerda por su dedicación a la ciencia botánica. Lagasca murió en el 1839, Palafox en 1847. Los dos son figuras destacadísimas de Zaragoza, Aragón, España y Europa.

miércoles, 27 de enero de 2010

Cudernos 82 Publicado en la Crónica del Campo de Cariñena

Placa situada en la casa natal de Mariano Lagasca
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Enero 2010
Recuperar la figura de Mariano Lagasca
Una asociación quiere difundir la figura del botánico
La asociación Cuadernos de Encinacorba quiere impulsar la creación de un centro de interpretación para difundir la figura de Mariano Lagasca. Esta agrupación quiere aprovechar el 175 aniversario de la muerte del destacado botánico, que tendrá lugar en el 2014, para promover la puesta en marcha de este espacio y una serie de iniciativas que permitan dar a conocer el legado del científico. Para ello se han dirigido al ayuntamiento del municipio, la comarca Campo de Cariñena, la Diputación de Zaragoza y el Gobierno de Aragón, con el objetivo de recabar apoyos. "Sabemos que estas cosas llevan tiempo, así que queremos empezar a movernos lo antes posible", indicó Chusé María Cebrián, portavoz del colectivo. Entre otras cuestiones, Cuadernos de Encinacorba quiere que la figura de Lagasca sea incluida en la Exposición de Floricultura de Zaragoza 2014, impulsar una edición crítica de sus obras o promover la creación de una beca de investigación que apoye el desarrollo de una tesis doctoral sobre el botánico. La creación del centro de interpretación, junto al que se levantaría un jardín botánico, es el elemento estrella de esta propuesta.
Por su parte, el alcalde del municipio, Mateo Gasca, manifestó que la idea no se ha empezado a estudiar en profundidad, aunque aseguró que "se puede plantear", y señaló que antes de impulsar un proyecto de estas características "habrá que estudiar su viabilidad, porque la experiencia ha demostrado que los centros de interpretación de esta zona no son nada rentables". Se mostró más partidario de dar protagonismo al jardín botánico por su mayor sostenibilidad, algo que "habrá que ver a largo plazo".

Cuadernos 81 Inhumación según Santiago Cabello

22 DE OCTUBRE DE 1995
DOMINGO
HERALDO DE ARAGÓN
Encinacorba recibió ayer de forma solemne los restos mortales de su hijo, Mariano Lagasca. Los restos de este ilustre botánico aragonés, fallecido hace 156 años en Barcelona, estuvieron a punto de ir a la fosa común del cementerio de Poblenou al no tener herederos que se hiciesen cargo de las tasas de su sepultura. La afortunada intervención de un estudiante que alertó al Jardín Botánico de Madrid y publicó una carta en un diario catalán puso sobre la pista al Justicia de Aragón, quien tras las oportunas gestiones y la colaboración de la Diputación Provincial de Zaragoza ha conseguido que el naturalista repose de nuevo en su localidad natal.
Lagasca ya descansa en Encinacorba


SANTIAGO CABELLO Encinacorba
La localidad zaragozana de Encinacorba lució ayer sus mejores galas para recibir los restos mortales del ilustre botánico hijo del pueblo, Mariano Lagasca. A punto de que sus restos mortales, que reposaban en el cementerio barcelonés de Poblenou, fuesen a parar a la fosa común por falta de herederos que abonasen las tasas de sus sepultura, las gestiones llevadas a cabo por la oficina del Justicia de Aragón han conseguido recuperar los restos y la figura del insigne naturalista.
Han transcurrido algunos meses desde que un estudiante universitario de Barcelona se pusiera en contacto con le Real Jardín Botánico de Madrid, para informarles de que los restos del ilustre botánico aragonés estaba a punto de ser trasladados a la fosa común del cementerio barcelonés donde reposaban. Este estudiante publicó asimismo una carta dando a conocer la situación en diversos periódicos catalanes.
Estas misivas pusieron en alerta a los responsables de la oficina del Justicia que en seguida pusieron manos a la obra, en colaboración con la Diputación de Zaragoza, que también ayudará a financiar el monumento que se erija en Encinacorba en memoria de Lagasca.
La acertada intervención de la oficina del Justicia Juan B. Monserrat, ha culminado con la llegada de los restos del botánico a su pueblo. Previamente, el Justicia, acompañado de miembros de la Hermandad de la Sangre de Cristo estuvieron en Barcelona el pasado día 4 de octubre, donde se hicieron cargo de una urna que contiene los restos de Lagasca. Desde esa fecha, los miembros dela Hermandad han custodiado la urna en una sede, la iglesia de Santa Isabel.
A Rebosar
Mucho antes de las doce de la mañana, hora señalada para la llegada del cortejo fúnebre, la plaza de la iglesia se encontraba a rebosar de público. La corporación municipal, acompañada por la banda de música de la localidad esperaban impacientes la llegada. La nota de color la ponían los miembros de la hermandad de la Sangre de Cristo, llegados minutos antes en un autobús, que con sus terceroles, similares a los que llevan en Semana Santa, otorgaban solemnidad al acto.
Poco después de las doce llegó el cortejo custodiado por agentes de la Guardia Civil de Tráfico. Un coche funerario transportaba la urna con los restos del naturalista y un escudo de flores formando la bandera de Aragón. Detrás, los vehículos que transportaban a la distintas autoridades, entre las que se encontraba el Justicia Monserrat, el presidente de la Diputación de Zaragoza, José Ignacio Senao y el concejal de cultura del Ayuntamiento zaragozano, Juan Bolea. Con los sones de la marcha fúnebre de Chopin se introdujo el cortejo en el interior de la iglesia de la Virgen del Mar.
Tras la lectura del acta notarial que certificaba la entrega de los restos al Justicia, y las exequias fúnebres, oficiadas por el obispo de Zaragoza, Carmelo Borobia, Monserrat hizo entrega de una urna de cristal que contenía la llave de los restos mortales de Lagasca. La urna de la llave puede ser abierta con otras tres llaves que el Justicia entregó para su custodia al alcalde de Encinacorba, al juez de Paz y al párroco.
La directora del Real Jardín Botánico de Madrid, María Teresa Tellería, glosó la figura de Lagasca quien dirigiera en dos ocasiones dicha institución. El alcalde de la localidad, Javier Gil aseguró que “hoy es un día grande para Encinacorba” y agradeció a las instituciones su ayuda para hacer realidad el hecho. José Ignacio Senao calificó a Lagasca como “el más ilustre botánico español de su tiempo” Juan Monserrat ahondó en el aspecto humano y político de la figura de Lagasca. La visita a la maqueta del futuro monumento en honor del botánico cerró la jornada.

lunes, 25 de enero de 2010

Cuadernos 80 Una propuesta acertada


22 DE OCTUBRE DE 1995
DOMINGO
HERALDO DE ARAGÓN
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En memoria de Lagasca
Los restos mortales del ilustre botánico aragonés Mariano Lagasca reposan desde ayer en su localidad natal, Encinacorba, a donde fueron trasladados en el curso de unos solemnes actos auspiciados por el Justicia de Aragón. Con esta ceremonia se ha impedido que cayeran diminutivamente en el olvido de una fosa común en un cementerio de barcelona los restos del más ilustre botánico español de su tiempo. Pero, sobre todo, se ha tributado a la memoria de Lagasca, que nació en la mencionada localidad zaragozana en 1776, una parte del reconocimiento que su vida y su obra merecen. Un monumento recordará en Encinacorba la figura del insigne botánico. Ojalá otras iniciativas institucionales ayuden a recuperar su destacada calidad científica.
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Desde 1995 hasta la fecha no ha habido ninguna iniciativa institucional, nosotros hemos propuesto una, que hasta el momento, no ha tenido ningún tipo de respuesta. Hemos editado, de dicha propuesta, 2000 dípticos para difundirla. Se trata en esencia de conmemorar el 175 aniversario de su muerte y de aprovechar las energías que nos pueda dar la Expo-paisajes de 2014. "Andaremos y veremos".

Cuadernos 79 Ecos del Homenaje de Inhumación

22 DE OCTUBRE DE 1995
DOMINGO
HERALDO DE ARAGÓN
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Una vida azarosa
Mariano Lagasca Segura nació en Encinacorba en 1776. Fue el más importante botánico español de su tiempo y uno de los más notables de entre los europeos. Naturalista y médico, cursó Latín, Humanidades, Filosofía y Teología. Liberal convencido, rechazó los honores que le ofreció la administración bonapartista prefiriendo enrolarse como médico militar en el ejército español que luchaba contra la invasión francesa. Fue director del Real Jardín Botánico de Madrid en dos ocasiones (1814-23) y (1837-39). Con anterioridad a esta última etapa conoció el exilio en Londres y la humillación de ver sus trabajos destruidos por la restauración absolutista. Regresó a España tras la muerte de Fernando VII, pero no recuperó su condición de diputado por Zaragoza. Murió en Barcelona en 1839 durante una breve estancia en la ciudad.

Cuadernos 78 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (III)

Cementerio de Encinacorba donde reposan los restos de Lagasca.
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Discurso de Doña María Teresa Tellería Jorge, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
Con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
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(III)
En Londres estudia el herbario de Linneo y publica en 1825, en la revista “Ocios de los Españoles Emigrados” sus “Observaciones sobre la familia de las plantas aparasoladas”. Pero toda la preocupación del botánico está en reunir una cantidad de dinero suficiente que le permita llevar consigo a su esposa, Antonia y a sus cuatro hijos: José, Mariano, Juan y Francisco. La ocasión se presenta cuando le ofrecen trabajar en una importante colección de plantas, así logra el dinero suficiente para que su familia viaje a Londres.
Una vez más no soplan buenos tiempos, Lagasca se convence que ya, de un modo irremediable, sus sueños de gloria para la ciencia española se han desvanecido. Pierde a su amigo Clemente y desde la lejanía del exilio escribe una breve pero sentida biografía que publica La Gaceta de Madrid, el 27 de marzo de 1827 y, en Londres, en la revista de Ocios de los Españoles Emigrados en julio de ese mismo año. Asiste como observador, entristecido e impotente, al lastimoso espectáculo que supuso el ver, como algunos de los científicos supervivientes de la Ilustración tiene que ir deshaciéndose, poco a poco, de sus pertenencias para lograr sobrevivir. Se entera así que José pavón, el expedicionario que recorrió Chile y Perú y autor, junto a Hipólito Ruiz, de la Flora Peruviana y Chilensis, ha tenido que vender su herbario a Lambert, para poder así atender a sus necesidades más perentorias y salvar de la muerte a su hijo, perseguido por sus opciones políticas. Poco apoco su precaria salud va minando su vitalidad, el clima de Londres no le es propicio y en 1831 tiene que marchar a la Isla de jersey, donde permanece hasta 1834. Más cerca de la naturaleza vuelve a sus trabajos botánicos y hace un catálogo de las plantas de la isla. Buen conocedor de la agricultura, ayuda a los campesinos a mejorar sus cultivos y en consecuencia sus cosechas de cereales.
El 29 de septiembre de 1833 muere Fernando VII y con la regencia de Mª Cristina le llega la amnistía a finales de octubre de ese mismo año. Todavía permanece unos meses más en Jersey y en agosto de 1834 parte para Londres, de ahí, en su regreso a España, a París, Lión, Aviñón, Monpelier y Barcelona.
Ya en Madrid, unos años después, es repuesto como Director del Real Jardín Botánico. Su salud muy minada le lleva, por consejo de su médico, a Barcelona. Se aloja como invitado del Obispo en el palacio Episcopal donde fallece el 28 de junio de 1839 y es enterrado en el cementerio municipal de Pueblo Nuevo de la Ciudad Condal.
Pero su historia no iba a terminar aquí, ciento cincuenta años después, una mañana de finales de invierno de este 1995, la figura de Don Mariano Lagasca vuelve a hacerse directamente presente en el Real Jardín Botánico. Ese día, se recibe una carta fechada en Barcelona el 6 de marzo. En ella David Vargas Pino, un estudiante de Barcelona, se pone en contacto con nosotros y a través de un escrito entrañable nos hace saber el peligro que corre la tumba del insigne botánico, por impago de unas tasas. En un párrafo de la misma llega a decir, cargado de impotencia: “Yo no puedo hacer mucho, pues soy solo un estudiante que descubrí la situación y pienso que ustedes pueden dirigirse al Instituto Municipal de Pompas Fúnebres y enterarse de la situación (...) Por mi parte -añade David - intentaré escribir a las cartas al director de los diarios barceloneses para hacer público el hecho y si es posible impedir que sea destruida”. Se desencadena así un proceso en el que, el Real Jardín Botánico por un lado y el Justicia de Aragón por otro, hacen todo lo necesario para resolver el problema y hoy, por iniciativa del Justicia, la historia tiene, como no podía ser menos, un final con el merecido homenaje y el definitivo retorno de Mariano Lagasca al pueblo que, una mañana de 1791, le vio partir para Tarragona.
Al principio de esta disertación he declarado mi intención de trazar un esbozo objetivo dela vida de este científico apasionado, solo al final voy a desenmascarar mis verdaderos sentimientos hacia el botánico aragonés. Creo que no sería justa para su memoria si no lo hiciera. Confieso que la figura de Lagasca ha despertado en mi una profunda admiración y, al analizar las razones, creo que han sido su tenacidad y perseverancia –tan propias por otro lado del alma aragonesa- su lealtad, la voluntad inquebrantable con la que supo encarar las condiciones adversas que jalonaron su vida y esa dignidad que le permitió no perder nunca la esperanza en un mañana mejor, lo que de verdad de él me ha cautivado. Me parece que su vida fue todo un ejemplo que lejos de languidecer con el tiempo, se mantiene hoy, ya a las puertas del nuevo milenio, en plena vigencia.
T. M. Tellería
En Madrid a 16 de octubre de 1995

Cuadernos 77 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (II)

En este túmulo reposan los restos de Lagasca en su villa natal.
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Discurso de Doña María Teresa Tellería Jorge, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
Con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
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(II)
En 1804 muere repentinamente Cavanilles y el antioqueño Zea, discípulo de Mutis, es nombrado Director del Botánico. Conociendo Zea los deseos de Cavanilles de que Lagasca le sucediera en la dirección de la Real Institución insiste, ante las autoridades, para que le nombren Vice-profesor de la misma. Nombramiento que llega en 1806. Nueve trabajos de investigación entre los que destacan “Introducción a la Criptogamia Española... (1802) “Descripción de dos géneros nuevos o varias especies nuevas... (1805) y sobre todo “Caracteres diferenciales de once especies nuevas... (1805) completan su currículo hasta este momento. Un año después, en 1807, a los 31 años de edad, es nombrado Profesor de Botánica Médica del Real jardín. Solo impartió un curso, aunque le dio tiempo a innovar completamente el programa de la asignatura.
La invasión napoleónica y la sublevación del 2 de mayo en Madrid dan paso a la guerra de la Independencia. Godoy, a instancias de José Bonaparte, le propone la Dirección del jardín Botánico. Había sido el sabio alemán Alexander von Humbolt el que conocedor de la valía de Lagasca, sugirió su nombre al ya Rey de España, José I., Lagasca rechaza el ofrecimiento y se enrola como médico en el ejercito que luchaba contra el invasor napoleónico. Nos encontramos aquí ya con un Lagasca leal a sus propios ideales que la vida se encargó de contrastar en numerosas ocasiones lo que le llevó, en buena medida, a malograr una brillante carrera científica. Durante los seis largos años que dura la contienda permanece en su puesto de médico y aún tiene tiempo para herborizar y publicar algún trabajo botánico. Tal era su vocación que, en estas adversas circunstancias, recopila un nutrido herbario y una colección de más de 600 semillas que, finalizada la guerra, depositará en el Real Jardín. Ya comienza nuestro protagonista a tomar conciencia de los amargos derroteros por los que navega el país que bruscamente despierta del sueño ilustrado. En la introducción de sus “Amenidades naturales...” fechadas en Orihuela, en 1811, se lamenta “Tales son los efectos del descuido y poca ilustración de un gobierno, malograr el fruto de infinitas expediciones, después de haber gastado en ellas más caudales acaso, que todas las naciones juntas”.
Finalizada la guerra de la Independencia, para Lagasca no terminan los infortunios, más al contrario, es acusado de afrancesado e irreligioso. Comienza para él otra lucha, la suya particular a brazo partido para reivindicar su buen nombre. Debe reunir un buen número de documentos que oficialmente acrediten su abnegada labor durante la contienda y es, en buena medida, gracias al Duque del Infantado, que conocía muy bien al botánico aragonés por su relación con Cavanilles, como consigue su total rehabilitación.
Llegamos así al año 1813, en que la Junta de Regencia le nombra, a la edad de 37 años, Director Interino del Real Jardín Botánico de Madrid. Un año después el rey Fernando VII le confirma en su cargo. Llega Lagasca a la Dirección del Jardín en un mal momento para la Institución. El esplendor que conociera en su juventud, cuando llegó a Madrid en el verano de 1801 se ha apagado en tan solo trece años, pero esto no intimida ni desalienta al tenaz aragonés, más al contrario, le sirve de estímulo y acicate. Comienza para él un época de frenética actividad, la más fecunda y fructífera de su vida. Publica así, entre 1816 y 1821 lo mejor de su obra científica, entre ella entresacamos: su “Elenchus plantarum quae in Horto Regio Botánico Matritensis...” su “Genera et species plantarum...” su memoria sobre las “Plantas barrilleras” y sus adiciones a la “Agricultura de Herrera” obra de botánica agrícola, clásica y a la vez popular que el talaveranos Gabriel Alonso de Herrera publicara en 1620. En 1821 publica las “Amenidades naturales de las Españas”.
Pero aparte de esta labor científica se ocupa sin denuedo, como Director del real Jardín, de la organización del mismo. En los más de 180 documentos que relativos a Lagasca, se guardan en el Archivo de nuestra Institución, podemos seguir su diario quehacer al frente de la misma. Desde su preocupación por el sueldo de los jardineros, a los uniformes de los porteros, pasando por la búsqueda de fondos hasta los problemas con las obras o el arreglo de las cañerías, jalonan el día a día de su actividad, esa tierra madre que es la cotidianeidad de la vida.
Su espíritu inquieto y emprendedor le lleva a idear planes y reformas para la enseñanza. Así en un discurso leído en la cátedra del Real Jardín Botánico, el 9 de abril de 1821, expone sintéticamente su concepto de la enseñanza. Se ocupa de la enseñanza primaria a la que califica como “la mas general, la más necesaria y acaso la más costosa vista su totalidad”, se ocupa de la secundaria, para la que planea la creación de numerosos centros y de la Universitaria, que el llama tercera enseñanza. Pide para todo ello el apoyo económico de los españoles pudientes, de las Sociedades, Cabildos y comerciantes y en un momento de su discurso, llega a reivindicar mejoras salariales para los maestros cuando dice: “Hubiese sido de desear se hubiese determinado desde luego, que la dotación menor de los maestros no bajase de 4.000 reales”.
Recibe en esta época honores y reconocimientos y durante el trienio liberal (de 1820 a 1823) es diputado a las Cortes generales por Aragón.
Tras el intento frustrado de levantamiento por parte de la Guardia Real en 1822, el gobierno se radicaliza y Fernando VII pide ayuda, en su lucha contra los liberales, a los soberanos que integran la Santa Alianza. Un ejercito francés “de los Cien Mil Hijos de san Luis”, a las órdenes del Duque de Angulema entra en Madrid. Las Cortes y el Rey parten para Sevilla. Poco a poco Fernando VII recupera el poder absoluto y aquel rey que había dicho “vayamos todos juntos y yo primero por la senda de la Constitución”, da paso a lo que los historiadores han dado en llamar “la década ominosa” caracterizada por una brutal represión contra los liberales y que terminará con la muerte de Fernando VII en 1833. Pero vayamos por partes en nuestro relato.
Llega Lagasca a Sevilla en la primavera de 1823 y lleva consigo el botánico sus más preciadas pertenencias: su biblioteca, su herbario y sus manuscritos de la Flora Española. Más de 150 Kg. De equipaje de los que 2/3 partes corresponden a los materiales de la Flora. El trabajo que durante toda su vida realizó el botánico aragonés lo acompaña en esta huida desesperada; son los materiales y manuscritos que pacientemente había acumulado desde su juventud en sus viajes por levante y Asturias, en los que realiza por el sur durante la guerra de la Independencia y los de su época de esplendor al frente del Jardín. El otro objetivo científico de Lagasca era la publicación de la Ceres Hispánica que queda en manos de su amigo y colega Simón de Rojas Clemente. Corrió esta mejor suerte.
Ya en Sevilla, el 13 de junio de ese mismo año, una parte del pueblo al grito de “vivan las cadenas” queman y arrojan al Guadalquivir los equipaje de los fugitivos. La Flora española, el resumen de 30 años de trabajo y el sueño científico de toda una vida, caen al río y se pierden para siempre; es ésta la consecuencia de la sinrazón de una época. Lagasca pasa a Cádiz y de ahí a Gibraltar. Solo, sin su familia ni su Flora parte para el destierro en Inglaterra a donde llega un día, no determinado, de comienzos de 1824. Tiene Lagasca 48 años y ha de empezar de nuevo

jueves, 21 de enero de 2010

Cuadernos 76 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (I)


Discurso de M. T. Tellería, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
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( I )

Excelentísimas autoridades, Señoras y Señores, amigos todos:
Es para mi un honor y un motivo de profunda satisfacción dirigirme a todos ustedes en el día del homenaje que el pueblo de Aragón rinde a su Hijo Don Mariano de Lagasca y Segura con motivo de la inhumación de sus restos mortales en su Encinacorba natal.
Quisiera, en primer lugar, agradecer en nombre del Real Jardín Botánico de Madrid y en el mío propio, al Excmo. Sr. D. Juan Monserrat Mesanza, Justicia de Aragón, la deferencia que para nosotros ha tenido al invitarme a participar, de un modo tan directo, en este entrañable acto.
He de confesar que para mi la figura de Lagasca ha sido un hallazgo personal. Conocía de un modo muy superficial la vida del ilustre botánico y ha sido a raíz de este homenaje cuando he profundizado un poco en su historia y he de admitir que me ha fascinado. He descubierto al botánico, docto, tenaz y apasionado; al discípulo que como mérito preferente sobre todos los demás invocó, a lo largo de su vida para sí, el título de “Alumno Predilecto de su maestro Cavanilles”, he descubierto al padre que en una carta escrita al Duque de Bedford, durante su exilio en Inglaterra, muestra su preocupación por la falta de recursos para atender, a la subsistencia de su familia y a la educación de sus cuatro hijos, he descubierto al liberal convencido que pagó, muy caro, el precio de mantener sus propias ideas y se me ha sido revelado así, poco a poco, la faceta humana de este hombre que en sus 63 años de vida padeció, como el que más, la historia de una época –que va desde el reinado de Carlos IV a finales del XVIII hasta la regencia de María Cristina en la primera mitad del XIX- más llena de sombras que de luces y rica en intrigas, injusticias y persecuciones.
Tenemos una cierta tendencia a mitificar las figuras del pasado y un acto de homenaje como este se presta muy bien a tal exceso, pero voy a procurar no caer en esa tentación, la memoria de Lagasca no lo necesita. Intentaré trazar un esbozo, lo más objetivo posible, de la vida de este científico apasionado; creo que las conclusiones que de ella se extraen son el mejor tributo que podemos rendir a su memoria.
Nace Mariano de Lagasca y Segura el 5 de octubre de 1776 y pasa su infancia y adolescencia aquí en su pueblo natal, Encinacorba. A la edad de 15 años, un día de 1791, parte para Cataluña. La idea de sus padres es que siguiera la carrera eclesiástica y para ello lo envían a Tarragona, a casa del canónigo Antonio Verdejo. Tiene allí ocasión, el joven Mariano, de entablar amistad con el sabio Martí, erudito local y buen conocedor de la botánica, que frecuentaba la casa del canónigo. Pronto descubren Verdejo y Martí que Lagasca no tiene vocación eclesiástica y sí una gran pasión por las ciencias naturales, por lo que le aconsejan que curse la carrera de medicina.
Pasa así a Zaragoza, donde con 19 años estudia primero de medicina, corría el año 1795. De Zaragoza a Valencia y de ahí a Madrid donde llega en el verano de 1801.Su pasión por la botánica le lleva, en este periodo, a recorrer la región levantina y a completar, andando, el trayecto que une Valencia con Madrid para, de este modo, mejor aprovechar el tiempo y herborizar. Reyes Prosper relata, en el apunte biográfico que sobre Lagasca publicó en 1917 de un modo muy elocuente la llegada de éste a la Villa y Corte “rendido de fatiga, con la ropa interior y el traje en completo deterioro, el calzado inservible y sobre los hombros y espalda un enorme paquete que contenía el herbario que formara durante tan penosa herborización”.
En Madrid se presenta en casa de la familia Graells que, apiadándose del muchacho, le proporcionan alojamiento y vestido y lo colocan bajo la protección del Ilustre Médico de Cámara: Don Juan Bautista Soldevilla. Muchos años después, a mediados del siglo que entonces comenzaba y ya muerto Lagasca, un hijo de esa familia, Mariano de la Paz Graells, le sucedería como Director del Real Jardín Botánico. Pero no adelantemos acontecimientos.
Cursa, en Madrid, Lagasca el último años de medicina y asiste a las clases de Botánica que, por aquel entonces, impartía en el Real Jardín su Director: Casimiro Gómez Ortega. Conoce allí a Simón de Rojas Clemente con el que entabla una profunda amistad que duraría toda la vida. Soldevilla, su protector, le presenta al ilustre e influyente Antonio José Cavanilles, excelente botánico y hombre de ciencia, muy bien relacionado en la Corte, por haber sido preceptor de los hijos del Duque del Infantado. Cavanilles se queda entusiasmado dela vocación y conocimientos del joven alumno.
Llega Lagasca al Real Jardín Botánico en uno de sus momentos de más esplendor. La reforma iniciada por los Borbones a su llegada a la Península alcanza su zenit en el reinado de Carlos III. El Jardín Botánico Madrileño se ha convertido en el epicentro de la política reformista ilustrada. Las expediciones a Perú y Chile de Hipólito Ruiz y José Pavón, la de Mutis al Nuevo reino de Granada (actual Colombia), las del jacetano Sessé que junto al mejicano Mocito recorrieron La Nueva España (actual Méjico), la de Cuellar a Filipinas y la de Boldo a Cuba, como integrante de la expedición del Conde de Mopox, son un ejemplo del esplendor de esta época. Pero Lagasca, poco a poco, irá conociendo el triste desenlace de aquel proyecto ilustrado que más que una realidad fue, sobre todo, una ilusión que se quebró con la llegada al trono de Carlos IV.
Pero continuemos con nuestra historia. En 1801 es nombrado Cavanilles, Director del Real Jardín y designa a su discípulo preferido, Lagasca, alumno pensionado del Jardín. Dos años más tarde (1803) es comisionado para recoger plantas y acumular datos con vistas a la confección de una Flora Española, el proyecto que, con el tiempo, se convertiría en el sueño inalcanzado de su vida científica. Recorre así Lagasca el norte de España donde descubre, en el Puerto de Pajares y Colegiata de Arvás, el entonces famosísimo elixir antituberculoso, liquen islándico –de nombre científico Cetraria islandica. De la noticia de tal hallazgo da cuenta la Gaceta de Madrid el 29 de julio de 1803. Durante todo este año recorre Lagasca el norte de España, fundamentalmente Asturias.

miércoles, 20 de enero de 2010

Cuadernos 75 El funeral según Roberto Miranda

Domingo, 22 de octubre de 1995, el Periódico de Aragón.
Encinacorba, a 7 kilómetros de Cariñena, paró ayer la vendimia. Sus 335 habitantes y su banda de 40 músicos salieron a la plaza para recibir al gran botánico Mariano Lagasca, que nació en el pueblo en 1776
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Lagasca ya descansa en Encinacorba
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Todo el pueblo se volcó en el recibimiento de los restos del botánico
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Roberto Miranda/ Encinacorba
El sol de mediodía rebotaba en los trombones y platillos de la banda de Encinacorba, y a la plaza engalanada iba llegando el gentío vestido de domingo, pese a estar el pueblo de media vendimia. Ya estaba el obispo Carmelo Borobia revestido con la mitra blanca y los hermanos de la Sangre de Cristo preparados con un pendón negro que tiene 140 años, cuando un grupo de chicos llegó a la plaza con los pulmones fuera: “¡que viene, que viene!”.
Hubo aplausos a la arqueta que encerraba los restos de Mariano Lagasca, nacido en este pueblo en 1776, que se marchó a estudiar de adolescente y volvía, 156 años después de su muerte, reconocido mundialmente como uno de los científicos más importantes de la ilustración, rescatado de una tumba en Pueblo Nuevo (Barcelona) de la que iba a pasar a la fosa común, por que nadie se hacía cargo de los costes. Un estudiante de Ciencias, David, dio el aviso por carta al Jardín Botánico de Madrid y el Justicia de Aragón se adelantó a recuperar los restos. El 4 de octubre lo exhumaron. La urna ha estado hasta ayer en San Cayetano. Cuatro hermanos de la Sangre de Cristo subían la arqueta desde la plaza hasta la iglesia ante un pueblo estremecido, mientras 40 músicos interpretaban la Marcha Fúnebre de Chopin. Había llegado el Justicia, el presidente de la DPZ, Ignacio Senao, que ha prometido ayuda para un monumento al gran hijo que volvía para siempre al pueblo. Medio millar de personas llenaban la iglesia del siglo XVI, de una sola nave y repintada en crema, con las dos tablas de Zurbarán al frente y la Virgen del Mar en el retablo. Se leyó el acta notarial de la entrega de los restos. El Justicia dio las tres llaves de la urna al alcalde, al cura y al juez de paz del pueblo. Descendientes de Lagasca, (que tienen un bar en la plaza de Salamero, en Zaragoza) pusieron un ramo de flores blancas a los pies de túmulo. Mientras el acto solemne discurría y sonaba música celeste (El sueño Eterno de Teixidor) en aquella gran nave, el escultor Alberto Pagmusat, (el autor de la plaza Europa), estudiaba en el jardincillo anejo de aligustres, dondiegos, rosales y abetos, la incidencia del sol para ver dónde colocar el monumento. Busto sobre columna. “El rostro, bondadoso, pero castigado, como fue su vida”, dice. Cuando se construya, será enterrado allí Lagasca, frente a la imponente sierra de Algairén, con la falda llena de viñas y trigos. Habó el obispo, con voz poderosa y ronca, de que “un pueblo sólo se engrandece cuando es agradecido con sus hijos”. No se oyó ni una sola tos. El alcalde, Javier Gil Casanova, pidió ayuda Senao para el monumento. Y la directora del Jardín Botánico Nacional, María teresa Tellería, explicó al pueblo quien fue aquel encinacorbero “docto, tenaz y apasionado”, que “en una época llena de sombras y rica en intrigas (reinado de Carlos IV y regencia de María Cristina), pagó muy cara la fidelidad a sus ideas”. Tellería dijo que Lagasca “vivió la quiebra de la ilusión ilustrada” y sufrió el destierro y la destrucción de su colección científica a manos del absolutismo. Cuando José Bonaparte quiso nombrarle director del Jardín Botánico, Lagasca se enroló como médico en el ejército que luchaba contra los franceses. Recogió hierbas, dijo, caminando a pie desde Valencia a Madrid y en Pajares descubrió la planta del elixir antituberculoso. Y fue “el observador entristecido de cómo los científicos ilustrados tuvieron que vender sus pertenencias para sobrevivir”. Juan Monserrat destacó a Lagasca como investigador y “ciudadano ejemplar y progresista”. Al final, cuando todo el mundo tomaba un vino en el ayuntamiento, dos ancianas retiraban telas del balcón frente a la casa del sabio y comentaban que “aún hubo más hace 40 años, cuando vinieron a poner la placa

Cuadernos 74 Artículo de Alfonso Zapater

Mariano Lagasca
ciento cincuenta años después
Por Alfonso Zapater
(Heraldo de Aragón)

Como bien revela su partida de nacimiento, inscrita en el tomo 4º, folio 25 del registro parroquial de Encinacorba, Gasca fue el apellido del célebre botánico nacido en esta localidad hace 213 años –se cumplirán en octubre próximo- y de cuya muerte va a celebrarse el 150 aniversario. Mariano Gasca Segura. Gasca era, por tanto, el apellido de su padre, y también, curiosamente, el de su abuela materna y hasta el de su madrina. Luego, andando el tiempo, se vería escrito La Gasca, y finalmente, por contracción, aparece ya como Lagasca.
Sus descendientes forman legión, porque Gasca es, sin duda, el apellido más extendido en Encinacorba.
Figura
Sobresaliente
de la botánica
Su elogio histórico, debido a Agustín Yánez Corona, presidente de la Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona, en 1842, no deja lugar a dudas. Mariano Lagasca y Segura acaparó en vida todos estos título: “Comendador de la Orden Americana de Isabel la Católica, Presidente de la Junta de Profesores del Museo de Ciencias Naturales, Director y primer catedrático del Jardín Botánico de Madrid, Medico de número de los Ejércitos nacionales, Socio de las Academias de Medicina de Murcia, Madrid, Cartagena, Barcelona, Cádiz, y París; de las Sociedades Económicas de Amigos del País de Valencia, Madrid, Murcia, Zaragoza, Barcelona y Madrid; de la Sociedad Fisiográfica de Lund; de la Academia Leopoldina Cesárea de los Curiosos de la Naturaleza de Bonn, de la Sociedad Horticultural de Londres; de la Sociedad Real de Horticultura de los Países Bajos; de la Sociedad Botánica de Ratisbona; de la Real Academia irlandesa y de la Sociedad farmacéutica lusitana.”
Nos encontramos, pues, ante uno de los botánicos aragoneses más universales de todos los tiempos, por lo que es de esperar que el ciento cincuenta aniversario de su muerte encuentre la merecida resonancia.
Jesús Casanova Ubide, alcalde de Encinacorba, señala que la efeméride encontrará el necesario eco en su villa.
De ello se ocupará la Comisión Cultural –dice-; aunque es de suponer que el homenaje a Lagasca tendrá carácter regional, conforme corresponde.
La fecha clave es a finales de junio próximo.
Sí, ya sé, y no disponemos de mucho tiempo.
En la casa natal del ilustre botánico figura una lápida recordatoria, que el Colegio Provincial de Médicos mandó colocar con motivo de la II Reunión Luso- Española de Botánica en Aragón. Algo es algo.
Algunos
Apuntes
Biográficos

No es cuestión ahora de profundizar en la amplia y rica biografía de Mariano Lagasca. Bastará con unos ligeros apuntes para recordar que se formó, fundamentalmente, en Cataluña, ya que inició la carrera eclesiástica en Tarragona, bajo la dirección de su tío, Antonio Verdejo, que era canónigo de aquella ciudad catalana. Mariano cursó gramática latina, humanidades, tres años de filosofía y uno de teología y recibió el premio de la Sociedad Económica de Amigos del País, de Tarragona, por su brillante actuación en el curso de humanidades. Pero Lagasca derivó bien pronto hacia los temas de la naturaleza, y a los diecinueve años de edad se trasladó a Zaragoza para cursar medicina. Aquí permaneció durante el curso académico 1795-1796. Fue alumno de Echeandía y con él se interesó más profundamente por la ciencia de los vegetales. Después se trasladó a la Universidad de Valencia. En la capital valenciana residió Lagasca hasta 1800, simultaneando sus estudios de medicina con la botánica. Finalmente, Madrid, donde el médico Juan B. Soldevilla le puso en contacto con Cavanilles, responsable máximo del jardín Botánico en 1801.
Así empezó a perfilarse la singular carrera de Mariano Lagasca, autor de importantes trabajos sobre botánica. Es de señalar que en 1908 luchó contra los franceses. Sin embargo, más tarde, José Bonaparte le nombró, por indicación de Humboldt, director del Real Jardín Botánico madrileño; pero el de Encinacorba respondió al rey intruso alistándose en el ejercito español que combatía a los invasores. En la biografía de Mariano Lagasca destaca, sobre todo, el amor por la independencia de su tierra, su entrega incondicional a su país, puesta de manifiesto en cuantas misiones le tocó desempeñar, tanto en el plano científico como en el humano. Su firme carácter aragonés estuvo presente en todos los momentos de su vida, aun en aquellos más amargos, cuando se vio obligado a residir lejos de su país y de sus seres más queridos.
Fueron años muy duros para él, que supo soportar con ejemplar entereza.
Primer profesor
y director
del Botánico

Fue después, al terminar la guerra, cuando regresó a Madrid ya como director y primer profesor del Jardín Botánico. En 1820 salió elegido diputado a Cortes por Zaragoza, y al caer el gobierno liberal tuvo que exiliarse en Londres. Muerto Fernando VII, regresó a España, y murió en Barcelona el 26 de junio de 1839.
Ciento cincuenta años después, bien merece la pena recordar su vida y su obra. Es algo que se hará en Encinacorba, con toda seguridad.
Sin embargo, la efeméride debe encontrar eco en toda la región, por cuanto se trata de un botánico universal. Convendría que la fecha no se pasara por alto, como suele suceder tan frecuentemente.
Bien está, además, recordar a los nuestros cuando han sabido ser ejemplo para los demás.

lunes, 18 de enero de 2010

Cuadernos 73 Artículo de Guillermo Fatas

21 DE OCTUBRE DE 1995
SÁBADO
HERALDO DE ARAGÓN
*
LAGASCA
Por Guillermo Fatas
No sé por qué vías ha llegado a saber el actual Justicia de Aragón, Juan B. Monserrat, que los huesos de Lagasca iban a ir a parar, después de siglo y medio de quietud, a la fosa común de un cementerio barcelonés. El caso es que, a lo que parece, estaban allí a punto de ser desalojados por impago de los derechos que el mantenimiento de su tumba requería. ¡ Que miseria la vida, qué miseria la muerte! La oficina del Justicia ha actuado con sensatez y sensibilidad.
El día 21, los restos mortales del mejor botánico español serán depositados decorosamente en su zaragozano pueblo natal, Encinacorba, en una ceremonia solemne y sencilla cuya mera existencia lo reconcilia a uno con la dureza de esta tierra nuestra, capaz, como ha sido en el pasado, de aventar los huesos de Antillón.
Mariano Lagasca y Segura nació en 1776 y vino, de joven, a estudiar a Zaragoza, donde frecuentó nada menos que a Echeandía, un excepcional naturalista de origen navarro a quien la entonces brillante y activa Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País había encargado la Cátedra de Botánica por ella creada, pues la Universidad no la tenía. Surgió de todo aquello un excepcional Jardín Botánico, cercano a la actual Plaza de los Sitios, que fue, sin cesar, yendo a menos, mudando de aquí para allá, según los vientos de la enteca política educativa española, hasta perecer, de hecho, en las dos últimas mudanzas, que fueron de cuenta de la Universidad, al Paseo de Ruiseñores y a la calle del Doctor Cerrada, esto ya casi en nuestros días.
Lagasca empezó a trabajar pronto y bien, además de mucho.
Viajó por toda España, con un encargo de Cavanilles, responsable muy activo del Jardín Botánico de Madrid, y alzó catálogos científicos de innumerables plantas hispanas, con afinada pericia, sobre todo de las menos estudiadas hasta entonces, como los líquenes y los helechos. De su mano es la precoz observación, estupenda y poco conforme con las creencias de la época, de que las plantas cultivadas han sido, casi sin excepción, criaturas artificiales, nacidas del trabajo y la observación del hombre, porque la Naturaleza no las entrega en este estado tan pujante y productivo. Fue médico del Ejercito, y por eso le darán guardia, el día 21, en su nueva inhumación, soldados del Hospital Militar de Zaragoza, cuyo director, que es profesor y general, conoce bien la significación humana y científica del ilustre sabio aragonés, hombre de ideas avanzadas y liberales, que se sintió obligado a alistarse, a despecho de las ofertas napoleónicas, que entregó al Botánico de Madrid centenares de especies que logró aclimatar y que publicó, incluso durante la Guerra de la Independencia, un sinfín de trabajos. Se metió en política, por que creyó, en su cabeza de sabio tenaz y penetrante, que debía pagar ese tributo personal a la mejora de los españoles y defendió en las Cortes los ideales más modernos y racionales. La restauración absolutista de 1823 le resultó fatal: fue perseguido y escarnecido y los fanáticos destruyeron, en Sevilla, sus apuntes, sus escritos y sus preciosos herbarios, posesiones de un liberal cosas del diablo. Don Mariano hubo de huir a Londres, donde era perfectamente conocido, puesto que su obra había cruzado las fronteras e, incluso, logrado los honores de la traducción al alemán, por empeño de la Universidad de Stuttgart. Muerto el incapaz Fernando VII, pudo el aragonés volver do solía y dirigir, hasta su muerte, el magnífico Jardín Botánico de Madrid, al que dedicara tantos años y esfuerzos. Estaba a su frente cuando, en un viaje de circunstancias a Barcelona, le sorprendió la muerte en 1838. Ahora, después de tanto tiempo, un feliz suceso burocrático, que habla bastante penosamente de nuestros modos de ser, propicia el regreso de sus despojos a tierra aragonesa, gracias a la intervención del Justicia. Las corporaciones aragonesas debieran aprovechar la ocasión para hacer algo, enseguida, que convierta su larga vida de trabajo y su esfuerzo cívico y científico en una semilla permanente de ciencia y saber.

domingo, 17 de enero de 2010

Cuadernos 72 HOMENAJE E INHUMACIÓN DE D. MARIANO LAGASCA

PROGRAMA DE ACTOS
21 de octubre de 1995
10.00 Horas Exposición de la urna y los restos de D. Mariano Lagasca Segura, en la Real Capilla de Santa Isabel (San Cayetano), custodiada por la Hermandad de la Sangre de Cristo.

11.00 Horas Salida del Cortejo de la Real Capilla de Santa Isabel.
Guardia de Honor a cargo de una Sección de Gala del Hospital Militar de Zaragoza.

12.00 Horas Recepción de los restos mortales en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Mar de Encinacorba (Zaragoza).

12:10 Horas Sesión Académica y Homenaje a D. Mariano Lagasca Segura a cargo de la Ilma. Sra. Dª María Teresa Tellería Jorge, Directora del Real Jardín Botánico de Madrid, del Excmo. Sr. D. José Ignacio Senao Gómez, Presidente de la Diputación de Zaragoza y del Excmo. Sr. D. Juan Bautista Monserrat Mesanza, Justicia de Aragón.

Exequias fúnebres oficiadas por el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Carmelo Borobia Isasa, Obispo Auxiliar de Zaragoza.

Presentación de la maqueta del monumento en honor a D. Mariano Lagasca Segura.

13.00 Horas Vino de Honor en el Ayuntamiento de Encinacorba.

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Aquí reposan los restos de Don Mariano Lagasca.
(Nunca faltan las flores)
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En el nicho superior derecho descansa don José Ramón Arregui Auré
4-7-1936 - 12-3-2004
Fue alcalde de Encinacorba desde el 15-06-1991 hasta el 17-06-1995. Este año, 1995, dejó la alcaldía en junio y entró de alcalde Javier Gil Casanova. Con Javier de alcalde se trajeron los restos de Lagasca a Encinacorba, desde Poblenou, en Barcelona.
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Cipreses en el cementerio de Encinacorba

jueves, 14 de enero de 2010

Cuadernos 71 Reseña biográfica de Rojas Clemente

Paseo de Rojas Clemente en el Real Jardín Botánico de Madrid
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Gesta y vida de un insigne botánico
Reseña biográfica de Simón de Rojas Clemente
por Juan Piqueras, Departamento de Geografía, Universitat de València.

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(Traemos aquí esta reseña de Rojas Clemente por su interés intrínseco, y también, por la gran amistad que unió siempre a Lagasca y a Clemente, amistad indestructible y ejemplo de colaboración científica limpia y franca.)
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Simón de Rojas Cosme Damián Clemente y Rubio nació el 27 de septiembre de 1777 en el seno de una familia de labradores relativamente acomodada de Titaguas (Valencia). Su abuelo paterno, José Clemente, fue en su tiempo y según palabras del propio Simón “una persona de espíritu emprendedor, viveza, genio, fuerza de reflexión y buen gusto”, que ejerció en su juventud como escribiente en la ciudad de Valencia y fue nombrado en 1731 “Notario Apostólico y Administrador de la Baylía de Alpuente, Aras y Titaguas”. Por esta razón volvió a su pueblo, donde se casó con Teresa Collado, heredera de una notable fortuna que le convirtió en el mayor propietario local, al tiempo que obtenía la escribanía del juzgado de Titaguas, que quedó así en manos de los Clemente durante varias generaciones. Pero aquella gran fortuna quedó muy fragmentada por la “escasa fuerza de reflexión” (en palabras de Simón) de su padre, Joaquín Blas Clemente Collado (1737-1808), quien se casó dos veces y engendró nada menos que dieciséis hijos, de los cules sólo seis lograron sobrepasar la pubertad. Simón de Rojas era hijo de la segunda mujer, Juliana Rubio, y el cuarto en la línea de sucesión, sin ninguna posibilidad de heredar un día la escribanía, que era para el primogénito, Juan de la Cruz.
Como solía ocurrir con los hijos segundones, sus padres pensaron que la mejor solución para Simón sería la carrera eclesiástica, por lo que a la edad de diez años ingresó en el Seminario de Segorbe, diócesis a la que pertenecía Titaguas. Tras estudiar cuatro años de Humanidades, fue enviado a Valencia para hacer los estudios superiores. Allí cursó filosofía con Antonio Galiana y obtuvo el grado de maestro en artes, continuando luego con otras disciplinas propias de la carrera eclesiástica, entre las cuales sus preferidas eran las lenguas, sobre todo la griega y la hebrea, además del latín. Muy pronto empezó a dar muestras de su escasa vocación sacerdotal y a sentirse más atraído por las ciencias de la naturaleza. Dedicaba sus mejores horas a recoger y clasificar plantas y animales, y a llevar a término un interesante catálogo. Eran aquellos años de finales del siglo XVIII cuando Antonio José Cavanilles hacía sus viajes por las tierras de Valencia y publicada las Observaciones sobre el Reyno de Valencia (1795-97), y la ciencia botánica cobraba cada vez más adeptos en los ambientes universitarios.
En el año 1800, ya con 23 años y todavía sin decidir sobre su carrera eclesiástica, Simón de Rojas marchó a Madrid para opositar a las cátedras de Lógica y Ética en el Seminario de Nobles y, aunque no las ganó, se le asignaron varias sustituciones en el Colegio de San Isidro, aprovechando la ocasión para asistir como alumno entre 1800 y 1801 a las clases de árabe, botánica, mineralogía y química. Allí entró en contacto con algunos profesores y alumnos con los que habría de colaborar en obras de gran trascendencia. Entre ellos estaba Casimiro Gómez de Ortega (Añover del Tajo, 1741 - Madrid, 1810), botánico y primer catedrático del Jardín Botánico de Madrid, que fue instalado bajo su dirección en el Paseo del Prado y en el que Clemente habría de trabajar durante muchos años. Otro gran amigo, esta vez condiscípulo, fue Mariano Lagasca (Encinacorba, 1776 - Barcelona, 1839), con quien Clemente empezó a colaborar ya en 1801, publicando en agosto de 1802 una Introducción a la Criptogamia española, inserta en el tomo V de los Anales de Ciencias Naturales. Aquel mismo año de 1802, Clemente fue nombrado profesor de la cátedra de árabe, en sustitución de su titular Miguel García, que estaba enfermo. Allí conoció entonces al catalán Domingo Badía Leblich, gran amante también de la lengua árabe y de las ciencias naturales, pero diez años mayor que Clemente, a quien logró convencer para tomar parte en un aventurado proyecto científico (luego resultó ser de espionaje) en el norte de África. Tal proyecto había sido aprobado por el Gobierno en abril de 1801 y suponía una estancia previa en los jardines botánicos de París y Londres, lo que sin duda sirvió de acicate a Clemente, quien, desoyendo en esta ocasión los consejos de Lagasca, Gómez de Ortega y otros profesores y compañeros, aceptó el reto y dejó en mayo de 1802 su puesto como profesor, iniciando con Badía el viaje previo por Francia e Inglaterra, países en donde coleccionaron nueve tomos de herbarios que remitieron al Jardín Botánico de Madrid. Estando en Londres, Domingo Badía se practicó la circuncisión, acto que casi le cuesta la vida, y ambos se disfrazaron de árabes y tomaron los nombres de Ali-Bey Abdalak (Badía) y Mohamad Ben-Alí (Clemente), antes de embarcarse con destino a Cádiz, desde donde pensaban saltar luego hasta Marruecos. En Cádiz lograron hacerse pasar por árabes, incluso entre los marroquíes que allí vivían. De repente y casi sin aviso, Domingo Badía partió en solitario a Tánger (29 de junio de 1803) con la promesa de llamar luego a Clemente, cosa que nunca habría de suceder. En su último contacto por carta (13 de julio de 1803) Ali-Bey decía adiós definitivamente a su “amado Clemente” y le comunicaba que veía imposible su compañía por tierras de África. Queda la duda de si Badía no quiso comprometer a su amigo en una misión que, quizá desde sus orígenes, nada tenía de científica, y de si Clemente llegó a saber alguna vez, antes de la ruptura de relaciones, que se trataba en realidad de una misión de espionaje encargada por Godoy. En todo caso, algo debía sospechar cuando en su carta de respuesta a Ali-Bey, Clemente (todavía Mohamad Ben Alí) prometía guardar “un sigilo más que sacramental”.
Su sacrificio y su silencio fueron recompensados por Godoy con una asignación de 1.500 reales mensuales durante cuatro años y el encargo de hacer un estudio sobre las producciones y la historia natural del Reino de Granada (algo parecido a lo que Cavanilles había hecho en Valencia) con total independencia de cualquier otra autoridad académica y administrativa. Aquella circunstancia permitió a Clemente dedicarse en exclusiva a un trabajo que le apasionaba. Durante casi dos años (en 1805 fue llamado a Madrid para hacerse cargo de la Biblioteca del Jardín Botánico) recorrió todos los rincones del antiguo reino de Granada y de la zona de Jerez y Sanlúcar, donde residía, recogiendo muestras de plantas silvestres y cultivadas, observando las prácticas de cultivo, la naturaleza del suelo, los distintos microclimas y, lo que era más importante, la adecuación de cada planta o cultivo al medio natural, así como su mayor productividad con vistas a una agricultura científica. La mayor parte de aquellos trabajos (textos, colecciones de plantas, etc.) fueron depositados en el Jardín Botánico de Madrid, donde permanecen inéditos. Otra parte sería publicada en el Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía y en varios artículos aparecidos entre 1806 y 1807 en el Semanario de Agricultura y Artes.
Su estancia en Andalucía le permitió conocer a tres agrónomos de prestigio como eran Esteban y Claudio Boutelou y Francisco Terán, director del Jardín Experimental de Sanlúcar de Barrameda, quienes le animaron a aplicar sus grandes conocimientos en botánica y criptogamia a una nueva disciplina poco desarrollada hasta entonces en España como era la ampelografía, materia en la que Clemente habría de convertirse en la máxima autoridad europea gracias a su ya citado Ensayo sobre las variedades de la vid, obra publicada primero en forma de artículos en el Semanario de Agricultura que dirigía Francisco Antonio Zea, y luego en forma de libro en 1807, el mismo año en que de nuevo tuvo que volver a Sanlúcar para hacerse cargo de la dirección de su Jardín Experimental, que Clemente revitalizó con un gran proyecto: la creación de un campo de experimentación en donde habrían de ser reunidas todas las variedades de vid de España, al estilo del que había propuesto Chaptal en Francia cuando era ministro de Interior. Eran aquellos los mejores momentos de un joven Clemente, quien con sólo treinta años, gozaba de gran prestigio internacional y era muy respetado en los ambientes científicos y políticos de España. Su discurso de toma de posesión en Sanlúcar, aunque nunca publicado, fue muy comentado, por su actitud crítica frente a la ciencia pura desligada de la actividad económica, defendiendo en contrapartida la aplicación práctica a la agricultura de los estudios de fisiología vegetal, meteorología, química y geología. En esencia, ésta era la opción que él mismo había desarrollado a la hora de escribir su célebre Ensayo y que luego habría de transmitir en otros estudios sobre cereales y en las adiciones a la Agricultura general de Herrera.
Desgraciadamente, sus grandes proyectos con el Campo de Experiencias de Sanlúcar se vinieron abajo en 1808, primero con la caída en desgracia de su “protector” Godoy (motín de Aranjuez de marzo) y luego con la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón a comienzos del mes de mayo. Su actitud ante el nuevo régimen afrancesado debió de ser ambigua o confusa, como opina Emili Giralt: de una parte su talante liberal le hacía simpático al gobierno de José I, en el que tenía muchos amigos, pero al mismo tiempo no quería pasar por colaboracionista. Su amigo Mariano Lagasca, director del Jardín Botánico de Madrid desde 1807, rechazó los cargos que Bonaparte le ofreció en el nuevo gobierno y se alistó en el ejército español como médico. Clemente se movió libremente por Andalucía y Madrid sin ser molestado por los franceses, pero en 1812 decidió refugiarse en su pueblo natal, Titaguas, en donde algunos dicen que llegó incluso a formar una partida de guerrilleros contra los franceses, aunque la verdad parece ser otra. Como escribió su primer apasionado biógrafo, Miguel Colmeiro, quien utilizó información de primera mano, durante su estancia en Titaguas el sabio Clemente se dedicó a tareas científicas y humanitarias: reunió datos para escribir la historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas; hizo un plano topográfico del término; escribió la genealogía de los apellidos locales; propuso nuevos nombres para las calles adaptándolos al saber popular (calle de la Tajadera, del Lobero, del Colmenero...); enseñó a los niños y adultos a clasificar las diferentes especies de pájaros y plantas; fomentó las actividades culturales creando una compañía de teatro en la que él mismo hizo papeles de protagonista, como en El médico a palos y en El alcalde de Zalamea.
Finalizada la guerra, en 1814 volvió a ser reclamado desde la Diputación Provincial de Cádiz para formar un plano topográfico y estadístico de aquella provincia, pero otra oferta más razonable y segura desde el punto de vista económico le llevó de nuevo a ocupar su plaza de bibliotecario en el Jardín Botánico de Madrid, a cuyo frente volvía a estar su amigo Mariano Lagasca. Entre ambos llevaron a término varias tareas, como fue la catalogación de las valiosas colecciones de plantas americanas formadas por José Celestino Mutis en Bogotá, que fueron remitidas a Madrid en 1817, aunque su obra más célebre fue la edición por encargo de la Sociedad Económica Matritense de la Agricultura general de Alonso de Herrera, con el objetivo de recuperar la versión original de 1513 (varias ediciones posteriores en 1643, 1677 y así hasta 27, la habían desvirtuado con añadidos sin valor) y actualizarla con adiciones de mayor rigor científico y actualidad que fueron encargadas a los propios Lagasca y Clemente y a otro selecto grupo de especialistas, entre los que estaban Antonio Sandalio de Arias, Claudio Boutelou, Francisco de Paula Martí, etc.
La colaboración de Clemente fue sin duda la más importante y valiosa, ya que redactó el prólogo, las adiciones a las castas de trigo, al cultivo del algodón y, sobre todo, a las variedades y cultivo de la vid, la vinificación, los principales vinos de España, etc. Mientras hacía todas estas cosas, aún tuvo tiempo para estudiar la carrera de farmacia.
Tras el pronunciamiento de Riego en 1820 y el restablecimiento de la Constitución Gaditana, aquel grupo de intelectuales liberales fueron invitados a participar en la vida política. Clemente fue propuesto para encabezar la lista de doce diputados que correspondían al antiguo reino de Valencia, cosa que aceptó, pasando luego a formar parte de las comisiones de Agricultura, de Salud y de Instrucción Pública. Sin embargo la política no era algo que atrajera al insigne titagüense, quien sólo intervino un vez en el Parlamento para defender la creación de una granja experimental de agricultura en su querido Sanlúcar de Barrameda. Sintiéndose enfermo de la fiebre amarilla contraída años atrás, Simón de Rojas Clemente solicitó licencia para restablecerse de su quebrantada salud y en septiembre de 1821 se marchó a Titaguas, donde habría de pasar los siguientes cinco años.
Durante su última y larga estancia en el pueblo natal, Clemente habilitó la vivienda que hoy lleva su nombre en la calle del Mesón y volvió a retomar la recopilación de datos para su Historia natural de Titaguas, incorporando ahora estudios de gran valor sobre la economía local, el comercio, el transporte fluvial de madera, las variantes dialectales, etc. Al mismo tiempo continuó sus estudios sobre la naturaleza, tomó notas de temperaturas y precipitaciones en diferentes puntos del término, cultivó plantas en un pequeño huerto cual si fuera un jardín botánico y llenó su casa de colecciones de plantas, insectos y animales disecados, formando así una especie de museo de ciencias naturales presidido por una efigie de Santa Teresa de Jesús, por la que Simón de Rojas sentía gran devoción. También amplió su campo de inquietudes al estudio de las abejas, para lo cual dispuso una colmena dentro de su casa con unos agujeros en la pared para que las abejas pudieran entrar y salir al campo. De aquellas observaciones dejó muchas notas en los márgenes de un ejemplar de la Agricultura general de Alonso de Herrera, que heredó su sobrino, y en varias cuartillas que acabaron en manos de la familia de Antonio Sandalio de Arias, a quien durante un tiempo se atribuyó erróneamente su autoría.
Prematuramente envejecido debido a la fiebre amarilla y a una oftalmía cada vez más acusada, Clemente tuvo que volver de nuevo a Madrid en 1826 a requerimiento del Gobierno para ordenar y concluir algunos de sus muchos trabajos inacabados y todavía sin publicar. El riguroso invierno de 1826-1827 minó la salud de aquel hombre sabio que murió en una casa sin número de la calle del León de Madrid el 27 de febrero de 1827, cuando todavía no había cumplido los cincuenta años.

miércoles, 13 de enero de 2010

Cuadernos 70 Elogio de Lagasca DIEZ

Vista nocturna del mural
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCAY SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yánez y Girona
DIEZ
En una de estas excursiones botánicas, en la herborización del mes de julio de 1801 con Clemente y don Donato García, profesor distinguido de Mineralogía en el Museo de Ciencias Naturales, La-Gasca concibió la idea de la Ceres española, o más bien la comunicó a sus compañeros. Enemigos rateros para deprimir su mérito se pusieron en boca de Clemente que la Ceres había sido un pensamiento suyo, concebido durante las peregrinaciones hechas en el Reino de Granada en 1804 y 1805, en las que acopió un gran número de gramíneas y que comunicaba la idea de La-Gasca, este la aprobó y emprendieron su ejecución (véase la Gaceta de Madrid de marzo de 1927).
Clemente había fallecido un mes antes, pero existía un testimonio irrefragable suyo en el primer tomo de la obra de Agricultura de Herrera, adicionada por la Real Sociedad Económica de Madrid y publicada en 1811, en cuya página 71 refiere lo que tengo dicho. Clemente era novicio en 1801 y La-Gasca llevaba ya 7 años de estudios experimentales y tenía reunida en su herbario una gran copia de gramíneas que él mismo había recopilado en los campos y exponía a sus amigos de herborización cuanto tenía visto y observado. En efecto, reconoció desde un principio nuestro consocio que en los herbarios, aunque de suma utilidad por otra parte, los vegetales están desfigurados; que en los jardines botánicos, aun los erigidos con más acierto se presentan las plantas con alteraciones y que es preciso por lo menos estudiarlas en la naturaleza o en los grandes campos respecto de las cultivadas, para reconocerlas con exactitud. La naturaleza fue siempre su primer guía, su principal maestro, el gran libro en que adquirió desde su juventud tan vastos conocimientos. Con tal guía, con este maestro, consultando el libro vivo de la creación no podía extraviarse. Sirva su ejemplo de norma a los que aspiran a la posesión de las Ciencias Naturales e impongan respeto a los que por un resto de nuestra antigua educación, toda metafísica, quieran sondear desde su bufete los arcanos naturales, explicarlos puramente en la pizarra, medirlos con la arbitraria unidad de nuestras abstracciones, y lo que es peor todavía, poner obstáculos y trabas de toda especie a los que, desprendidos de tan añejas como nocivas preocupaciones, elevan su vuelo para contemplar las obras admirables de la Naturaleza, consultarla en todas ellas y seguir sus sencillas inspiraciones.

martes, 12 de enero de 2010

Cuadernos 69 La virgen que conoció Lagasca

NUESTRA SEÑORA DEL MAR
La imagen que vio Lagasca de niño
Se trata de una talla gótica datada en la segunda mitad del siglo XIV (1380-1390) y realizada en alabastro. Se representa a la Virgen, bajo la advocación marinera, al estar relacionada con el famoso milagro acaecido a una nave Sanjuanista en el Mediterráneo. No cabe la menor duda de que Mariano Lagasca, siendo crío, contemplaría y aún rezaría ante la talla gótica que hoy contemplamos. Hoy sabemos que la talla ya gozaba en aquella época de niñez del encinacorbero (1776-1790) de 400 años casi exactos. Dada su inteligencia natural y sus dotes de observador minucioso, seguro supo apreciar, el infante, la riqueza de los pliegues del pesado manto de alabastro de la señora. La carnosidad de sus facciones y su respingona nariz, así como sus mejillas redondeadas y su altiva y abultada frente. La Virgen lleva un niño, que porta un pajarillo, en un brazo y un libro abierto en el otro. La cabeza de la dama fue cortada para colocarle la corona y esta mutilación nos impide, hoy, apreciar en toda su integridad el peinado y el velo que la cubría. La contemplación minuciosa del rostro de esta dama nos señala la necesidad de su restauración. Gruesos trozos de pintura han saltado de la frente, la nariz y los ojos. La preocupación por mantener nuestro patrimonio cultural en las mejores condiciones nos lleva a pedir la actuación sobre esta magnífica talla. La Virgen del Mar de Encinacorba ha sido generosa y ha acudido a cuantos eventos se la ha llamado, la última salida de la villa fue al Pabellón de las Santa sede en la Expo de Zaragoza. Justo es, pues, se la mantenga en las mejores condiciones.
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lunes, 11 de enero de 2010

Cuadernos 68 Carta al gerente de Expo-Paisajes

Cuadernos de Encinacorba
C/ Silvestre Sancho, 5
Encinacorba
(Zaragoza)

D. Francisco Pellicer Corellano
Gerente de Expo-Paisajes 2014
A/A de Dña. Carmen Manzanares
Avda. Ranillas, 101 Edificio Expo
50018 ZARAGOZA

Encinacorba, 10 de enero de 2010
PROPUESTA DE CUADERNOS DE ENCINACORBA CON MOTIVO DE EXPO-PAISAJES 2014 Y LA CONMEMORACIÓN DEL 175 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL BOTÁNICO LAGASCA EN 2014
Muy Sr. Mío:
En atención al correo electrónico que nos fue remitido con fecha del 7 de enero de 2010 por Carmen Manzanares, paso a comunicarle lo siguiente:
Desde esta asociación cultural vemos con mucho interés la simbiosis entre Lagasca y Expo-Paisajes. La figura de Lagasca es poco conocida, sin embargo, es de una dimensión científica y humana extraordinaria. Pueden dar razón de ello los profesores Guillermo Fatás Cabeza, Vicente Martínez Tejero, La profesora Tellería o el historiador José Luis Maldonado, estos últimos del Real Jardín Botánico de Madrid adscrito al CSIC, por citar alguna de las personas que han dedicado algún tiempo a su estudio. Siendo Expo-Paisajes una exposición que, entendemos, trata del mundo de las plantas y conociendo un poco la vida de Lagasca, no cabe la menor duda que nuestro sabio aragonés puede dar ese complemento cultural que ilumine y justifique tal evento. A tal efecto, estamos recogiendo artículos y trabajos sobre la vida de nuestro gran botánico en el blog: CUADERNOS DE MARIANO LAGASCA (fácilmente accesible desde Google). También hemos editado un folleto, que le adjunto, con nuestras propuestas para 2014. Como entendemos que la dimensión del evento es tal que sobrepasa a nuestra asociación cultural hemos remitido nuestras propuestas al Ayuntamiento de Encinacorba, a la Comarca del Campo de Cariñena, a la Conserjería de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón y a la Diputación Provincial de Zaragoza. Por otro lado consideramos también que, la desproporción entre Zaragoza (5ª ciudad de España cerca de los 700.000 habitantes) y Encinacorba (271 habitantes), debe hacernos pensar que las aportaciones al evento no pueden ser las mismas. Sin embargo, como ya hizo Encinacorba en la pasada Exposición Universal de Zaragoza, tampoco en esta ocasión tendría por qué tener inconveniente en aportar al evento: su Dance ( que forma parte de la esencia cultural aragonesa), su Banda de Música, decana de Aragón (fundada por Luis Pérez del Corral en el siglo XIX), la Virgen del Mar (talla gótica del siglo XIV) y la figura universal del botánico Mariano Lagasca.
Por otro lado Encinacorba agradecería la implicación de Expo- Paisajes en los siguientes puntos: a) Consideración de Encinacorba como subsede de Expo- Paisajes y creación de un Centro de Interpretación y de un pequeño jardín botánico en la villa. b) Participación de Expo-paisajes en una exposición bibliográfica sobre la obra de Mariano Lagasca ( a tal efecto podría partirse del trabajo que ya está haciendo el doctor José María de Jaime Lorén en Valencia). c) Dotar una beca de investigación para realizar una Tesis Doctoral sobre su figura. Todo el trabajo de investigación y de publicación debería ser dirigido por el IFC y el RJB (Instituto Fernando el Católico y el Real Jardín Botánico de Madrid). Sería también de agradecer que una de las plazas, salas o pabellones de Expo-Paisajes llevara por nombre el de nuestro botánico con la reproducción de la escultura que figura en el Jardín Botánico de Madrid (obra de Ponciano Ponzano, otro escultor zaragozano). También sería de gran interés la incorporación de Lagasca al “merchandising”, a tal efecto hemos elaborado una botella de moscatel (el moscatel es una especialidad por la que Encinacorba tiene bien ganada fama) que próximamente les remitiremos por si es de su interés.
“ELOGIO HISTÓRICO DE DON MARIANO LAGASCA Y SEGURA
Comendador de la Orden Americana de Isabel la Católica, Presidente de la Junta de Profesores del Museo de Ciencias Naturales, Director y primer catedrático del Jardín Botánico de Madrid, Medico de número de los Ejércitos nacionales, Socio de las Academias de Medicina de Murcia, Madrid, Cartagena, Barcelona, Cádiz, y París; de las Sociedades Económicas de Amigos del País de Valencia, Madrid, Murcia, Zaragoza, Barcelona y Madrid; de la Sociedad Fisiográfica de Lund; de la Academia Leopoldina Cesárea de los Curiosos de la Naturaleza de Bonn, de la Sociedad Horticultural de Londres; de la Sociedad Real de Horticultura de los Países Bajos; de la Sociedad Botánica de Ratisbona; de la Real Academia irlandesa y de la Sociedad farmacéutica lusitana.”

Esta misma carta la remitimos a las autoridades arriba señaladas con el fin de su valoración, aceptación, modificación o rechazo. Por nuestra parte sólo nos guía el afán de progreso de nuestro pueblo y nuestra tierra.
Les saludamos y quedamos a su disposición
Firmado: Esther Auré Casanova
y Chusé María Cebrián Muñoz
Dirección del blog: “marianolagasca.blogspot.com”

Cuadernos 67 Elogio de Lagasca NUEVE

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA
Y SEGURA
*
1776 – 1839

Por el doctor Agustín Yánez y Girona
NUEVE
La prematura y sensible muerte de Cavanilles, acaecida en 1804 privó a La-Gasca de un protector decidido, del que en realidad no debiera haber ya necesitado por la gran opinión que justamente tenía adquirida; pero experimentó en breve su falta, que antes había llorado ya como una calamidad pública, rindiendo el obsequio debido a la virtud y a la sabiduría en el elogio que compuso y publicó de su director y maestro, de su desinteresado bienhechor y amigo, elogio que se insertó en las Variedades de Ciencias Literatura y Artes del mismo año, y cuya publicación aumentaba con muchas noticias, se repitió en 1807 en el Semanario literario. Dos años se pasaron después de la muerte de Cavanilles cuando fue nombrado por Su Majestad viceprofesor del real jardín botánico, para cuya plaza aquél le había consultado en 1803, y en 1807 fue elevado a profesor de botánica médica con 9.000 reales de sueldo. La-Gasca tuvo las mismas ocupaciones: el jardín botánico, el campo, he aquí sus objetos predilectos. Se levantaba de la cama, andaba, comía, se acostaba por la noche pensando en sus estimadas plantas; los poquísimos ratos que dedicaba a su familia eran sus únicas y muy contadas diversiones; hasta sus sueños, todos eran de botánica. No me es posible dar una idea de sus vastos proyectos dedicados todos a los progresos de la ciencia y a los adelantos de la agricultura española.

viernes, 8 de enero de 2010

Cuadernos 66 Elogio de Lagasca OCHO

Cavanilles
*
ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA
Y SEGURA
*
1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yánez y Girona
OCHO
Enamorado cada vez más Cavanilles de los adelantos de su discípulo, subalterno y amigo, le propuso al Gobierno en 1803 para la segunda plaza como profesor del Jardín y para la comisión de viajar por la península al efecto de trabajar en la Flora española, que había principiado Barnades. El Gobierno no tuvo entonces inconveniente el acceder más que a la segunda propuesta, y en consecuencia salió nuestro consocio a desempeñar su encargo, que no podía serle más lisonjero. Mientras que el otro alumno del Jardín, don Demetrio Rodríguez, pasó al mediodía de España, recorrió La-Gasca las provincias septentrionales de la península. Increíble es el número de plantas con que enriqueció el jardín y su herbario; y entre ellas merece particular conmemoración el liquen islándico que en julio de aquel año descubrió en las montañas de León y Asturias. Aunque se dijo que en 1785 don Luis Neé había encontrado el liquen en los montes más elevados cerca de Roncesvalles, casi en el mismo límite entre España y Francia, ello es que no se había hecho gran aprecio al descubrimiento, pues que la planta se recibía aun del extranjero y se pagaba a excesivos precios; pero el hallazgo de La-Gasca, los experimentos que se hicieron con la porción que trajo a Madrid, las explicaciones que dio en el jardín botánico y la memoria que compuso sobre sus caracteres orgánicos y usos domésticos y medicinales, unida a la memoria química trabajada por don Luis Proust, decidieron la cuestión a favor de la España, promovieron una general curiosidad en los sabios y recolectores, en cuyas resultas se logró hallarla en la mayor parte de los montes elevados de la península. Las noticias que acopió La-Gasca en este célebre viaje y en los anteriores sirvieron al sabio y malogrado Antillón para componer varios artículos de su recomendable Geografía de España y Portugal, como él mismo lo confiesa, citándole varias veces en la sobredicha obra con muestras del mayor aprecio. Así por ejemplo, en nota puesta al principio del párrafo que trata del Principado de Asturias, dice: “Casi todo este artículo se debe al distinguido botánico aragonés don Mariano Lagasca, que habiendo recorrido en 1803 parte de las Asturias en calidad de naturalista, ha tenido la generosidad de comunicarme sus observaciones físicas y económicas sobre el mismo país.

jueves, 7 de enero de 2010

Cuadenos 65 Elogio de Lagasca SIETE

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA
Y SEGURA
*
1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
*
SIETE

Lo ocurrido en aquel famoso ejercicio atrajo sobre La-Gasca la atención de los concurrentes, y esto, junto con la protección que disfrutaba del señor Soldevilla, le valió la plaza de practicante mayor de medicina del ejército destinado contra Portugal y le proporcionó entrar en relaciones con el gran don Antonio José Cavanilles. Desde que se conocieron los dos se amaron y apreciaron. Cavanilles abrió a La-Gasca el gran tesoro de sus conocimientos; La-Gasca puso a disposición de Cavanilles el precioso herbario recogido con tanto afán, que contenía algunas especies no conocidas, y entre ellas dos nuevas gramíneas que publicó en el tomo 6º de sus Icones, y le infundió también la afición a las criptógamas, a las que se dedicó después con más esmero que antes el inmortal Cavanilles. Nombrado éste en 1801 director del Real Jardín Botánico, felizmente para la nación y para la ciencia, como dijo La-Gasca, le obtuvo del Gobierno el nombramiento para que una de las dos plazas de alumno que se crearon en el jardín a propuesta de dicho jefe. Con el modesto título de alumno y módico sueldo de 300 ducados, que se duplicaron al año siguiente en atención a su extraordinaria aplicación y progresos, era La-Gasca en realidad el primer ayudante, el sustituto de Cavanilles pues tenía aneja la obligación de dar lecciones privadas a los discípulos del establecimiento, la que desempeñó con la mayor regularidad y con el más feliz resultado. Ayudóle igualmente cuando compuso la obra titulada Descripción de las plantas demostradas en los cursos de 1800 a 1801, que publicó Cavanilles en 1803.