lunes, 25 de enero de 2010

Cuadernos 77 Mª Teresa Tellería habla de Lagasca (II)

En este túmulo reposan los restos de Lagasca en su villa natal.
*
Discurso de Doña María Teresa Tellería Jorge, leído el 21-X-1995 en Encinacorba,
Con motivo de la inhumación de los restos mortales de don Mariano Lagasca en su villa natal.
*
(II)
En 1804 muere repentinamente Cavanilles y el antioqueño Zea, discípulo de Mutis, es nombrado Director del Botánico. Conociendo Zea los deseos de Cavanilles de que Lagasca le sucediera en la dirección de la Real Institución insiste, ante las autoridades, para que le nombren Vice-profesor de la misma. Nombramiento que llega en 1806. Nueve trabajos de investigación entre los que destacan “Introducción a la Criptogamia Española... (1802) “Descripción de dos géneros nuevos o varias especies nuevas... (1805) y sobre todo “Caracteres diferenciales de once especies nuevas... (1805) completan su currículo hasta este momento. Un año después, en 1807, a los 31 años de edad, es nombrado Profesor de Botánica Médica del Real jardín. Solo impartió un curso, aunque le dio tiempo a innovar completamente el programa de la asignatura.
La invasión napoleónica y la sublevación del 2 de mayo en Madrid dan paso a la guerra de la Independencia. Godoy, a instancias de José Bonaparte, le propone la Dirección del jardín Botánico. Había sido el sabio alemán Alexander von Humbolt el que conocedor de la valía de Lagasca, sugirió su nombre al ya Rey de España, José I., Lagasca rechaza el ofrecimiento y se enrola como médico en el ejercito que luchaba contra el invasor napoleónico. Nos encontramos aquí ya con un Lagasca leal a sus propios ideales que la vida se encargó de contrastar en numerosas ocasiones lo que le llevó, en buena medida, a malograr una brillante carrera científica. Durante los seis largos años que dura la contienda permanece en su puesto de médico y aún tiene tiempo para herborizar y publicar algún trabajo botánico. Tal era su vocación que, en estas adversas circunstancias, recopila un nutrido herbario y una colección de más de 600 semillas que, finalizada la guerra, depositará en el Real Jardín. Ya comienza nuestro protagonista a tomar conciencia de los amargos derroteros por los que navega el país que bruscamente despierta del sueño ilustrado. En la introducción de sus “Amenidades naturales...” fechadas en Orihuela, en 1811, se lamenta “Tales son los efectos del descuido y poca ilustración de un gobierno, malograr el fruto de infinitas expediciones, después de haber gastado en ellas más caudales acaso, que todas las naciones juntas”.
Finalizada la guerra de la Independencia, para Lagasca no terminan los infortunios, más al contrario, es acusado de afrancesado e irreligioso. Comienza para él otra lucha, la suya particular a brazo partido para reivindicar su buen nombre. Debe reunir un buen número de documentos que oficialmente acrediten su abnegada labor durante la contienda y es, en buena medida, gracias al Duque del Infantado, que conocía muy bien al botánico aragonés por su relación con Cavanilles, como consigue su total rehabilitación.
Llegamos así al año 1813, en que la Junta de Regencia le nombra, a la edad de 37 años, Director Interino del Real Jardín Botánico de Madrid. Un año después el rey Fernando VII le confirma en su cargo. Llega Lagasca a la Dirección del Jardín en un mal momento para la Institución. El esplendor que conociera en su juventud, cuando llegó a Madrid en el verano de 1801 se ha apagado en tan solo trece años, pero esto no intimida ni desalienta al tenaz aragonés, más al contrario, le sirve de estímulo y acicate. Comienza para él un época de frenética actividad, la más fecunda y fructífera de su vida. Publica así, entre 1816 y 1821 lo mejor de su obra científica, entre ella entresacamos: su “Elenchus plantarum quae in Horto Regio Botánico Matritensis...” su “Genera et species plantarum...” su memoria sobre las “Plantas barrilleras” y sus adiciones a la “Agricultura de Herrera” obra de botánica agrícola, clásica y a la vez popular que el talaveranos Gabriel Alonso de Herrera publicara en 1620. En 1821 publica las “Amenidades naturales de las Españas”.
Pero aparte de esta labor científica se ocupa sin denuedo, como Director del real Jardín, de la organización del mismo. En los más de 180 documentos que relativos a Lagasca, se guardan en el Archivo de nuestra Institución, podemos seguir su diario quehacer al frente de la misma. Desde su preocupación por el sueldo de los jardineros, a los uniformes de los porteros, pasando por la búsqueda de fondos hasta los problemas con las obras o el arreglo de las cañerías, jalonan el día a día de su actividad, esa tierra madre que es la cotidianeidad de la vida.
Su espíritu inquieto y emprendedor le lleva a idear planes y reformas para la enseñanza. Así en un discurso leído en la cátedra del Real Jardín Botánico, el 9 de abril de 1821, expone sintéticamente su concepto de la enseñanza. Se ocupa de la enseñanza primaria a la que califica como “la mas general, la más necesaria y acaso la más costosa vista su totalidad”, se ocupa de la secundaria, para la que planea la creación de numerosos centros y de la Universitaria, que el llama tercera enseñanza. Pide para todo ello el apoyo económico de los españoles pudientes, de las Sociedades, Cabildos y comerciantes y en un momento de su discurso, llega a reivindicar mejoras salariales para los maestros cuando dice: “Hubiese sido de desear se hubiese determinado desde luego, que la dotación menor de los maestros no bajase de 4.000 reales”.
Recibe en esta época honores y reconocimientos y durante el trienio liberal (de 1820 a 1823) es diputado a las Cortes generales por Aragón.
Tras el intento frustrado de levantamiento por parte de la Guardia Real en 1822, el gobierno se radicaliza y Fernando VII pide ayuda, en su lucha contra los liberales, a los soberanos que integran la Santa Alianza. Un ejercito francés “de los Cien Mil Hijos de san Luis”, a las órdenes del Duque de Angulema entra en Madrid. Las Cortes y el Rey parten para Sevilla. Poco a poco Fernando VII recupera el poder absoluto y aquel rey que había dicho “vayamos todos juntos y yo primero por la senda de la Constitución”, da paso a lo que los historiadores han dado en llamar “la década ominosa” caracterizada por una brutal represión contra los liberales y que terminará con la muerte de Fernando VII en 1833. Pero vayamos por partes en nuestro relato.
Llega Lagasca a Sevilla en la primavera de 1823 y lleva consigo el botánico sus más preciadas pertenencias: su biblioteca, su herbario y sus manuscritos de la Flora Española. Más de 150 Kg. De equipaje de los que 2/3 partes corresponden a los materiales de la Flora. El trabajo que durante toda su vida realizó el botánico aragonés lo acompaña en esta huida desesperada; son los materiales y manuscritos que pacientemente había acumulado desde su juventud en sus viajes por levante y Asturias, en los que realiza por el sur durante la guerra de la Independencia y los de su época de esplendor al frente del Jardín. El otro objetivo científico de Lagasca era la publicación de la Ceres Hispánica que queda en manos de su amigo y colega Simón de Rojas Clemente. Corrió esta mejor suerte.
Ya en Sevilla, el 13 de junio de ese mismo año, una parte del pueblo al grito de “vivan las cadenas” queman y arrojan al Guadalquivir los equipaje de los fugitivos. La Flora española, el resumen de 30 años de trabajo y el sueño científico de toda una vida, caen al río y se pierden para siempre; es ésta la consecuencia de la sinrazón de una época. Lagasca pasa a Cádiz y de ahí a Gibraltar. Solo, sin su familia ni su Flora parte para el destierro en Inglaterra a donde llega un día, no determinado, de comienzos de 1824. Tiene Lagasca 48 años y ha de empezar de nuevo

No hay comentarios:

Publicar un comentario