jueves, 15 de octubre de 2009

Cuadernos 12 La botánica en el exilio. Mariano Lagasca y el Hortus Siccus Londinensis (1827

LA BOTÁNICA EN EL EXILIO. MARIANO LAGASCA Y EL HORTUS SICCUS LONDINENSIS (1827)
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José Luis Maldonado Polo
Dtº Historia de la Ciencia. Instituto de Historia (CSIC).
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RESUMEN: El presente trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación sobre la historia del Jardín Botánico de Madrid en la primera mitad del siglo XIX. Dentro del esquema general, el objetivo principal de este trabajo trata de la etapa de Mariano Lagasca al frente de la institución y su posterior exilio al Reino Unido, tras el descalabro que supuso para la ciencia española el regreso del absolutismo de Fernando VII en 1823. En un artículo anterior se ha expuesto la intervención de Lagasca y Clemente como diputados de las Cortes Constitucionales durante el Trienio Liberal. En éste abordamos el análisis del contexto en que se produjo la aparición en Londres de la primera edición del Hortus Siccus Londinensis de Lagasca y su publicación en español, con la finalidad de dar a conocer un capítulo poco conocido de la botánica española.
PALABRAS CLAVE: Historia de la Botánica. Exilio. Inglaterra. Mariano Lagasca.
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LAS RELACIONES CIENTÍFICAS CON GRAN BRETAÑA. ALGUNOS APUNTES
Como es bien sabido a lo largo del Siglo de la Luces y las primeras décadas del siglo XIX, bien sea por razones de proximidad geográfica o de intereses políticos o dinásticos -recuérdese los pactos de familia de la Casa de Borbón y la mezquinas alianzas con Napoleón- el país con el que España habitualmente mantuvo una estrecha relación científica fue Francia.
Sin embargo son mucho menos conocidas las relaciones establecidas las relaciones establecidas entre Inglaterra y España, pues quizá entre estos dos países no ha habido siempre una relación tan fluida como con el país vecino, más aún si pensamos que hubo un franco enfrentamiento con numerosos conflictos bélicos y siempre con un trasfondo de intereses económicos en litigio.
No obstante, una relativamente larga lista de científicos españoles marcharon a finales del siglo XVIII al reino Unido como pensionados del Gobierno Ilustrado. Entre los que formaron parte de este contingente se encontraban naturalistas, médicos o farmacéuticos como Casimiro Gómez Ortega, Antonio y Carlos Gimbernat, José María Ruiz de Luzuriaga, Claudio y Esteban Boutelou, astrónomos y especialistas en náutica como José Mendoza y Ríos, o tecnólogos como Agustín de Betancourt, etc.
Los hermanos Boutelou, como pensionados por el gobierno español, recorrieron Francia e Inglaterra entre 1790 y 1798, para perfeccionar la botánica, agricultura y horticultura. Fruto de su estancia en Inglaterra fue la publicación de sus observaciones sobre la vegetación de los prados artificiales y naturales ingleses según el sistema de Linneo. Domingo Badía –Ali Bey- y Simón de Rojas Clemente también permanecieron una larga temporada en Londres para preparar un viaje al mundo islámico. Realizaron algunos trabajos botánicos, colectas de herbarios y mantuvieron contactos profesionales con colegas británicos como Banks, Herschel o Smith, con los que se entrevistaron para intercambiar opiniones sobre el proyectado viaje científico a África, viaje no estrictamente científico como sabemos sino con objetivos secretos de espionaje político.
Con el cambio de siglo las tensiones crecieron y las relaciones hispano-británicas adquirieron un fuerte matiz político. Los científicos ya no viajaron a Gran Bretaña de forma transitoria como pensionados o formando parte de comisiones con fines diversos, sino que la mayor parte de los científicos españoles que se establecieron en Inglaterra durante el primer tercio del siglo XIX, lo hicieron por razones políticas.
El momento culminante del flujo de científicos y otros profesionales de la cultura españoles a Inglaterra se produjo tras el aplastamiento de Riego y el fin del estado constitucional en 1823, dado que Francia ya no era, como en otras ocasiones, el refugio natural de los exiliados liberales.
LOS CIENTÍFICOS DEL TRIENIO LIBERAL EN EL EXILIO INGLÉS
El fenómeno de la emigración política es una constante e nuestra historia contemporánea. Dependiendo de cual fuera el signo político de los gobiernos instaurados, generalmente precedidos de conflictos bélicos, golpes y pronunciamientos militares, muchos de los españoles de ideología contraria fueron expatriados a países de acogida donde tuvieron que rehacer sus vidas para regresar en muchos casos cuando las circunstancias se lo permitieran.
A la emigración de los afrancesados, aquellos que sirvieron a José I y siguieron a sus ejércitos tras las derrotas de Salamanca y Vitoria, y la de los liberales que se produjo tras la restauración de Fernando VII, durante el sexenio de 1814 a 1820, siguió la de los absolutistas durante el Trienio Liberal y a ésta le sucedió inmediatamente otra nueva de liberales entre 1823 y 1833, a la que continuaron nuevas oleadas de emigrados carlistas entre 1837 y 1876 y, ya más cercana a nuestros días, las peregrinación de los republicanos españoles de 1939.
Sobre estas corrientes migratorias españolas, las lecturas del que fue un emigrante transitorio como el doctor Marañón son suficientemente elocuentes para la comprensión de este triste capítulo de la historia e interpretar algunos aspectos que van desde la influencia francesa en la política española a través de los emigrados, el significado del destierro, el universo intelectual, el deber de éste y su crítica desde el exilio, hasta la nostalgia y los sentimientos del desterrado (Marañón, 1947).
Tras la reacción absolutista de 1823 se produjo un gran vacío e la ciencia española. Muchos de los exiliados se trasladaron a Francia, donde permanecieron los más moderados, pero dadas las relaciones políticas con el gobierno galo presionado por el español, los más exaltados tuvieron que marchar a Inglaterra hasta el advenimiento de Luis Felipe, en 1830, en que volvieron a Francia. Muchos vivieron en la isla de Jersey, como Mariano Lagasca, protagonista de nuestro presente trabajo y en la que encontraría más tarde su destino otro emigrado ilustre: Víctor Hugo (Benito Ruano, 1967; Marañón, 1947, 50-52).
La mayor parte de los que salieron de Cádiz en octubre de 1823 encontraron en Gibraltar su primer efugio, como el marino y matemático Gabriel Ciscar, ex-regente del Reino, que permaneció en la colonia británica hasta su muerte en 1829. La mayoría, sin embargo, embarcó de nuevo rumbo a Inglaterra, que era casi el único país que les brindó asilo ya que la Europa continental, coaligada en su mayor parte para ahogar el brote liberal español, les cerró sus puertas (Llorens, 1968, 17).
Haremos hincapié y este es el significado principal de nuestro trabajo, en las actividades del grupo que los profesionales y científicos que también en un nutrido grupo tuvieron como destino final el Reino Unido, tras el varapalo sufrido por el régimen constitucional de 1820. Antecedentes que nos ayudarán a comprender el contexto en que desarrolló su tarea el protagonista del presente artículo, el botánico Mariano Lagasca y Segura y poder evaluar con ecuanimidad el trabajo que exponemos sobre su herbario de Londres (Hortus Siccus Londinensis).
De los científicos más destacados de este exilio en Inglaterra, de renombre europeo, podemos destacar entre otros al astrónomo y cartógrafo Felipe Bauzá, a los médicos José Manuel Aréjula, Mateo Seoane o Pablo Montesinos y al botánico Mariano Lagasca.
El primero de ellos, director del Depósito Hidrográfico de Madrid, no sobrevivió al destierro inglés; Aréjula como químico y médico fue una de las figuras máximas de la España Ilustrada, alcanzó gran renombre con sus trabajos sobre la fiebre amarilla y con la nomenclatura química. Aréjula que gozaba entre sus enemigos de fama de jacobino, como Director General de Estudios inauguró en 1823 la Universidad Central sufrió el destierro y murió en Londres en 1830. Mateo Seoane y Sobral, políticamente encuadrado en las filas del liberalismo exaltado, tuvo una importante labor como médico y legislador en las Cortes del Trienio. Junto con Luzuriaga fueron los primeros organizadores de la sanidad militar y pública en España y figuras clave de la medicina social española. Ambos representan la perfecta influencia del mundo ideológico y científico británico, cuyas enseñanzas pusieron en práctica las disciplinas médicas en España, según los modelos ingleses. Seoane fue también, al igual que Lagasca, profesor del Ateneo Español de Londres, dedicado esencialmente a la educación gratuita de los hijos de los emigrados (Valera, et. Al., 1998). Su compañero Pablo Montesinos se destacó como un claro precursor de Giner de los Ríos (Llorens, 1968, 33).
Junto a las actividades profesionales y la tarea institucional desarrollada por este grupo de españoles exiliados no podemos dejar de aludir a su labor difusora de las cuestiones científicas y culturales que tuvieron como órganos de expresión algunos periódicos y revistas inglesas, a las que se sumaron otras revistas en español publicadas por algunos de ellos igualmente en Inglaterra.
Además de El Ateneo de Londres, revista muy acreditada en Europa, de la que Seoane fue uno de sus fundadores y su principal redactor, los periódicos de los españoles emigrados en Londres publicados entre 1824 y 1829 fueron: El Español Constitucional, El Telescopio, Ocios de Españoles Emigrados, El Museo Universal de Ciencias y Artes, el Correo Literario y Político de Londres, El Emigrado Observador y el Semanario de Agricultura, sin olvidarnos delas Variedades de Blanco White y el Repertorio Americano de Andrés Bello (Llorens, 1968, 287-288). Prácticamente en todos se recogen en sus secciones noticias de las curiosidades mecánicas, nuevos inventos y aplicaciones útiles que se producían en el mundo occidental; reseñan las comunicaciones enviadas por las sociedades científicas inglesas y europeas en los campos de la física, química, astronomía, geología zoología, botánica y medicina.
Destaca en esta faceta las figuras del abogado José Joaquín de Mora y sobre todo la del editor y periodista Vicente Salvá Pérez que desplegaron una intensa actividad en Londres, sin dejar de lado el significado apoyo que proporcionaron al núcleo de exiliados españoles para sacar a la luz sus contribuciones científicas y culturales.
El primero de ellos colaboró en los Ocios de Españoles Emigrados y con el editor Ackermann en la publicación de la obra de Francisco javier Clavijero Historia científica de México que tradujo del italiano (Llorens, 1968, 159). Por su parte Vicente Salvá entró en el negocio del comercio de libros como socio de su cuñado Pedro Juan Mallén. Una vez en Londres reanudó este tipo de negocios editoriales, estableciendo su Librería Clásica y Española en la céntrica Regent Street, en la que se publicaron los Ocios de españoles Emigrados. Alcanzó notable fama entre los sectores intelectuales como un librero muy conocido y un gran bibliófilo. Su tarea editorial encontró un buen complemento en Londres con la que desarrolló la Imprenta Española, que estableció otro español expatriado, Marcelino Calero y Portocarreño, quien durante la primera época liberal española fue el redactor del Ciudadano por la Constitución (1812-1814) y después sobresalió también como un imaginativo inventor (Llorens, 1968, 62).
En el plano institucional los exiliados aportaron magníficas iniciativas para consolidar dentro de su grupo la ciencia y la cultura nacional, lo que pese a las dificultades de su situación de expatriados, les permitió mantenerse fieles a su ideología progresista tratando de incrementar la educación “española” a fin de mantener vivos los vínculos con la península. La creación del Ateneo Español de Londres (1827) proporcionó una instrucción elemental y gratuita a los hijos de los refugiados y se instauró bajo las mismas premisas que inspiraron el Ateneo de Madrid establecido a su vez en 1820. La idea de su fundación partió del capitán José Núñez de Arenas, de Mariano Lagasca y del jurista afrancesado Pablo de Mendibil, el mismo que en 1831 ejerció como profesor de español en el King´s College de la capital del Támesis. Su apertura se celebró el 16 de marzo de 1829 y contó desde sus comienzos con doscientos alumnos, ejerciendo sus labores docentes en el centro, el mismo Núñez de Arenas como profesor de matemáticas, el médico Seoane de topografía, Lagasca de botánico, Mendibil de gramática y Salvá de los rudimentos de griego, etc. (Llorens, 1968, 76-77)
LAGASCA EN INGLATERRA
(Continuará)

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