martes, 5 de enero de 2010

Cuadernos 64 Elogio de Lagasca SEIS

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA
Y SEGURA
*
1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
*
SEIS
Tenemos ya a La-Gasca colocado en una esfera más grandiosa. Una casualidad lo condujo a Madrid para concluir la clínica. Llegado a la Corte en el verano de 1800 se precipitó al instante a la escuela del jardín, en el que desempeñaba la cátedra de botánica don Casimiro Gómez-Ortega. En una sabatina encargada por el profesor al discípulo principiante don Simón de Rojas Clemente. La-Gasca le hizo objeciones muy convincentes contra el método adoptado en el curso elemental de Gómez-Ortega y desarrolló conocimientos que pasmaron al auditorio y al mismo catedrático, fundados en los principios que han servido para establecer el sistema natural. Clemente, que tuvo siempre un corazón tan puro como sublime era su talento y extraordinaria su afición a las ciencias exactas, se prendó de él desde dicho momento, los dos rivales entablaron desde entonces sus relaciones científicas; La-Gasca le comunicó las ideas que la naturaleza le había inspirado le regaló las plantas duplicadas de su herbario, le acompañó en varias excursiones que hicieron por los alrededores de Madrid, y le transmitió el gusto a las gramíneas y criptógamas, de las que ni una sola palabra había hablado en clase. Clemente llevó consigo a París y a Londres la afición a las plantas criptógamas que le había inspirado La-Gasca y que le proporcionó aquella gran sagacidad para distinguir las pequeñas diferencias de dichos vegetales a que debió la consideración de los primeros criptogamistas franceses e ingleses, afición que La-Gasca había mamado sin duda de Martí en Tarragona. Durante su ausencia se comunicaban los domingos recíprocamente sus adelantos y dificultades y se transmitían los conocimientos de aquellos sabios europeos, y las observaciones verificadas en la península. Así se formaron y consolidaron aquellos lazos de una amistad franca y sincera que no pudieron romper, en expresión del mismo La-Gasca, ni la ausencia, ni los repetidos esfuerzos de almas mezquinas, ni las amenazas de tan vil adulación, ni las vicisitudes políticas de nuestra desgraciada patria, porque estaba fundada en la ciencia y en la virtud. Sólo la muerte de Clemente, acaecida en 1827, pudo romperla con grave sentimiento de La-Gasca, que emigrado a Inglaterra publicó su biografía y no cesó después de hablar de él con mucha consideración. Compárese estos preciosos afectos de una rivalidad laudable con las animosidades producidas por el desenfreno de las pasiones, y confúndanse los que por medios tortuosos se atreven a sancionar tan viles como perniciosas competencias.

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