viernes, 16 de octubre de 2009

Cuadernos 13 La botánica en el exilio... (Continuación)


LA BOTÁNICA EN EL EXILIO. MARIANO LAGASCA Y EL HORTUS SICCUS LONDINENSIS (1827)
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José Luis Maldonado Polo
Dtº Historia de la Ciencia. Instituto de Historia (CSIC).
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LAGASCA EN INGLATERRA
(Continuación I )
Como acabamos de ver varias fueron las iniciativas y proyectos científicos culturales en los que intervino nuestro botánico durante sus casi once años de exilio en el reino Unido. Dada la relevancia que tenía Inglaterra en el contexto de la ciencia moderna desde los comienzos del siglo XIX, Lagasca, antes de su traslado forzoso, ya mantenía ciertos contactos epistolares con algunos científicos ingleses, que le ponían al corriente de las novedades científicas de la época, en los que mediaba de forma oficial el duque de San Carlos, a la sazón embajador de Madrid en Londres en esos años.
A este respecto ya en 1815, cuando acababa de ser nombrado director del Jardín Botánico de Madrid y el centro pasó a depender de la Junta de protección del Museo de Ciencias Naturales, Lagasca, para completar su Biblioteca con las obras científicas de las que carecía, sugirió al Secretario de Estado, Pedro Ceballos, su adquisición en Londres junto a varios instrumentos científicos imprescindibles para el Jardín(1).
Con estos precedentes, comentaremos a continuación las circunstancias que llevaron a Lagasca al exilio y algunos otros pormenores de su forma de vida en el núcleo de expatriados españoles de la capital londinense y las diversas actividades científicas en las que participó.
Con el triunfo de las tropas del duque de Angulema en España se produjo la restuaración del absolutismo por Fernando VII y la consiguiente emigración de los diputados liberales. Durante los años del Trienio Liberal, Lagasca fue Diputado a Cortes por Aragón, participando en varias comisiones sobre temas relacionados con las ciencias naturales y sanidad (Maldonado, 2003).
Como consecuencia de esa actividad política tuvo que abandonar España, quedando interrumpidos tanto sus trabajos en la dirección del Jardín Botánico y su labor docente como profesor de botánica en el mismo centro científico, como en la recién creada Universidad Central de Madrid. Se trasladó con le gobierno legítimo constitucional a Sevilla, en donde el 13 de junio de 1823, una parte del pueblo a los gritos de "vivan las cadenas" persiguió a los liberales y Lagasca perdió durante el tumulto sus preciados materiales científicos (no menos de 317 libras de peso), entre los que se encontraban sus herbarios y manuscritos, algunos como los de la Flora Española a punto de imprimirse, resultado de sus más de treinta años de observaciones. Después, y como todos los demás represaliados, fue declarado traidor y reo de muerte, siendo confiscados sus bienes por Real disposición el 1 de octubre de 1823 y tuvo que emprender el camino del exilio. Pasó en primer lugar a Cádiz, luego a Gibraltar y después finalmente a Londres donde llegó en 1824 y donde permaneció hasta su repatriación en 1834. Regreso que ocurrió tras la muerte de Fernando VII, al ser admistiado y poder emprender camino de vuelta, pasando previamente por Paris, Lyon, Avignon y Montpelier hasta Barcelona y finalmente Madrid (Llorens, 1968, 29).
Lagasca durante su exilio londinense mantuvo frecuentes contactos con Robert Brown, Jhon Lindley, Aymer Bourke Lambert, James Edward Smith, David Don, Philip Barker Webb o George Bentham, aunque su relación más estrecha la tuvo con le profesor de botánica de Glasgow, William Hooker (Llorens, 1968, 45).
Su relación con el prestigioso botánico y aristócrata, el general Aylmer Bourke Lambert, se remontaba a unos años antes. Desde la primavera de 1818, el inglés enviaba a Lagasca semillas y otras remesas de ejemplares y muestras botánicas prodecentes de las indias orientales y de las islas Mauricio; entre ellas algunos ejemplares de palmas que no había sido capaz de denominar y una especie de Cinchona sobre la que específicamente necesitaba su ayuda para determinarla. Por otro lado Lagasca le envió semillas del Jardín de Madrid, muy probablemente algunas de las que incluyó en su Elechus plantarum, en especial de la especie Ferdinanda (2). Lambert, a través del embajador español en Londres que ejercía de intermediario entre ambos,le remitió libros como la Flora Británica de E, Smith y la Flora Americana de Pursh, así como semillas del Jardín de Calcuta. Le pedía a cambio noticias sobre el Lupinus y por sus trabajos botánicos que se mencionaban en el volumen 15º de los Anales del Museo de Historia Natural de París; en especial los referentes a los especímenes de los géneros Proustia y Dumerilia (3).
Parece que lambert, en los años sucesivos, le continuó mandando semillas de todo tipo y procedencia, muchas de la India y de la zona del Índico para el Jardín Botánico de Madrid (4) y Lagasca, por su parte, le informaba de la marcha de sus trabajos en el Jardín Botánico, de sus proyectos de publicación y le remitió varios de sus trabajos editados, alguno para que se lo entregase a R. Brown. Además le pidió plantas de su herbario, sobre todo umbelíferas, e intercambió con él opiniones sobre todo tipo de cuestiones botánicas y sobre el trabajo de sus colegas y amigos comunes, entre los que se encontraba A. P. De Candolle (5).
Sin duda Lambert, junto con Smith, fueron los que más le ayudaron durante su estancia en la capital británica. Ambos le prestaron ayuda económica en más de una ocasión y Smith, el fundador y primer presidente de la Linnean Society, con el que Cavanilles mentuvo una intensa correspondencia, le ofreció la oportunidad de encargarse de una cátedra de botánica en una universidad de EE.UU., sin que Lagasca aceptara su recomendación, quizá en esos momentos por sus dificultades con el idioma (Constance y Rodríguez , 1975, 139). Quizá Smith no fuera el verdadero artífice de la oferta, sino más bien el botánico del "Linnean Garden" de Nueva York, Robert Prince, con el que lagasca estba en contacto desde 1820. Prince conocia las remesas que Lagasca hacía en esas fechas a su amigo de Cambridge el profesor Pick, de manera que tal vez eso acrecentó su interés por intesificar su correspondencia con el botánico español, colaborar en el intercambio de semillas y con otro tipo de servicios, como la promesa de enviarle un catálogo de las plantas indígenas americanas y sobre otras de su interés. Por tanto lo que más nos induce a pensar en quien fue el artífice de que Lagasca pudiese trasladarse a EE.UU., radica en el hecho de que el padre de Prince era el conservador en el mayor jardín botánico de ese país, que contaba por entonces con con más de 4.000 especies, de las que 1.300 eran nativas (6) y tal vez de los botánicos, padre e hijo, y el profesor de Camdbrige intervinieran decisivamente en la propuesta.
Hooker, en Botanical Miscellany, narra la anécdota de cuando conoció personalemente a Lagasca, probablemente nada más llegar éste a Londres. Ocurrió en casa de Lambert a finales de 1824, en presencia de otros botánicos ingleses y a partir de ese primer contacto personal y tras muchos años de correspondencia entre ambos, sus visitas fueron casi diarias y en varias ocasiones herborizaron juntos. En la reunión Lagasca manifestó su malestar por la adquisición que el propio Lambert había hecho del rico herbario de su compatriota José Pavón, obligado a venderlo dada la miseria en que se encontraba tras los gastos que tuvo que hacer para salvar la vida de uno de sus hijos condenado a muerte por causas políticas, (Yáñez, 1842, 42). Sin embargo hay autores que ponen en tela de juicio estas afirmaciones, como por ejemplo James Britten que opina que los comentarios altisonantes vertidos por Lagasca son atribuibles a un error de la traducción (Britten, 1924, 347).
El botánico austríaco Schultes, con el que ya se escribía Lagasca en 1819 y quien le invitó en esa fecha a formar parte como editor de su Species Plantarum (7), fue uno de los botánicos con los que también se encontró Lagasca en Londres. Tuvo lugar igualmente en la misma runión en casa del conde de Lambert, y sus primeras impreiones sobre la circunstancia que rodeaban al botánico español en esos momentos son bastante elocuentes. En una carta que envió a Sternberg en 1830 (Hooker, 1830, 63 y 64), cuyo fragmento es reproducido por Constance y Rodríguez (1975, 139), describe la situación de este modo: Pobre Lagasca, no sólo perdió todo su entorno familiar, su esposa y sus cinco hijos estaban en Cádiz, su fortuna; también su gran herbario, sus manuscritos de la flora española en el que había empleado más de veinte años y que estaba listo para su impresión: lo mismo sucedió con el manuscrito de la monografía sobre la Ceres y sus ejemplares de herbario completado en Sevilla: "lejos de su tierra y de sus amigos, vive ahora en el gris y caro Londres participando de las aficiones junto a sus compatriotas exiliados".
Ante esta lamentable situación y si no hubiera sido por la oportuna influencia de sus amigos ingleses, a pesar de que ni aún así su vida resultó cómoda, podría haberle llevado a un oportuno y doloroso abatimiento del que pudo reponerse a base de tesón y pundonor. Su situación económica, sin embargo, le obligó a aceptar trabajos circunstanciales y modestos empleos. Gracias a uno de ellos, que consistió en ordenar y clasificar un herbario procedente de la India, colectado por un viajero inglés, pudo traer consigo a su familia a Londres. es muy posible que este herbario fuera el que le mandara el duque de San Carlos en 1819 (8). Es interesante recordar a este respecto que en esos años Lagasca se mostraba interesado en la flora exótica de Asia y el Pacífico oriental como lo demuestra la correspondencia que por entonces mantuvo con el Secretario de Estado, maqués de Santa Cruz, a propósito de ocho cajones con plantas y semillas de la India con destino al Jardín Botánico de Madrid, enviadas por Manuel Larruleta, factor de la Compañía de Filipinas en Calcuta (9).

Lagasca dispuso asimismo, con los nombres científicos y traducción española, una colección de flores raras que el encargado de negocios de Chile en Londres, Mariano Egaña, le encargó para remitir a su país. El diplomático chileno, por otro lado, lamentaba que su gobierno no hubiera querido aceptar a Lagasca como profesor en aquella tierra, por considerar excesivo el sueldo de 2000 pesos anuales que al parecer era cifra estipulada y alegaba en su favor que, concretamente en Perú y otras partes, se contrataba por la misma cantidad a personas de menor valía (Llorens, 1968, 178).
Realizó trabajos de campo en diversos jardines botánicos de la capital inglesa, como en el de la Academia de Mr. Lawrence, en el de Miss. Mariam Jonson, en el de Brown, etc. Pero fue especialmente significativo el trabajo que desempeñó en el Jardín Botánico de Chelsea, en el que cultivó cereales y umbelíferas, gracias a las facilidades que amablemente le facilitó su conservador William Anderson, al que conoció mediante la recomendación que le hizo su amigo P.B. Webb para que le mostrara la rica colección de umbelíferas que poseía ese jardín (10).
En dicho jardín debió incrementar su colección de cereales procedentes de España con los que en él se cultivaban, frecuentando sus instalaciones y trabajando casi a diario sobre las plantas de mayor interés para la agricultura. Trabajo que quiso difundir entre los británicos curiosos e interesados en los temas botánicos, como el duque de Belford y su hijo John Russel, a los que invitó para que le visitaran y poder mostrarles su colección de cereales (11).
Asistió al Jardín de Chelsea prácticamente durante toda su estancia en la ciudad de Londres y se prestó a colaborar como corresponsal del jardín Botánico de Madrid, enviando noticias, observaciones, plantas y semillas de las que existían en el jardín londinense y en otros de la misma ciudad, junto a los almacenes y tiendas especializadas que expendían este tipo de productos tratando de resolver las demandas que le hacían desde España. En uno de estos encargos que hizo a mediados de 1830, a través del embajador como era habitual, se lamentaba por no poder adquirir las semillas para el Jardín de Madrid ya que en los Jardines ingleses tan sólo recogían aquellas semillas estrictamente necesarias para las siembras particulares y por tanto, en el caso de que existieran, su adquisición se debería hacer por encargo y con antelación. Tan sólo cuatro de las especies requeridas las halló en una tienda londinense, la de Mr Cherlwood, que conocía bien por ser su propietario miembro de la Sociedad Linneana de Londres. Además del envío de semillas, remitió las listas de existencias en la citada tienda, así como notas y observaciones sobre su cultivo que incluían aspectos comparativos con los datos que poseía de algunas especies comunes de España (12).
A diferencia de su compatriota Seoane, que con su Exposición razonada de la doctrina fenológica, publicada en Londres en 1825 y otras obras del mismo estilo de moda en Inglaterra por las teorías que contenían, Lagasca apenas pudo dar a conocer alguna obra de importancia, sin embargo, escribió algunos trabajos sobre varias familias de plantas. Resumió estudios botánicos y arregló colecciones locales y aunque se frustraron algunos proyectos editoriales por su defectuoso inglés – en francés por el contrario se defendía con soltura-, redactó en español algunos artículos que se editaron en las publicaciones de los emigrados españoles que ya hemos mencionado. Divulgó varios escritos en el periódico Ocio de los Españoles Emigrados, en el que incluyó su tercera versión de una monografía sobre las umbelíferas: Observaciones sobre la familia de las plantas aparasoladas, en los números de septiembre a diciembre de 1825; en el de junio de 1827 la necrológica de su amigo Francisco Fernández Gascó y la biografía de Simón de Rojas Clemente, ésta extraída de la Gaceta de Madrid del 27 de marzo de ese año (Yánez, 1842, 46).
Para Lincol Constance y Rafael Rodríguez, que se han ocupado del estudio de los trabajos botánicos de Lagasca en relación con las umbelíferas, Lagasca es el más importante botánico español de la primera mitad del siglo XIX, después de Cavanilles y, afirman que ocupa un lugar importante en el desarrollo de la sistemática de las umbelíferas de manera que aún hoy día sus trabajos permiten comprender el valor y significado de los caracteres que se utilizan para determinar los géneros de dicha familia. (Constance y Rodríguez, 1975, 138 y 146).
Tradujo del francés y aumentó con notas curiosas la Teoría elemental de Botánica de Decandolle, que éste había publicado en París en 1813. Volvió a componer e incorporar las novedades científicas a los Elementos de Botánica del mismo Decandolle, que había perdido en Sevilla y que había redactado y utilizado desde 1806 en sus clases en el Jardín Botánico de Madrid y que la censura de entonces le había impedido publicar; ambas obras tampoco pudieron imprimirse en esta ocasión (Yánez, 1842, 45 y 46).
(Continuará)


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