viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuadernos 126 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y NUEVE

Cuadernos 125 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y OCHO
Interprete de los sentimientos de mis colegas al paso que expresaba los míos delante de los inanimados restos de La-Gasca, en el acto de pronunciar su elogio fúnebre, hice la proposición de erigir un monumento público que eternizase su memoria: la propuesta fue acogida por todos los concurrentes y votada por unanimidad con el mayor entusiasmo en la primera sesión que celebró esta Academia. Las circunstancias del tiempo y otros obstáculos que se han interpuesto, han retardado el cumplimiento de dicha votación. Para que fuese más digno de nuestro sabio botánico el monumento que se le erigía, ha excitado esta Academia la generosidad de las corporaciones nacionales y extranjeras, de los españoles amantes de la Patria y de los sabios de otras naciones que tuvieron relaciones con él. Las contestaciones de varias corporaciones y particulares han sido muy satisfactorias y es de esperar que lo sean también las restantes, con lo que logrará Barcelona la dicha de poseer un monumento digno de los restos de este ilustre español, y la Academia cumplirá con el grado de publicar los nombres de los escritores y promovedores de tan buena obra.

Cuadernos 124 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y SIETE
Por fin, fortalecido con el testimonio de una conciencia pura, vio con calma acercarse aquel instante tan terrible para los malvados, y después de haber recibido todos los auxilios religiosos, murió de una angina de pecho el día 26 de junio de 1839, a las siete y media de la tarde, a los 62 años, 8 meses y 21 días de edad.
Nuestro respetable prelado, la municipalidad de Barcelona, las Corporaciones literarias de la ciudad y varias personas distinguidas se esmeraron en hacerle unas exequias correspondientes a su relevante mérito o a lo menos las más lúcidas que permitían nuestras costumbres. Esta Academia, como la más ligada con el ilustre difunto en atención a su objeto, tomó la iniciativa y confió el elogio fúnebre al menor de sus individuos, como si la cortedad del orador debiese realzar más la brillantez del objeto que se le confiaba ensalzar. Todos los periódicos de la ciudad publicaron la relación de dichas exequias y el elogio fúnebre que en ellas se improvisó. Muchos periódicos políticos del reino y científicos extranjeros, manifestaron en diferentes términos cuán sensible debía ser para los amantes de las ciencias entre ellos el artículo biográfico, inserto por su discípulo mensual que se publica en parís bajo el nombre de Anales de Ciencias naturales (véase el número de septiembre de 1840). Los botánicos de todos los países han manifestado por diferentes conductos su dolor por el fallecimiento de La-Gasca y consignado en varias obras los resultados de su laboriosidad, como un monumento eterno de los progresos que le debió la ciencia de los vegetales. Hasta su nombre queda inmortalizado en los fastos de la ciencia. Cavanilles fue el primero que le consagró un género de plantas compuestas en los Anales de Ciencias Naturales, año de 1800, género que comprendía una sola especie americana, “Lagasca mollis”: Humboldt, Bonpland y Kunth adoptaron el género Lagasca que por último ha admitido Decandolle en su Prodomus, tomo 6º, en la tribu de las vernoniáceas, dividiéndolo en dos secciones, la una que comprende la sola especie de Cavanilles, y la otra que corresponde a Lagasca de Lessing y abraza siete especies, todas también americanas. Tiene además nuestro consocio dedicadas muchas especies, que se denominan con su nombre adjetivado o puesto en genitivo. Tales son las crucíferas Iris Lagascana que le dedicó Decandolle en el tomo 2º de su Sistema universale, indicándola como vegetal de los reinos de Valencia Murcia, descrita por nuestro sabio en su Flora Española inédita bajo el nombre de Iberis spathulata, y la koniga Lagascae de Webb (Iber hispaniense, París 1838), planta de Sierra Nevada, hallada por La-Gasca y denominada Alyssumpupureum; la cristinea Heliantheman Lagascoe Dunal, planta española, conocida por nuestro sabio y adoptada con la misma denominación en el tomo 1º del Prodomus; la leguminosa Glycine Lagascoe que se halla descrita en el tomo 2º del mismo Prodomus, y La-Gasca había remitido seca a Decandolle; la compuesta Galoptilium Lagascoe, dedicada por Hooke a nuestro sabio y admitida en el tomo 7º del Prodomus; la violariácea Mnemion Lagascoe Webb (Ibidem), planta de Sierra Nevada, descrita por La-Gasca y Rodríguez con el nombrede Viola cenisia; la borragínea Echium Lagascoe Boissier (Elechus plantarum novarum minusque cognitarum in Hispania australi collectarum. Ginebra, 1838), especie hallada por dicho autor cerca de Málaga y Alhama, que La-Gasca había visto en Cádiz, etc. etc.

Cuadernos 123 Propuesta de decoración

Reproducción virtual de la decoración propuesta para conmemorar el AÑO LAGASCA.
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Cuadernos 122 LAGASCA, BOTÁNICO AGRÍCOLA

LAGASCA, BOTÁNICO AGRÍCOLA (1)
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R. Téllez Molina
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Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, Madrid
(Recibido el 1 de octubre de 1976)
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Resumen. El autor comenta algunos aspectos de la obra de LAGASCA relacionadas con la investigación agrícola, en especial sus trabajos sobre trigos españoles.
Summary. Some aspects of the work of LAGASCA related with his agricultural researches are commented, specially those devoted to Spanish wheats.
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La tardía incorporación de los botánicos españoles a las corrientes que ya prevalecían en Europa desde hacía casi medio siglo fue, sin duda, un acicate para LAGASCA, tanto en su propia formación como en el entusiasmo que puso en su labor científica. Por ejemplo, todavía a principios del siglo XIX se carecía hasta del más sencillo catálogo sistemático linneano de las plantas cultivadas en España. Y esto era previo a cualquier intento de mejora o progreso en la producción.
Muy pronto en su vida, en 1805, a los 29 años de edad, LAGASCA publicó un artículo (2) donde describía un Triticum aragonense, de grano vestido y que, careciendo de mayor información, resulta hoy imposible situar certeramente en el género Triticum L.
Terminada la guerra de la Independencia, incorporado LAGASCA al Jardín Botánico de Madrid, y nombrado profesor y director del mismo, dio un impulso verdaderamente notable al estudio de las plantas de interés económico. En concreto en el año 1815 redactó y difundió por todas las provincias (sic) españolas un opúsculo estimulando a médicos, farmacéuticos, sacerdotes, alcaldes y público en general a recolectar variedades de trigo y enviarlas al Jardín Botánico de Madrid: este fue el comienzo de la Ceres Hispánica, uno de los más ilusionados trabajos, junto con la Flora Española.
Varios colegas de LAGASCA le ayudaron en la elaboración de la Ceres Hispánica: CLEMENTE, ARIAS, RODRÍGUEZ y otros. De ellos, el más importante y cercano colaborador fue el primero, pero, sin duda, LAGASCA fue el mentor de todos ellos.
Publicó en 1816 Genera et Specie Plantarum quae aut novae sunt aut non recte cognoscuntur donde ya estudió el género Triticum en su conjunto. Se apoyó en LINNEO y aceptó los caracteres diferenciales que éste había establecido para las especies, y asimismo aceptó algunas de las que los inmediatos seguidores de LINNEO habían agregado. Este sistema de especies, para el trigo, resultó muy descriptivo y completo. Sin embargo, al estudiar los trigos de España, y siempre fiel a la sistemática linneana, LAGASCA se encontró obligado a crear ocho nuevas especies que aparecen en las publicaciones citadas anteriormente.
CLEMENTE seguía de cerca, científicamente, a LAGASCA; en 1818 publicó un apéndice, en la edición que hizo la Sociedad Económica Matritense de la Agricultura General de Alonso de Herrera, en que revisaba la sistemática de los trigos cultivados. En este apéndice deja de lado dos de las especies creadas por LAGASCA (T. aragonense Lag. (1805) y T. spinulosum Lag. (1816)), tal vez por no ser trigos cultivados, pero recoge todas las demás y agrega seis nuevas, identificadas entre el material acumulado para la Ceres Hispánica. De todas ellas se conservan pliegos debidamente rotulados en el Jardín Botánico de Madrid.
La proliferación de especies de trigos cultivados siempre era debida a la fidelidad con que ambos botánicos seguían las definiciones linneanas. Atribuían rango específico a la ausencia/presencia y al color de las barbas, y a la ausencia/presencia de vellosidad, y al color de las glumas, aplicando esto especialmente a los trigos duros que, lógicamente, LINNEO no tuvo oportunidad de observar, pero que LAGASCA y CLEMENTE habían estudiado a fondo en sus cultivos del jardín de Madrid.
Ni LAGASCA ni CLEMENTE publicaron más sobre plantas cultivadas pasado 1818. En 1820 fueron elegidos diputados a Cortes (3), y aunque su actividad política debió ser muy reducida –de hecho ninguno de los dos figura en la vida pública en forma destacada-, LAGASCA se encuentra obligado en 1822 a abandonar el Jardín Botánico, abandonar Madrid y, aún, abandonar España en 1823. Existe un escrito de ese año, 1822, en que LAGASCA encomienda a CLEMENTE sus notas y su herbario de la Ceres Hispánica; huye de Madrid, ante la presencia del Duque de Angulema y las tropas de la Santa Alianza en España, y se traslada con el monarca y las Cortes a Sevilla. Lleva consigo el material acumulado para la Flora española, y al salir de Sevilla hacia Cádiz embarcan desordenadamente su equipaje para enviarlo por vía fluvial. En el traslado fueron saqueados o destrozados y, en todo caso, perdidos estos documentos. Por fin, el 1 de octubre de 1823, Cádiz se rinde al Duque de Angulema y los diputados pasan a Gibraltar, y desde allí a Inglaterra, comenzando un penoso exilio que, para LAGASCA, duró once años. CLEMENTE quedó en Madrid y, en 1825, es nombrado director del Jardín Botánico. Muriendo en 1826.
Pasando al siglo actual, poco antes de 1950 se convino una colaboración entre el Jardín Botánico de Madrid y el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas. Los respectivos directores, el Profesor D. ARTURO CABALLERO y el Ingeniero Agrónomo D. RAMÓN GARRIDO, encargaron a otro colega (M. ALONSO PEÑA) y a mí el estudio y publicación de Ceres Hispánica. Después de conocer lo que existía en el jardín Botánico (herbario, láminas y legajos con multiples notas), investigamos en otras bibliotecas y archivos donde pudiera encontrarse el texto original de la obra que LAGASCA y CLEMENTE afirmaban haber concluido. No tuvimos éxito en esta búsqueda, y estamos inclinados a opinar que, en realidad, los autores no llegaron a redactar y dejar lista para publicación la referida Ceres. Así, pues, revisamos la nomenclatura de los pliegos del Botánico, reordenamos el herbario y recogimos en una publicación (4) todo lo que LAGASCA y CLEMENTE dejaron en forma manuscrita.
Casi simultáneamente el I.N.I.A. realizó otra exploración de las variedades de trigo presentes en España en los años 1950, y lo cierto es que, prácticamente, la colección que obtuvimos fue la misma que LAGASCA Y CLEMENTE lograron reunir 150 años antes. Probablemente, la distribución actual de variedades en nuestras tierras es muy distinta.
La multiplicidad de especies del género Triticum que crearon LAGASCA y CLEMENTE era correcta, si es que se siguen de cerca los puntos de vista de LINNEO. En éste, como en muchos otros casos frecuentes en España, estos aciertos no fueron desarrollados por otros investigadores ni tampoco tuvieron gran eco fuera de nuestras fronteras.
Más de un siglo después Vavilov volvió a resaltar el hecho del paralelismo sistemático de las especies dentro del género, por supuesto sin conocer la labor de LAGASCA y CLEMENTE en los trigos españoles. Sin, embargo, desde entonces se atribuye a Vavilov el principio de las series homólogas, a su vez consecuencia de las leyes de Mendel establecidas unos 50 años después de las observaciones de los dos botánicos españoles.
LAGASCA fue, pues, un botánico moderno y bien informado que intuyó hechos y leyes de alto interés científico como resultado de un trabajo intenso y enfervorizado; que desarrolló su trabajo en difíciles condiciones y que, desafortunadamente, no divulgó eficazmente su resultados.
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(1) Trabajo leído en la sesión dedicada a LAGASCA en el Simposio conmemorativo del centenario del botánico.
(2) LAGASCA, M. (1805) Caracteres diferenciales de once especies nuevas de plantas y de otras poco conocidas. Variedades de Ciencias, Literatura y Artes 2 (4): 212
(3) MESONERO ROMANOS (1926). Memorias de un setentón 1: 215. Madrid.
(4) TÉLLEZ MOLINA, R &m. ALONSO PEÑA (1952). Los trigos de la Ceres Hispánica de Lagasca y Clemente. I.N.I.A. Madrid.

Cuadernos 121 Cuento de Navidad

EN EL PESEBRE, LAVANDA SECA
(En a peseprera, espígol xuto)
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Por Chusé María Cebrián Muñoz
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Érase una vez -así comienzan los verdaderos cuentos- una niña que vivía a 53 kilómetros de la ciudad de Madrastra. Al nacer era un poco mayor que un ovillo de lana con carita de manzana espedriega. Como era constumbre, le nombraron padrinos y estos meditaron sobre qué nombre le pondrían a una “cosa” tan menuda y tan delicada. Unos días antes del bautismo todavía dudaban entre los cuatro nombres que barajaban: Marina, Escolástica, Aurora y María del Mar. Finalmente optaron por este último y todos la llamaron desde entonces Marimar. Tenía a sus padres, desde hacía tiempo, más que preocupados por su gran sensibilidad y por su precaria salud. Apenas sostenía sus diez añitos sobre unos pies diminutos. Su cuerpo, también menudo, lo coronaban dos cortinillas de pelo lacio que caían sobre sus mejillas pálidas. Ocultaba dos pequeños ojitos muy al fondo de la cara y sus labios apenas dejaban intuir una línea quebrada semidibujada entre la nada. Vestía como un chico y tenía la fuerza y el tesón de una niña. A la salida del colegio, jugaba entre la áspera maleza de Las Espeñas con los niños de su edad. También ayudaba al mosén en la misa de los domingos sin mucha convicción, mientras vigilaba las figuras de los santos apostadas a la entrada de las capillas. Le gustaba el reflejo de luz que los dos óculos de la capilla de la Virgen del Rosario mandaban al medio día sobre el retablo acristaladamente barroco de la Virgen del Mar. Parecía un juego entre hermanas, entre vírgenes. Ella soñaba a veces con la Virgen del Mar y hasta sentía el vaivén de las olas del mar sobre su almohada. Nada más empezar el otoño había comenzado quinto de primaria en el colegio de su villa natal, a la vez que habían vuelto los persistentes dolores de estómago y los vómitos. Sus padres la bajaron al médico sin resultado alguno. No tiene nada -le dijo la doctora a los padres mientras la miraba a los ojos tratando de penetrar en los pensamientos de la niña. Será tristeza o quizá esa sensación de vértigo frente al vacío de los días y la rutina de las horas -soltó a bocajarro la doctora, dándoselas de psicóloga. De vuelta a casa se entretuvo bajo la liloilera (Syringa vulgaris) de Las Acequias a recolectar flores y frutos del otoño. Su conocimiento de la naturaleza crecía día a día y, particularmente, el de las especies que crecían de forma natural en los alrededores de la villa. Sus padres no la dejaban alejarse mucho más allá de los peirones y le recriminaban su poco afán por la lectura, pero ella, que era intuitiva y curiosa, había aprendido a leer en las plantas, en los pájaros, en las nubes que traía y llevaba el viento del Moncayo, más que en esos librotes gordos y aburridos.

Aquella noche, al acostarse en la cama, puso la mano debajo de la mejilla en una posición que era una forma de acomodo y de sosiego a la vez. De repente sintió que un suave aroma llegaba hasta su nariz. Era un olor profundo y muy grato. Se incorporó del lecho tratando de adivinar el lugar de procedencia. Si acaso, serían vahos que su madre habría puesto en la habitación por prescripción médica. Sin embargo, nada vio ni nada encontró que diera respuesta a su curiosidad. Decepcionada, procuró dormir de nuevo y, al pasar la mano por la nariz tratando de arrebujarse en el lecho, volvió a sentir el aroma en su interior. Aquel olor de nuevo, aquel aroma cálido y penetrante, aquella sensación de paz y de sosiego le permitió dormir sin el más mínimo dolor y sin el más lejano temor. A la mañana siguiente continuó sintiéndose bien, y al día siguiente y al siguiente. El cambio fue radical y sus padres tampoco acertaban a explicarse lo sucedido. Pero ella volvió a hacer el recorrido del día anterior paso por paso, punto por punto, tratando de descubrir qué planta había impregnado el aroma de su mano. Miró, olfateó y probó todo tipo de bayas y frutos otoñales hasta dar con la planta que le daba aquella sensación de seguridad y tranquilidad que ella necesitaba. Su mano acarició sus espigas y al instante toda una sinfonía de aromas la inundaron de nuevo. Había encontrado el remedio para su mal en el conocimiento de la naturaleza, en la maravilla de la creación, en el don que cada día nos dan las plantas. Guardó su secreto como el que guarda el mayor de los tesoros. Nada dijo a sus padres ni a sus amigos del colegio y, sin embargo, desde aquel día tomó con más ahínco el estudio de la botánica y no descuidó sus paseos por el campo observando y clasificando plantas.

En la parroquia, un cura joven estaba preparando la Navidad con todos los niños del lugar. A la caída de la tarde otoñal, cuando el sol se descuelga suavemente sobre las serratillas de poniente y deja onduladas brumas blancas acariciando el estrecho valle del río Frasno, Marimar dejaba sus tareas y marchaba hasta los muros mudéjares del imponente templo. Tenían que hacer un belén viviente y recrear los personajes que se relatan en los Evangelios. Los preparativos fueron largos pero, por fin, todos tuvieron su papel. La escenificación de la Navidad se hizo conforme está reflejada en una pintura que cuelga de los muros de la iglesia. Se trata de un coro de ángeles en lo alto de una nube con un cartel que dice: “Gloria In Excelsis Deo”. Debajo, un grupo de pastores con instrumentos musicales adoran al Niño mientras le ofrecen un corderillo. En la escena central la Virgen y San José presentan al niño que yace sobre una inmaculada sábana blanca. Sin embargo, en la representación de ese año se hizo un pequeño cambio: el niño Jesús no dormía sobre un lienzo blanco, no. El niño Jesús apareció dormido sobre un lecho de espígol en el pesebre del portal de Belén. Solo los padres comprendieron entonces el “milagro” que se había operado en su hija. Miraron, cómplices, a su hija y le sonrieron. Con los años Marimar fue a estudiar a Madrastra. Eran las 20 horas de un 24 de diciembre de 2010 y estaba redactando una biografía del gran botánico encinacorbero, Mariano Lagasca. Sobre la mesa de su laboratorio de la Universidad de Madrastra tenía una probeta con un manojito de lavanda en su interior. Por un instante su mirada tropezó con el espliego, recordó nostálgica aquellos hermosos días de su infancia y apenas pudo contener las lágrimas. El tiempo había pasado tan rápidamente y ya habían dejado su existencia tantos seres queridos… Sonó el móvil y oyó al otro lado del auricular una vocecita tierna y tímida que le decía: “Mamá, te esperamos para cenar”. ¿Recuerdas?... es Nochebuena.*

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miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuadernos 120 Lagasca y el Origen de la Instrucción Pública

ORIGEN DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA EN ESPAÑA
Por José María Cebrián Muñoz
Hay un mito, muy extendido en nuestros días, que viene a decir que hasta que no llegó el socialismo al poder no hubo “nada de nada” en la enseñanza de nuestro país. Decir eso en la España de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, la Universidad de Salamanca o Santiago Ramón y Cajal parece temerario, sin embargo, se dice y se airea con absoluta desfachatez e intencionalidad. Se obvia lo complejo de nuestro devenir histórico y de nuestras acciones y reacciones humanas. Se oculta, a veces, el esfuerzo personal de mucha gente tratando de promover el bien común y la liberación del hombre a través del conocimiento. Ignoran muchos, pero no los encinacorberos, que uno de los sabios de mayor prestigio en la Europa de su tiempo vital, Mariano Lagasca, “estudio de pobre” trabajando a la vez. Cuenta Vicente Martínez Tejero, de Lagasca, que siendo éste estudiante “suplica” a la Universidad de Zaragoza que “no hallándose con medios” para obtener los grados de bachiller en Filosofía y Medicina, “se digne admitirlo para uno de pobre de los que da esa universidad”. Nobles, Cabildos, Escolanías, Gremios, Seminarios, Ayuntamientos y Universidades de toda España tenían abiertos centros de enseñanza hasta mediados del siglo XIX en que se promulga la famosa ley Moyano. Tiempo atrás, también, se llevó a América nuestro modelo de Universidad, y la instrucción de los indios, fue una preocupación constante de franciscanos y jesuitas. Pero en el siglo XIX, el siglo del Liberalismo, las ideas de la Revolución Francesa se extienden como pólvora de norte a sur y de este a oeste de Europa. En esta España decimonónica a Lagasca se le tilda de afrancesado (a pesar de que renunció a los honores que le rendía la administración napoleónica y se enroló el ejercito español) y es, quizá por ello, una de las figuras clave en el intento de implantar la enseñanza básica y obligatoria, para todos los niños españoles. Es famoso su discurso de apertura del Real Jardín Botánico de Madrid del año 1821 en el que de forma clara y contundente, siendo Diputado a Cortes por Aragón, y en el seno de la Institución de mayor prestigio científico de la España de entonces, propone los tres grados de la Enseñanza: primaria, secundaria y universitaria. La primera gratuita y universal, las otras voluntarias. Propone además un sistema de financiación y un sueldo mínimo a los maestros para evitar su absentismo de la tarea docente. El intento no cuajó, entre otras cosas por la deriva del Trienio Liberal (1820-1823), el regreso del absolutismo borbónico (entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis) y el exilio de muchos liberales. Sin embargo, este deseo de los liberales, no se llevaría a cabo hasta mediados del siglo XIX y con cargo al presupuesto de los ayuntamientos. La España del siglo XIX se desangra con la Guerra Carlista y las otras guerras de segregación abanderadas por la burguesía criolla americana (Simón Bolívar era de origen vasco). No fue, la americana, una guerra de independencia -del pueblo nativo- contra la corona española como se quiere presentar ahora (otra falacia). La burguesía criolla vio la forma de independizarse de una España en regresión tras la invasión francesa. A continuación, esa burguesía dominante, impuso La Lengua Castellana como lengua obligatoria en los nuevos países hispanoamericanos y a esas gentes nativas que tan valientemente habían combatido a su lado, como forma, ahora, de dominación. Es un esquema que comprenderemos bien si observamos la actitud actual de catalanes, vascos y gallegos. Finalmente, en el año 1857 el ministro liberal Claudio Moyano Samaniego publica la ley de “Instrucción Pública” que declara obligatoria la enseñanza primaria en toda España. Los muchos gastos militares hicieron que el dinero obtenido en las sucesivas desamortizaciones y la supresión de muchas cátedras de teología, no llegara al fin previsto y se “perdiera” en unas guerras que destrozaron España. La instrucción del pueblo español siguió renqueante y muchos maestros abandonaban la escuela al no percibir salario alguno para su subsistencia (“pasas más hambre que un maestro de escuela”). Fue Lagasca un ejemplo de esfuerzo personal. Una isla en un océano de conflictos y, a la postre, un romántico que aceptó su lucha con valentía y entrega. Lagasca que fue Director del Real Jardín Botánico de Madrid fue además de un enorme científico un gran pedagogo. Elaboró un gran número de programas y textos con los que organizó la enseñanza en el Real Jardín Botánico. Gracias a su tesón se conserva el herbario de Mutis. Estando exiliado en Londres confeccionó el Hortus Siccus Londinensis con un claro afán didáctico. Él es el primer referente español sobre la universalización de la “Instrucción Pública” y comprendió muy pronto la necesidad de que el profesorado compartiera experiencias, opiniones y de que trabajara y se organizara de forma coordinada. A este fin instó al Gobierno de Isabel II para que se creara “La Junta de Profesores”, encargada de la dirección y administración del Museo de Ciencias Naturales cosa que se hizo por Real Orden de 21 de septiembre de 1837. Esta medida, quería el encinacorbero, que se hubiera extendido a todo los establecimientos de enseñanza de España. Lagasca murió en el palacio Episcopal de Barcelona… estudiando y enseñando, en 1839. Dice el doctor don Agustín Yáñez y Girona, de Lagasca, en los últimos días de su vida: “… vi animarse su rostro cadavérico, al revolver los pliegos del papel, mostrarme algunas de sus queridas gramíneas, y explicarme las diferencias entre las salvias que tenía recogidas”. Tal fue la vida y la muerte de don Mariano un ejemplo que debería estar presente en esta generación de la abundancia. Ahora los jóvenes, ¡lo quieren todo y lo quieren ya! A Lagasca en Sevilla, camino del exilio, le destruyeron la Flora Española que representaba el esfuerzo de más de 20 años de trabajo científico… y empezó de nuevo. Lagasca murió pobre, pero adelantó en cien años la teoría de la evolución en los vegetales.

Cuadernos 119 Elogio de Lagasca

Foto tomada el 1º de octubre en las tapias de José Luis Casanova
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y SEIS
En este lastimoso periodo de su existencia, recibió noticias del nombramiento de socio corresponsal con que le manifestó su aprecio en 14 de abril la Sociedad Farmacéutica Lusitana; disponiendo la providencia que, así como una corporación médica fue la primera en distinguirle con el título de socio, otra corporación farmacéutica fuese la última en manifestar al orbe civilizado el respeto que se debía a su relevante mérito. En aquellos últimos de su vida manifestó mucho afecto a varios individuos de esta Academia, entre los que no puedo tener el honor de contarme porque las atenciones que tuvo conmigo eran un puro afecto de su modestia y benevolencia. Estimó particularmente a nuestros malogrados consocios don Joaquín Doménech y don Pastor Rosés, de quienes había formado las más bellas esperanzas, muy ajeno de que pronto debía seguirle y acompañarle a la tumba estos dos jóvenes, como dos plantas segadas por la guadaña antes de completar su florescencia. Hablaba siempre con especial cariño de nuestros consocios ausentes, amigos íntimos suyos, don Mariano Graells y don Eduardo Carreño, y en términos tan expresivos de su talento y constancia, como si este último debiese ser su sucesor en la botánica nacional, y aquel su representante en la zoología española. Los presentimientos de nuestro sabio moribundo han fallado desgraciadamente en cuanto a Carreño, victima de su celo y laboriosidad en París y cuya temprana muerte lloran todos los amantes de las Ciencias. ¡Quiera Dios que a lo menos se verifiquen en cuanto a nuestro Graells!

jueves, 23 de septiembre de 2010

Cuadernos 118 Lagasca en la revista del Centro Aragonés de Valencia

ANTE LA PROXIMIDAD DEL AÑO DEDICADO AL BOTÁNICO MARIANO LAGASCA (2014)
José María de Jaime Lorén
[1], Pablo de Jaime Ruiz[2]
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Desde la publicación digital CUADERNOS DE ENCINACORBA, que en esta misma localidad zaragozana impulsa José María Cebrián Muñoz, se ha lanzado la idea de dedicar el próximo año 2014 a evocar la memoria y los méritos de uno de los botánicos españoles más importantes de todos los tiempos. Se trata de Mariano Lagasca Segura, quien, por cierto, pasó en Valencia una etapa de su vida que apenas conocemos, y que sería conveniente estudiar.
Efectivamente, entre la Ilustración y el Romanticismo aparece este naturalista de Encinacorba (1776), sin duda la figura más sobresaliente de la botánica española de todos los tiempos. Formado botánicamente en Zaragoza con Echeandía y en Valencia con Vicente Alfonso Lorente, conoció personalmente al célebre naturalista alemán barón de Humboldt quien admiró su habilidad en la determinación de las especies.
En 1800 se trasladó de Valencia a Madrid a pie para herborizar a lo largo del trayecto, llegando a la capital con un enorme herbario y aspecto de mendigo. Allí conoció a Simón de Rojas Clemente surgiendo entre ambos una entrañable amistad que no pudieron romper “ni la ausencia, ni las amenazas de la vil adulación, ni las vicisitudes políticas de nuestra desgraciada patria”. En el Jardín Botánico entró en contacto con Cavanilles al que causó una magnífica impresión científica, que le valió para ser considerado alumno pensionado y la comisión para recoger plantas y datos de geografía botánica.
En 1801 y 1802 Lagasca publicó diversos trabajos botánicos concibiendo la idea de elaborar la “Ceres Española” utilizando el sistema linneano, a diferencia de la “Flora Española” que había iniciado Quer en el siglo XVIII según el sistema de Tournefort. A su vez en las montañas de Asturias encontró el liquen islándico, Cetraria islandica, del que se importaban grandes cantidades para ser usado en farmacia, comunicando muchos de los datos obtenidos a su paisano y amigo Isidoro de Antillón, que los utilizó en su “Geografía de España y Portugal”.
Sus trabajos no siempre progresaron conforme a su voluntad, tal como indicaba al marqués de Rafal: “La falta de recursos para imprimir y el haberme negado el Gobierno de Carlos IV su auxilio, que imploré al efecto, han sido la causa de que no haya publicado ni aquellos mismos trabajos, que manuscritos suplían, en parte, a los discípulos la falta de libros para la enseñanza de la Botánica. No pude ni publicar un resumen por motivos que juzgo conveniente sepultarlos en el olvido”.
Tras la invasión de 1808, José Bonaparte encargó a Lagasca la dirección del Jardín Botánico de Madrid, pero el aragonés huyó a Salamanca para alistarse en el ejército español que combatía a los franceses. Terminada la guerra regresó a Madrid, donde pasó una época de penurias a causa de haber sido acusado de afrancesado e irreligioso, aunque logró la rehabilitación y el nombramiento de director del Real Jardín Botánico de Madrid, cuyo prestigio logró rehabilitar del deplorable estado en que yacía.
Publicó entonces diversas obras hasta que a finales de 1822 se trasladó con el Rey y las Cortes a Sevilla. En los trágicos sucesos sevillanos de 1823 Lagasca perdió para siempre lo más selecto de su herbario, biblioteca y manuscritos que fueron arrojados por los absolutistas al Guadalquivir. Por decreto fueron declarados traidores y reos de muerte los diputados que, como el botánico de Encinacorba, habían votado a favor de la destitución de Fernando VII en la última sesión de Cortes. A través de Cádiz y Gibraltar logró huir a Inglaterra, donde continuó sus trabajos en el Jardín Botánico de Chelsea.
Como el clima londinense no favorecía su salud, pasó a la isla de Jersey donde residiría hasta 1834 publicando diversos trabajos botánicos, hasta la muerte de Fernando VII y la consiguiente amnistía que dio la reina María Cristina. Lagasca regresó a Madrid tras recibir honores a su paso por Francia, y, pese a las intrigas de sus enemigos, fue confirmado como director del Jardín Botánico de la capital.
Cansado, enfermo y con escasos recursos económicos, a fines de 1838 marchó a Barcelona en busca de un clima más favorable, donde falleció el año siguiente.
Además del género que le dedicó Cavanilles, una veintena de especies llevan su nombre como perpetuo homenaje de los botánicos de diversos países. Es significativo que más de la mitad de los numerosos trabajos que estudian su obra, lleven la firma de autores extranjeros.
[1] Universidad CEU Cardenal Herrera. Valencia
[2] IES Francés de Aranda. Teruel

lunes, 21 de junio de 2010

Cuadernos 117 Elogio de Lagasca

La primavera en Encinacorba.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y CINCO
Sin embargo, de un estado de debilidad que iba acrecentándose por momentos, aún buscó su consuelo en el estudio de los vegetales; recogió algunos por sí mismo, reunió otros que le proporcionaron, los tenía envueltos en papeles en su cuarto, los colocaba en el mirador del palacio episcopal para desecarlos, los examinaba con frecuencia, y hablaba de su objetivo favorito, siempre con entusiasmo. Entre todos sus admiradores se distinguió también en esta parte don Ignacio Graells, su íntimo amigo desde 1799, quien le enviaba con frecuencia plantas frescas desde Caldas de Monbuy, prestándole este servicio para consolarle en los últimos días de su vida. ¿Qué alegría, que satisfacción experimentó al ver por primera vez y en estado de completa fructificación, antes de morir, la Salvia officinalis de Linneo? En vano la había buscado por espacio de más de 40 años; la había visto, en verdad, seca en el herbario del padre de la Botánica; había visto y clasificado muchas especies, ya indígenas, ya exóticas de este precioso género; había denominado Salvia hispanorum a la especie representada por Cluisio bajo el nombre de Salvia cretica angustifolia, no distinguida por Linneo, abundantísima en Extremadura, las dos Castillas, Aragón, etc., y llamada vulgarmente salvia fina, salvia del Moncayo; pero vio por primera vez en momentos tan críticos para su vida, la especie officinalis L., que crece espontánea en Cataluña y se cultiva en sus jardines. No es posible expresar con qué afán se dirigió a los conocidos para que le procurasen todas las especies y variedades de salvias naturales del país o cultivadas en la ciudad, y yo tuve el gusto de proporcionarle ejemplares del Jardín del Colegio de Farmacia. Pocos días antes de su fallecimiento, cuando ya no podía casi tenerse en pie, le vi como se esforzaba, sin embargo, para coger del suelo del mirador los paquetes de sus plantas; pero yo me anticipé, puse dichos paquetes sobre una mesa, en frente de la que él se sentó, y vi animarse su rostro cadavérico, al revolver los pliegos del papel, mostrarme algunas de sus queridas gramíneas, y explicarme las diferencias entre las salvias que tenía recogidas.

Cuadernos 116 Elogio de Lagasca

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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y CUATRO
Estos consuelos, no obstante, estas consideraciones nada podían para contrarrestar los progresos de una formidable dolencia. Se creyó que iba a fallecer en el invierno de 1838, y se le aconsejó que se trasladase a un clima más benigno que la capital del reino. Se decidió por Barcelona, en donde se le acogió con gran generosidad y delicadeza, y el venerable Prelado de la Diócesis de dicha capital lo alojó en su mismo palacio en diciembre de dicho año, habiendo llegado a esta ciudad el día 21 de dicho mes. Pero ni las más finas atenciones de parte del señor Obispo ni la asistencia más puntual de sus médicos y amigos, ni todos los demás cuidados pudieron conseguir otra cosa que prolongar por medio año una existencia tan preciosa.

Cuadernos 115 Elogio de Lagasca

Hojas de carrasca.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y TRES
Pero todos estos honores no mejoraron la posición de La-Gasca, que se iba agravando más y más por momentos. Destituido de todo recurso correspondiente a su edad, a sus hábitos y al estado, cada día más alarmante, de su enfermedad; privado casi absolutamente del sueldo por la penuria del erario, consiguiente a una guerra civil devastadora, se vio expuesto a todos los horrores de la miseria, que sufrió con la más estoica resignación. Esta era la última prueba que debía sufrir su virtud. En tan críticos momentos, algunos catalanes hicieron un acto de desprendimiento a favor suyo. Los que confunden la prodigalidad con la liberalidad, y pesan en la misma balanza los severos principios de la economía con los sórdidos cálculos de la avaricia, suelen tachar a los catalanes de tacaños: la suscripción secreta que se abrió en Barcelona para el socorro de La-Gasca en una ocasión tan lastimosa, y en que la mayor parte de los suscriptores fueron personas de escasísima fortuna, es un testimonio convincente de que en Cataluña existen, como en las demás provincias españolas, sujetos filantrópicos y desinteresados. La-Gasca fue socorrido, sin saber por quién ni de que manera, nueva delicadeza que realza el valor del corto socorro que se le proporcionó. En honor de esta Academia, no puedo menos de decir que uno de sus individuos dio aviso de la apuradísima situación de nuestro consocio, que otro individuo de ella estuvo ala cabeza de la suscripción y que varios otros socios tomaron parte en tan buena obra. ¡Oh, si fuese posible publicar los nombres de todos estos bienhechores!

Cuadernos 114 Elogio de Lagasca

Uva recién esporgada, foto del 12 de junio de 2010.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y DOS
Sin embargo, de estos contratiempos y del fatal estado de su salud, aún prestó servicios muy especiales a la causa de las Ciencias españolas. Sus repetidas instancias obtuvieron por fin del Gobierno la creación de la Junta de profesores, encargada exclusivamente de la dirección y administración del Museo de Ciencias Naturales por Real Orden de 21 de septiembre de 1837, medida que debiera generalizarse en los establecimientos de enseñanza, si se quiere que progrese como corresponde, a pesar de las declaraciones con que se han expresado en la tribuna pública oradores muy de primer orden, arrastrados de buena fe por una teoría halagüeña que está en contradicción con los hechos. La-Gasca estaba tan penetrado de la importancia de esta medida, para cuya consecución había visto trabajar en vano durante toda su vida, que en el primer momento exclamó: “ya está salvada la Botánica española”. Fue nombrado al mismo tiempo presidente de dicha Junta y condecorado después con la Cruz de Comendador de la Orden de Isabel la Católica, con lo que quiso el Gobierno recompensar sus eminentes servicios. Y la nueva Academia de Ciencias Naturales de Madrid, nombrándole socio, atestiguó, de parte de los sabios profesores de la Corte, la misma consideración a su mérito que el Gobierno.

Cuadernos 113 Elogio de Lagasca

Serbal o "azarollo" cuyo fruto, la azarolla, cuando está verde es muy astringente.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y UNO
Es público, señores, que antes de la enfermedad de Fernando VII, se mitigaron mucho algunas veces los rigores del Gobierno absoluto, que varios españoles respetables pudieron regresar a su país y verse repuestos en sus destinos, en los que sirvieron a la España como era de esperar de su ilustración y patriotismo. No dudo que La-Gasca hubiera sido uno de estos, si no se hubiese hallado comprendido en aquella categoría que hasta quedó exceptuada en los primeros actos de clemencia y de justicia de Cristina. Más al fin llegó la época de la reparación. La-Gasca fue entonces comisionado por la Reina Gobernadora para procurarse plantas y semillas para los Jardines Reales y que con este motivo se trasladó de Jersey a Londres en agosto de 1834, en donde se las procuró fácilmente y se despidió con la mayor cordialidad de sus sabios y generosos protectores. Pasó enseguida a París para reunirse con su familia, visitó los establecimientos de la populosa capital del continente y logró conocer personalmente a varios de sus sabios corresponsales que lo recibieron con los brazos abiertos y rivalizaron con los botánicos insulares en manifestarle su aprecio, no menos que los de Lión, Aviñón y Montpelier, en cuyos puntos se detuvo algunos días. Por fin pisó en Cataluña por primera vez el suelo patrio del que había sido lanzado por el lado opuesto, once años antes, y entró en esta ciudad a últimos del año 1834. Uno de nuestros consocios, el doctor don Mariano de la Paz Graells lo recibió al aparcarse la diligencia y lo conoció en vista de un gran manojo de plantas que tenía en la mano y había recogido en el camino. Al oír pronunciar su nombre por un joven, no dejó de sorprenderse, pero luego lo abrazó tiernamente y se dejó conducir por él a la habitación común de Graells padre, y el doctor Félix Janer, en la que tuvo el hospedaje que correspondía a su antigua amistad. Alrededor de un mes permaneció en Barcelona, ocupándose en herborizador de los contornos y examinar el herbario del Museo de Salvador. Allí pasó muchos días desde el principio de la mañana hasta la noche, sin acordarse de nada no atender a su edad avanzada y quebrantada su salud, ni hacer caso del rigor de la estación, a pesar de las insinuaciones de sus amigos, como si hubiese vuelto a sus primeros años. La memoria de los ilustres farmacéuticos y esclarecidos botánicos Jaime y Juan Salvador, amigos del insigne Tournefort, y honor de la Facultad y de España en los siglos XVII y XVIII, le llenaba de un religioso respeto. Apenas pudo recorrer con toda detención más que sus favoritas crucíferas del herbario y se pronunció en términos muy fuertes contra el atentado que decía haber cometido Pourret de enmendar los nombres propuestos por los dos famosos fundadores del Museo para adaptarlos a la nomenclatura linneana. ¡ Tal era su delicadeza es respetar los derechos de todos los botánicos y tal su pasión por el honor y lustre de los españoles! Llegado a Madrid después de unos doce años de ausencia del jardín de sus delicias, se encargó de la enseñanza con el más vivo entusiasmo para utilizar, en bien de su patria, su prodigioso saber y dilatada experiencia. Mas ¡Ay! su satisfacción fue muy efímera, pues sus achaques se agravaron con los disgustos que no podía esperar después de pruebas tan relevantes. Pronto los gobernantes, y casi todos los españoles, se vieron ocupados con el horroroso desencadenamiento de pasiones y no se aprovecharon los frutos que su regreso podía haber producido. Enemigos envidiosos, que se veían pequeños a su lado, le suscitaron todo género de embarazos e injustas persecuciones. Las diligencias que practicó para reivindicar la Ceres española fueron inútiles, habiéndosele herido en lo más vivo de su corazón con la suposición que hizo de que no había tenido la menor parte en ella. En vano se produjo el testamento de Clemente, que cuando llegó al Gobierno todos sus manuscritos y producciones, expresaba con claridad lo que debía volverse a La-Gasca por ser propiedad suya. En vano se patentizó con el examen de los ejemplares la diferencia entre los de nuestro sabio y los de Clemente, por hallarse notados con sus respectivas letras y hasta estar envueltos en papel diferente; en vano se pusieron de manifiesto los catálogos de las siembras anuales y observaciones que formarían tomos enteros; en vano se justificó que las láminas dibujadas por sus discípulos, entre ellos por don Pascual Asensio, distinguido catedrático de Agricultura en el Jardín Botánico de Madrid y grabados por Boix, que existen en poder del Gobierno, habían sido compradas con diverso dinero de La-Gasca. Nada de esto bastó y no es de extrañar que en época de trastornos quedasen supeditadas por las intrigas, la razón y la justicia. He insistido en este punto, porque es uno de los títulos de las glorias de La-Gasca, que más se le ha querido disputar, y para lo que se ha invocado el testimonio de un difunto que creían no podría desmentir las falsas suposiciones. Hasta se apeló a la pequeñez de la diversidad de matiz político para desacreditarle. Esto no era nuevo para él; en otro tiempo se le había tachado de afrancesado, por que de veras protegió a Clemente, perseguido sin razón por el mismo motivo, a pesar de haberse fugado de Madrid en el apogeo del poder de José y de haber servido con tanto esmero en los ejércitos nacionales. En época menos lejana se le acusó de anarquista y revolucionario porque cumplió con entereza los deberes de representante del pueblo, sin embargo de que nadie más que él odiaba todo desorden. Últimamente fue presentado como… más apartemos la vista de este lamentable cuadro de las miserias humanas y desnudémonos de toda pasión en este momento, destinado a celebrar la gloriosa memoria de un sabio modesto y tolerante.

Cuadernos 112 Elogio de Lagasca

Flor llamada "Diente de León", en algunos lugares, "berza".
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA
En la isla de Jersey fue visitado La-Gasca por Mr. Gay, secretario de la Cámara de los Pares de Francia, que pasó a ella con todo el objeto de conocerle y por otras varias personas de categoría que a porfía le honraron con demostraciones de aprecio y respeto. En ella sucedió un caso capaz por sí solo para formar idea de su carácter y que varias veces oí después referir al general Castellar, amigo suyo y sujeto de una probidad intachable. Paseábanse los dos asidos del brazo cuando se separó La-Gasca de repente y prorrumpió en exclamaciones y requiebros al estilo de los andaluces, dirigiéndoles a un objeto que no podía atinar Castellar, atendidas las circunstancias de su compañero. Con dificultad logró Castellar distraer a La-Gasca de su éxtasis y satisfacer la curiosidad que no podía menos de excitar aquel lance. El objetos de las caricias de nuestro sabio era un pequeña planta que crecía sobre una pared vieja y por ser natural de Andalucía, era de extrañar hubiese llegado a un clima tan diferente; planta que le recordaba a un tiempo todas las delicias de su primer viaje a aquel país y le excitaba las más tiernas emociones hacia una patria, de la cual se veía desterrado”.

Cuadernos 111 Elogio de Lagasca

Flor del tomillo, en junio, junto a la Peña la Cueva.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTINUEVE
Durante este periodo de emigración e infortunio, corporaciones literarias muy respetables, siguiendo el ejemplo de los sabios particulares, le honraron, admitiendo en su seno a un ilustre proscrito de su desventurada patria. La Sociedad Botánica de Ratisbona lo nombró su miembro honorario en 21 de septiembre de 1824; ls Sociedad Real de Horticultura de los Países Bajos, miembro corresponsal en 17 de enero de 1828; la Linneana de Londres, miembro en propiedad en 21 de diciembre de 1831; la Linneana de Stokolmo, corresponsal en 31 de marzo de 1832; y la Real Academia Irlandesa, socio honorario en 24 de junio de 1833. Entre dichos nombramientos es muy notable la particularidad de que la Sociedad Linneana de Londres le eximió de los derechos de entrada y cuotas anuales que pagan los socios, en atención, dicen, a los eminentes servicios que tenía prestados a la ciencia de las plantas, elogio de mucho valor en boca de una corporación tan eminente.

Cuadernos 110 Elogio de Lagasca

Flor del rosal silvestre o gabardera.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTIOCHO
Durante su permanencia en Londres visitó nuestro consocio todos sus alrededores, a veces solo y a veces en compañía de diferentes botánicos ilustres, y con los productos de estas recolecciones compuso y publicó las cuatro entregas del Hortus siccus londinenses, que forman un tomo; cultivó de los cereales y las umbelíferas en el mencionado jardín de Chelsea; arregló para sí un nuevo herbario con todas estas producciones y las recogidas en los jardines que también se le franquearon de la Sociedad horticultural de la misma ciudad; escribió nuevos tratados sobre las familias de las aparasoladas y gramíneas; tradujo la Teoría elemental de Botánica, Decandolle, enriqueciéndola con notas curiosas, cuya obra queda inédita en poder de su familia. Por haber perdido en Sevilla los Elementos de Botánica, que tenía compuestos para uso de los alumnos desde 1806 en que una injusta e interesada censura le había privado su publicación, volvió a componerlos de nuevo con todas las mejoras obtenidas en la ciencia, y con el fruto de sus observaciones los que se hallan también inéditos. Publicó varios escritos en un periódico titulado “Ocios de los españoles emigrados” a saber: sus Observaciones sobre las aparasoladas, en los números de septiembre a diciembre de 1825 y en el de junio de 1827 un artículo necrológico de su amigo don Francisco Fernández Gascó y la biografía de su íntimo Clemente, sacada de la Gaceta de Madrid de 27 de marzo del mismo año y acompañada de notas muy curiosas. No creo que puedan darse pruebas más convincentes, tanto de su actividad laboriosa como del aprecio que le dispensaron los sabios de Inglaterra. El clima de la nebulosa no fue muy favorable a nuestro consocio, ya que había sufrido algunas veces afectos catarrales, resultantes de sus peregrinaciones y sobre todo de las intemperies experimentadas en el jardín botánico de Madrid, la disposición morbosa en que quedaron los órganos de su pecho, generaron, por fin, en un catarro crónico, acrecentado por las causas morales y la húmeda frialdad del país inglés. Esta novedad le decidió a elegir un clima más benigno y a pasar a la isla de Jersey, en la que residió desde 1831 hasta 1834 y consiguió restablecer algún tanto su salud. En dicha isla hizo varias excursiones botánicas, examinó el cultivo de las gramíneas, auxilió con sus conocimientos a los propietarios, quienes de este modo mejoraron las castas de sus cereales, recompuso algunos escritos sobre la Flora española y sostuvo sus relaciones con los botánicos, sus amigos y admiradores. Formó, además, un herbario de las plantas fanerógamas y helechos de la isla y un catálogo de todas las que vio en ella con indicación de sus localidades y curiosas observaciones en latín, con cuyos materiales podría componerse la Flora de Jersey. Uno de los propietarios que contrajo con él una amistad más íntima, fue el coronel Le Conteur, de quien, después de su regreso a Madrid, recibió una carta muy satisfactoria, dándole las gracias por las mejoras que él le había proporcionado verificar en el cultivo de sus campos y confesándole que a ellas se debía el triunfo que acababa de obtener, pues que habiendo el Gobierno inglés prohibido la importación en Inglaterra de los granos de Jersey, las autoridades de dicha isla habían comisionado al coronel para solicitar personalmente la revocación de la expresada providencia, con la muestra de los cereales cultivados en la isla y que habían gustado tanto, que no sólo se obtuvo la deseada revocación, sino también la declaración de Jersey como semillero de Inglaterra.

Cuadernos 109 Elogio de Lagasca

Amapola, en aragonés, ababol.
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ELOGIO HISTÓRICO
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D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTISIETE
En Londres se dedicó La-Gasca otra vez a su estudio favorito con los abundantes medios que en aquella capital del orbe civilizado le proporcionaron sus amigos y admiradores. Examinó, devoró, si así puede decirse, el herbario del inmortal Linneo recorrió los jardines y museos públicos y particulares y pudo hallar en las producciones de la naturaleza siempre benéfica, lo que tan dignamente le negaban sus desagradecidos compatriotas. La Sociedad de Farmacéuticos de Londres puso a su disposición el inmenso jardín de Chelsea, para que cultivase a su sabor las gramíneas y las umbelíferas, que eran entonces más que nunca el objeto de sus atenciones. Este hecho no revela cuanto el amor de los infelices, el aprecio y protección del verdadero mérito, son propios de las profesiones que llevan su abnegación hasta el extremo de sacrificar por sus semejantes el reposo y la vida. Se ocupó también nuestro sabio en la clasificación del herbario de un distinguido botánico inglés que había aviajado por el Oriente, y la recompensa que le valió este trabajo cubrió los gastos de la traslación de su familia, de cuyas caricias estuvo privado por espacio de dos años. Se le propuso que tomase parte en la redacción del Botanical register, a lo que no se atrevió a condescender por no tener conocimiento suficiente del idioma. No obstante, ello no le privó de publicar algún tiempo después en el Gardener´s magazine, un bosquejo interesante sobre el estado de la agricultura en España. La misma causa, junto con el disgusto que le hubiera causado el separarse más de su país nativo, en el que aún residía su familia, no le permitieron aceptar la cátedra de Botánica de una de las Universidades de los Estados Unidos para la que le indicó Smiht, justo apreciador de su exacto desempeño. Después de la muerte de este sabio, Brwn le propuso como botánico para la redacción de la Flora graeca, con el herbario y manuscritos del difunto Sihthorp, naturalista distinguido, que había recorrido la Cataluña y principalmente la Grecia, fundando la propuesta en los eminentes conocimientos generales de La- Gasca, en los particulares de la Flora española a la que se consideraba muy análoga la griega. Aunque fue preferido, como era muy regular, para esta comisión un profesor inglés, no deja lo dicho de ser una prueba convincente de alto concepto que había merecido de Brown. El ilustre Hooker, profesor de Botánica en la universidad de Glasglow, también lo apreciaba entrañablemente, y con este motivo no puedo menos de hacer mención de una anécdota ocurrida en casa de Lambert cuando La-Gasca, en presencia de los primeros botánicos ingleses, manifestó su profundo sentimiento por la adquisición que el último acababa de hacer del rico herbario de Pavón, que este se había visto precisado a vender para subvenir a su miseria y salvar la vida de un hijo suyo que se había condenado a muerte por una causa política. Así se explica Hooker en la página 63 del Botanical miscellany: “Mientras examinábamos los tesoros del conde de Lambert, entró en la sal aun hombre pequeño vestido de negro que echó una mirada llena de dolor y de indignación sobre los paquetes que había allí, pertenecientes al herbario de Ruiz y de Pavón. Tanto esta mirada como la elevada fisonomía de aquel sujeto, no pudieron menos que llamar mi atención y siéndome posible sujetar mi curiosidad, pregunté al señor David Don quién podía ser dicho hombre y me respondió: “El señor La-Gasca”. No bien lo hubo dicho cuando me eché en los brazos de mi antiguo amigo, que no pudo imaginarse quién era yo, pues sólo nos habíamos conocido por escrito durante algunos años, y he aquí que nos hemos reunido por encanto, cuando menos lo esperábamos. “¡Desgraciado La-Gasca…!. Y luego de indicar sus pérdidas sufridas en Sevilla, prosigue: “Después de esta entrevista nos visitamos La-Gasca y yo diariamente y algunas veces herborizamos juntos, etc.”

Cuadernos 108 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTISEIS
Llegó La-Gasca a Cádiz habiéndolo perdido todo, cuando al cabo de tres meses se vio precisado a dejar su Patria en cuyo favor tanto había trabajado, debió a la benevolencia particular el poderse trasladar a Gibraltar y después a Londres, a donde llegó en 1823. Su familia se quedó en Cádiz en el más lastimoso estado, no pudiendo reunirse con ella para consolarse mutuamente hasta pasados dos años. Si hubiese salvado los inapreciables manuscritos que desaparecieron en Sevilla, su publicación en Londres hubiera sido altamente gloriosa para España y le hubiera dado un producto lo suficiente para mantenerse cómodamente el resto de sus días; mas había dispuesto la Providencia que La-Gasca apurase la copa del sufrimiento por todos los estilos y debiese y debiese su conservación y la de su inocente familia a la generosa hospitalidad inglesa. El ilustre proscrito, abatido pero no humillado por el infortunio, encontró en el testimonio de su conciencia pura el lenitivo de tan terribles pesares y las consideraciones que le prodigaron todos los botánicos ingleses de primera nota endulzaron los horrores de su emigración.
El generoso Lambert, el venerable Anderson, el célebre Roberto Brown, los sabios Smith, Lindley, Bentham, Hooker, David Don, Webb y otros, que sólo lo conocían por su brillante fama, le colmaron de testimonios del más alto precio.

viernes, 11 de junio de 2010

Cuadernos 107 Elogio de Lagasca


ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTICINCO

La fama de sus conocimientos y virtudes de su adhesión a las instituciones sociales fundadas en la Naturaleza, movió a sus compatriotas aragoneses a que le confiasen el arduo y elevado encargo de representante en las Cortes de 1822 y 1823.
La Gasca, siempre español, siempre libre, siempre amante del bien e independencia de su Patria, desempeñó cumplidamente su alta misión y arrostró todos los compromisos de aquel Congreso, que lucho con circunstancias invencibles y sucumbió a un conjunto de perfidias, desafecciones y violencias de que hay pocos ejemplos en la Historia.
En consecuencia pasó a Sevilla llevando consigo sus libros, su herbario y sus preciosos manuscritos, entre otros, los de la "Flora española", que estaba ya en disposición de darse a la Prensa y dejó en poder de su amigo Clemente los manuscritos y ejemplares relativos a la Ceres, en la que trabajaban juntos. Hizo el viaje herborizando, bien ajeno de la suerte que le esperaba en Sevilla, pues todos los intervalos que le dejaron las arduas tareas de la legislatura, las ocupó, entonces como ahora, en el examen de los vegetales, en cuyo estudio encontró el medio de mitigar los disgustos ajenos a la nueva carrera y de controlar su inocente ánimo afligido por las infamias y maldades de los hombres. Son bien sabidos los horrorosos sucesos del día 13 de junio de 1823 en Sevilla: un populacho desenfrenado y atizado por el fanatismo religioso y político se entregó a todos los excesos y arrojó a las llamas o sumergió en el río los equipajes de los diputados y empleados del Gobierno, que se dirigían precipitadamente a Cádiz como al último baluarte constitucional. Entre estos equipajes se hallaba el de La Gasca y casi toda su biblioteca y herbario, que pesaba unas 317 libras y una buena parte de este peso pertenecía a la flora, todo quedó consumido en aquel mar de fuego perdiéndose sin recurso un tesoro de la ciencia, se perdieron los materiales de la gran obra, fruto de 30 años de trabajo y observaciones.
Una masa feroz que en medio de los mayores desórdenes mezclaba con sus alaridos el grito horrible de "muera la nación", ¿ podía representar un bello monumento de gloria y utilidad nacional? La Gasca perdió su tesoro y no se sabe como no perdió la vida. Hasta el último instante de su existencia expresó siempre el sentimiento que le causó tan irreparable pérdida; sólo el que tenga el entusiasmo botánico de La Gasca es capaz de conocer, más nunca expresar la intensidad de su dolor. Oigamos con que calma estoica habla de tamaña desgracia. "Sevilla es el sepulcro de varias producciones útiles de Ciencias Naturales. Allí perdió Clemente el resultado de su viaje por la Serranía de Ronda y de sus observaciones hechas en el Reino de Sevilla en 1807, 1808 y 1809; allí perdió también ricas colecciones, acopiadas entre las balas de los patriotas, el ilustre barón Bory de Saint-Vincent, coronel del Ejército francés; allí se sepultaron para siempre lo más selecto de mi herbario y biblioteca; y lo que es más, todos mis manuscritos, fruto de 30 años de observaciones a excepción de lo concerniente a la Ceres española que todo íntegro quedó en poder de Clemente".
Esto escribía La Gasca en 1827 ignorando haberse salvado del fuego algunos paquetes de plantas que compró en una almoneda de Sevilla el Excmo. Señor duque de la Ahumada, cuando se hallaba de Capitán General de Andalucía y devolvió a nuestro botánico después de su regreso, habiéndole visto entusiasmarse con dichas adquisiciones como si hubiese recobrado un hijo querido y llorado ya por muerto. Pero ¡Qué contraste entre lo poco que recobraba y el gran tesoro que había perdido! ¡ Qué fatalidad, señores, presidió sobre aquella rica y suntuosa capital, cuna de tantos españoles sabios y célebres bajo todos los conceptos!

martes, 11 de mayo de 2010

Cuadernos 106 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTICUATRO
Al mismo periodo corresponde la mayor parte de las obras dadas a la luz por La-Gasca y demás trabajos de que se tiene hecha mención, a los que debe añadirse el Discurso pronunciado en la apertura del Curso Académico el 9 de abril de 1821, que se imprimió en esta nuestra ciudad. En la misma época fue comisionado por el Gobierno para redactar la Flora de Santa Fe de Bogotá, cuyo cargo aceptó con gusto; sin embargo, de los muchos proyectos que llevaba adelante a un tiempo y con una inimitable constancia logró un gran éxito en la misión encomendada. Mas se paralizó su ejecución por haber sido nombrado diputado a Cortes en diciembre de 1821 y por los asombrosos acontecimientos políticos que se sucedieron.

Cuadernos 105 Elogio de Lagasca veintitres

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTITRES
En el periodo que ahora principalmente nos ocupa, de 1814 a 1823, que fue el apogeo de La-Gasca, recibió nuestro sabio testimonios de mayor aprecio de los primeros botánicos del globo. Con quienes estaba en estrechas relaciones y de varias corporaciones que apresurándose a admitir en su seno, le asociaron a sus trabajos. Además de las Academias de Medicina de que hemos hablado, le condecoraron también con el título de socio de varias Sociedades Económicas de Amigos del País, producto del Gobierno ilustrado de Carlos III y del celo y la sabiduría del inmortal Campomanes. Principió la de Valencia nombrándole el 3 de febrero de 1815; siguió inmediatamente la de Madrid, eligiéndole socio de mérito el 6 de marzo del mismo año, y las de Murcia, Zaragoza, Barcelona y Cádiz, con igual nombramiento hecho en años posteriores, completando la corona tejida sobre las sienes del modesto sabio por las más ardientes promovedores de la prosperidad de nuestra Patria. Con iguales condecoraciones le distinguieron en el mismo periodo varias Corporaciones extranjeras muy respetables; la Sociedad Fisiográfica de Luna en Suecia se le asoció a su seno el 8 de marzo de 1815; la Academia Leopoldina-Cesárea de los Curiosos de la Naturaleza de Bon, le nombró miembro honorario el 28 de noviembre de 1818, dándole el sobrenombre de Bahuino, en testimonio de sus infatigables trabajos; la Sociedad Horticultural de Londres le nombró miembro honorario el 4 de mayo de 1819; la Academia de Ciencia Naturales de Munich el 19 de abril de 1921; y la Sociedad Linneana de París miembro correspondiente el 8 de noviembre del mismo año. Nuestra Academia, señores, apenas sacudió las antiguas formas aristocráticas, indispensables para la admisión de sus individuos a consecuencia del gran movimiento nacional de 1820, se apresuró a ofrecerles también el título de socio el 10 de mayo, y se consideró muy honrada con su aprobación.

lunes, 26 de abril de 2010

Cuadernos 104 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTIDOS
Nombrado por SM. Inspector general de los plantíos y arbolados del Canal de Manzanares en 1817, además de desempeñar este cargo con el mayor esmero y con el fruto compatible con las circunstancias, se ocupó con la misma diligencia con que se había dedicado a las criptógamas, pudiéndose en consecuencia repetir aquí lo que se dice del Rey Salomón en las sagradas Escrituras.

Cuadernos 103

Placas de las calles dedicadas a Lagasca en Madrid, Zaragoza y Encinacorba.
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Cuadernos 102

El panel número 37 recoge diversos elementos de la vida de Mariano Lagasca, entre ellos su casa natal y diversas reproducciones de su figura, tanto en piedra como en cerámica.
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jueves, 22 de abril de 2010

Cuadernos 101 Calle Lagasca en Madrid

Rótulo de la Calle dedicada a Mariano Lagasca en Madrid. En el panel inferior (que hace el número 33) hemos colocado algunos establecimientos, de dicha calle, en los que encontramos también el nombre de nuestro paisano. La calle Lagasca, situada en el barrio de Salamanca, es una calle llena de tiendas de ropa. Aquí se muestra el género más novedoso e innovador de la costura española. Está ubicada la embajada italiana y el hotel Lagasca, entre otros establecimientos dignos de mención.
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martes, 23 de marzo de 2010

Cuadernos 100 Elogio de LAGASCA

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTIUNO
Las criptógamas, que le habían también cautivado desde el principio de su carrera y cuya afición se cree se debió a nuestro Martí y trasmitió a Clemente, y aún a Cavanilles, le ocuparon después con alguna especialidad. Arregló para sus discípulos un método propio de distribución de los helechos, siendo vice-profesor en 1807, del que dio el primer curso a los alumnos del último año y repitió después varias veces siendo director del jardín. Ya se ha dicho más arriba que la Introducción a la criptogamia española, publicada en los Anales de Ciencias Naturales, había sido el resultado de un trabajo común con Clemente y García; Clemente estaba entonces ausente de España, y La-Gasca redactó dicho trabajo, excepto el prólogo que fue compuesto por García. Así lo asegura La-Gasca confesando con candidez ser enteramente suyos los pocos errores que hay en dicha memoria, a causa de no haber llegado a tiempo algunas observaciones útiles remitidas por Clemente y resultantes de las consultas que hizo en Inglaterra y en Francia con los primeros criptogamistas y de las comparaciones verificadas en los herbarios originales de los mismos.

martes, 16 de marzo de 2010

Cuadernos 99 Elogio de Lagasca VEINTE

Fotografía realizada en la puerta de Fernando Gasca (en el Ventorrillo).
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTE
Las crucíferas y las cistíneas, que tanto abundan en nuestra península, fueron objeto de su esmerada solicitud: un gran número de una y otras, recogidas en sus viajes, se hallaban en su herbario, La-Gasca las había examinado con cuidado, había rectificado sus diferencias específicas y había comunicado sus notas a Decandolle y a varios otros botánicos. En el tomo segundo del Sistema universal, expresa Decandolle en la introducción a las crucíferas que le debía un gran número de especies nuevas que iba a descubrir; y en el primer tomo del Prodomus, al tratar de los cistus, dice que lo que va a explicar y publicar se debe en gran parte a la colección de ejemplares españoles de dicha familia, remitida por La-Gasca con notas muy perspicaces; colectio, dice, cistinearum hispanicarum notis manuscriptus sagacissimis illustrada a el. La-Gasca humanissime nobiscum comunicata.

viernes, 12 de marzo de 2010

Cuadernos 98 Elogio de Lagasca DIECINUEVE

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
DIECINUEVE
Además de las gramíneas y de las compuestas, llamaron también otras familias muy específicamente la atención de nuestro consocio. La umbelíferas, en cuya determinación fue tan poco feliz el inmortal Linneo, y que no sufrieron reforma considerable de parte de Jusieu, Mirbel y otros autores, le atormentaron mucho desde sus primeros estudios, según el mismo confiesa; las obras de todos los botánicos que consultó sobre esta familia, le dejaron un inmenso vacío. “Sin guía, dice, anduve muchos años, tropezando como todos, dando en un escollo cuando apenas acababa de apartar la vista del otro. Veía los defectos, pero ignoraba el modo de remediarlos, veía géneros bien marcados por la naturaleza, pero no acertaba a caracterizarlos…, en una palabra: sabía de memoria muchas voces, pero tenía pocas ideas exactas… En semejante estado de confusión, mil veces emprendí y volví a dejar este estudio; los libros por lo general sólo servían para aumentar más la confusión; y así, decidido por ultimo a probar mis fuerzas en este campo de Agramante, abandoné la lectura de todos, y en 1806 me dediqué con toda intensidad a consultar únicamente el de la Naturaleza. Sacudido el yugo de toda autoridad, fui descubriendo en ésta verdades que no había podido ver en muchos años, sin embargo de haber estado mirando repetidísimas veces.” Con estos medios, que debiera tenerse presente muy a menudo, progresó La-Gasca en gran manera en el estudio de una familia tan enredada como interesante bajo todos aspectos, conoció la exactitud de los trabajos de Cusson, adoptó su nomenclatura y arregló un sistema muy aventajado al de Linneo para el estudio de las umbelíferas; lo presentó a sus discípulos para hacer aplicación de él en la enseñanza pública del jardín cuando la desempeñó en calidad de vicerrector; vio confirmados prácticamente los buenos resultados de la teoría; repitió su explicación algo modificada en los cursos posteriores al año 1814 y publicó por fin la monografía de dicha familia en el número 2 de sus Amenidades naturales, impreso en Madrid en 1821. Posteriormente, durante su emigración, publicó, en 1825, sus Observaciones sobre la familia de las aparasoladas, memoria llena de erudición y criterio, abundante en datos positivos. Estos trabajos sirvieron mucho a Decandiolle para componer su memoria sobre las umbelíferas y arreglar la clasificación de dicha familia en el tomo cuarto de su Prodomus. Aún después de la publicación de estos escritos de dicho ilustre botánico, adquirió La-Gasca nuevos conocimientos sobre las mismas plantas e hizo a nuestra Academia el ofrecimiento que no pudo cumplir a causa de su enfermedad y muerte, de una nueva memoria acerca del mismo objeto, que podemos asegurar hubiera contenido datos y reflexiones del mayor interés.

miércoles, 10 de marzo de 2010