lunes, 21 de junio de 2010

Cuadernos 117 Elogio de Lagasca

La primavera en Encinacorba.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y CINCO
Sin embargo, de un estado de debilidad que iba acrecentándose por momentos, aún buscó su consuelo en el estudio de los vegetales; recogió algunos por sí mismo, reunió otros que le proporcionaron, los tenía envueltos en papeles en su cuarto, los colocaba en el mirador del palacio episcopal para desecarlos, los examinaba con frecuencia, y hablaba de su objetivo favorito, siempre con entusiasmo. Entre todos sus admiradores se distinguió también en esta parte don Ignacio Graells, su íntimo amigo desde 1799, quien le enviaba con frecuencia plantas frescas desde Caldas de Monbuy, prestándole este servicio para consolarle en los últimos días de su vida. ¿Qué alegría, que satisfacción experimentó al ver por primera vez y en estado de completa fructificación, antes de morir, la Salvia officinalis de Linneo? En vano la había buscado por espacio de más de 40 años; la había visto, en verdad, seca en el herbario del padre de la Botánica; había visto y clasificado muchas especies, ya indígenas, ya exóticas de este precioso género; había denominado Salvia hispanorum a la especie representada por Cluisio bajo el nombre de Salvia cretica angustifolia, no distinguida por Linneo, abundantísima en Extremadura, las dos Castillas, Aragón, etc., y llamada vulgarmente salvia fina, salvia del Moncayo; pero vio por primera vez en momentos tan críticos para su vida, la especie officinalis L., que crece espontánea en Cataluña y se cultiva en sus jardines. No es posible expresar con qué afán se dirigió a los conocidos para que le procurasen todas las especies y variedades de salvias naturales del país o cultivadas en la ciudad, y yo tuve el gusto de proporcionarle ejemplares del Jardín del Colegio de Farmacia. Pocos días antes de su fallecimiento, cuando ya no podía casi tenerse en pie, le vi como se esforzaba, sin embargo, para coger del suelo del mirador los paquetes de sus plantas; pero yo me anticipé, puse dichos paquetes sobre una mesa, en frente de la que él se sentó, y vi animarse su rostro cadavérico, al revolver los pliegos del papel, mostrarme algunas de sus queridas gramíneas, y explicarme las diferencias entre las salvias que tenía recogidas.

Cuadernos 116 Elogio de Lagasca

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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y CUATRO
Estos consuelos, no obstante, estas consideraciones nada podían para contrarrestar los progresos de una formidable dolencia. Se creyó que iba a fallecer en el invierno de 1838, y se le aconsejó que se trasladase a un clima más benigno que la capital del reino. Se decidió por Barcelona, en donde se le acogió con gran generosidad y delicadeza, y el venerable Prelado de la Diócesis de dicha capital lo alojó en su mismo palacio en diciembre de dicho año, habiendo llegado a esta ciudad el día 21 de dicho mes. Pero ni las más finas atenciones de parte del señor Obispo ni la asistencia más puntual de sus médicos y amigos, ni todos los demás cuidados pudieron conseguir otra cosa que prolongar por medio año una existencia tan preciosa.

Cuadernos 115 Elogio de Lagasca

Hojas de carrasca.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y TRES
Pero todos estos honores no mejoraron la posición de La-Gasca, que se iba agravando más y más por momentos. Destituido de todo recurso correspondiente a su edad, a sus hábitos y al estado, cada día más alarmante, de su enfermedad; privado casi absolutamente del sueldo por la penuria del erario, consiguiente a una guerra civil devastadora, se vio expuesto a todos los horrores de la miseria, que sufrió con la más estoica resignación. Esta era la última prueba que debía sufrir su virtud. En tan críticos momentos, algunos catalanes hicieron un acto de desprendimiento a favor suyo. Los que confunden la prodigalidad con la liberalidad, y pesan en la misma balanza los severos principios de la economía con los sórdidos cálculos de la avaricia, suelen tachar a los catalanes de tacaños: la suscripción secreta que se abrió en Barcelona para el socorro de La-Gasca en una ocasión tan lastimosa, y en que la mayor parte de los suscriptores fueron personas de escasísima fortuna, es un testimonio convincente de que en Cataluña existen, como en las demás provincias españolas, sujetos filantrópicos y desinteresados. La-Gasca fue socorrido, sin saber por quién ni de que manera, nueva delicadeza que realza el valor del corto socorro que se le proporcionó. En honor de esta Academia, no puedo menos de decir que uno de sus individuos dio aviso de la apuradísima situación de nuestro consocio, que otro individuo de ella estuvo ala cabeza de la suscripción y que varios otros socios tomaron parte en tan buena obra. ¡Oh, si fuese posible publicar los nombres de todos estos bienhechores!

Cuadernos 114 Elogio de Lagasca

Uva recién esporgada, foto del 12 de junio de 2010.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y DOS
Sin embargo, de estos contratiempos y del fatal estado de su salud, aún prestó servicios muy especiales a la causa de las Ciencias españolas. Sus repetidas instancias obtuvieron por fin del Gobierno la creación de la Junta de profesores, encargada exclusivamente de la dirección y administración del Museo de Ciencias Naturales por Real Orden de 21 de septiembre de 1837, medida que debiera generalizarse en los establecimientos de enseñanza, si se quiere que progrese como corresponde, a pesar de las declaraciones con que se han expresado en la tribuna pública oradores muy de primer orden, arrastrados de buena fe por una teoría halagüeña que está en contradicción con los hechos. La-Gasca estaba tan penetrado de la importancia de esta medida, para cuya consecución había visto trabajar en vano durante toda su vida, que en el primer momento exclamó: “ya está salvada la Botánica española”. Fue nombrado al mismo tiempo presidente de dicha Junta y condecorado después con la Cruz de Comendador de la Orden de Isabel la Católica, con lo que quiso el Gobierno recompensar sus eminentes servicios. Y la nueva Academia de Ciencias Naturales de Madrid, nombrándole socio, atestiguó, de parte de los sabios profesores de la Corte, la misma consideración a su mérito que el Gobierno.

Cuadernos 113 Elogio de Lagasca

Serbal o "azarollo" cuyo fruto, la azarolla, cuando está verde es muy astringente.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y UNO
Es público, señores, que antes de la enfermedad de Fernando VII, se mitigaron mucho algunas veces los rigores del Gobierno absoluto, que varios españoles respetables pudieron regresar a su país y verse repuestos en sus destinos, en los que sirvieron a la España como era de esperar de su ilustración y patriotismo. No dudo que La-Gasca hubiera sido uno de estos, si no se hubiese hallado comprendido en aquella categoría que hasta quedó exceptuada en los primeros actos de clemencia y de justicia de Cristina. Más al fin llegó la época de la reparación. La-Gasca fue entonces comisionado por la Reina Gobernadora para procurarse plantas y semillas para los Jardines Reales y que con este motivo se trasladó de Jersey a Londres en agosto de 1834, en donde se las procuró fácilmente y se despidió con la mayor cordialidad de sus sabios y generosos protectores. Pasó enseguida a París para reunirse con su familia, visitó los establecimientos de la populosa capital del continente y logró conocer personalmente a varios de sus sabios corresponsales que lo recibieron con los brazos abiertos y rivalizaron con los botánicos insulares en manifestarle su aprecio, no menos que los de Lión, Aviñón y Montpelier, en cuyos puntos se detuvo algunos días. Por fin pisó en Cataluña por primera vez el suelo patrio del que había sido lanzado por el lado opuesto, once años antes, y entró en esta ciudad a últimos del año 1834. Uno de nuestros consocios, el doctor don Mariano de la Paz Graells lo recibió al aparcarse la diligencia y lo conoció en vista de un gran manojo de plantas que tenía en la mano y había recogido en el camino. Al oír pronunciar su nombre por un joven, no dejó de sorprenderse, pero luego lo abrazó tiernamente y se dejó conducir por él a la habitación común de Graells padre, y el doctor Félix Janer, en la que tuvo el hospedaje que correspondía a su antigua amistad. Alrededor de un mes permaneció en Barcelona, ocupándose en herborizador de los contornos y examinar el herbario del Museo de Salvador. Allí pasó muchos días desde el principio de la mañana hasta la noche, sin acordarse de nada no atender a su edad avanzada y quebrantada su salud, ni hacer caso del rigor de la estación, a pesar de las insinuaciones de sus amigos, como si hubiese vuelto a sus primeros años. La memoria de los ilustres farmacéuticos y esclarecidos botánicos Jaime y Juan Salvador, amigos del insigne Tournefort, y honor de la Facultad y de España en los siglos XVII y XVIII, le llenaba de un religioso respeto. Apenas pudo recorrer con toda detención más que sus favoritas crucíferas del herbario y se pronunció en términos muy fuertes contra el atentado que decía haber cometido Pourret de enmendar los nombres propuestos por los dos famosos fundadores del Museo para adaptarlos a la nomenclatura linneana. ¡ Tal era su delicadeza es respetar los derechos de todos los botánicos y tal su pasión por el honor y lustre de los españoles! Llegado a Madrid después de unos doce años de ausencia del jardín de sus delicias, se encargó de la enseñanza con el más vivo entusiasmo para utilizar, en bien de su patria, su prodigioso saber y dilatada experiencia. Mas ¡Ay! su satisfacción fue muy efímera, pues sus achaques se agravaron con los disgustos que no podía esperar después de pruebas tan relevantes. Pronto los gobernantes, y casi todos los españoles, se vieron ocupados con el horroroso desencadenamiento de pasiones y no se aprovecharon los frutos que su regreso podía haber producido. Enemigos envidiosos, que se veían pequeños a su lado, le suscitaron todo género de embarazos e injustas persecuciones. Las diligencias que practicó para reivindicar la Ceres española fueron inútiles, habiéndosele herido en lo más vivo de su corazón con la suposición que hizo de que no había tenido la menor parte en ella. En vano se produjo el testamento de Clemente, que cuando llegó al Gobierno todos sus manuscritos y producciones, expresaba con claridad lo que debía volverse a La-Gasca por ser propiedad suya. En vano se patentizó con el examen de los ejemplares la diferencia entre los de nuestro sabio y los de Clemente, por hallarse notados con sus respectivas letras y hasta estar envueltos en papel diferente; en vano se pusieron de manifiesto los catálogos de las siembras anuales y observaciones que formarían tomos enteros; en vano se justificó que las láminas dibujadas por sus discípulos, entre ellos por don Pascual Asensio, distinguido catedrático de Agricultura en el Jardín Botánico de Madrid y grabados por Boix, que existen en poder del Gobierno, habían sido compradas con diverso dinero de La-Gasca. Nada de esto bastó y no es de extrañar que en época de trastornos quedasen supeditadas por las intrigas, la razón y la justicia. He insistido en este punto, porque es uno de los títulos de las glorias de La-Gasca, que más se le ha querido disputar, y para lo que se ha invocado el testimonio de un difunto que creían no podría desmentir las falsas suposiciones. Hasta se apeló a la pequeñez de la diversidad de matiz político para desacreditarle. Esto no era nuevo para él; en otro tiempo se le había tachado de afrancesado, por que de veras protegió a Clemente, perseguido sin razón por el mismo motivo, a pesar de haberse fugado de Madrid en el apogeo del poder de José y de haber servido con tanto esmero en los ejércitos nacionales. En época menos lejana se le acusó de anarquista y revolucionario porque cumplió con entereza los deberes de representante del pueblo, sin embargo de que nadie más que él odiaba todo desorden. Últimamente fue presentado como… más apartemos la vista de este lamentable cuadro de las miserias humanas y desnudémonos de toda pasión en este momento, destinado a celebrar la gloriosa memoria de un sabio modesto y tolerante.

Cuadernos 112 Elogio de Lagasca

Flor llamada "Diente de León", en algunos lugares, "berza".
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA
En la isla de Jersey fue visitado La-Gasca por Mr. Gay, secretario de la Cámara de los Pares de Francia, que pasó a ella con todo el objeto de conocerle y por otras varias personas de categoría que a porfía le honraron con demostraciones de aprecio y respeto. En ella sucedió un caso capaz por sí solo para formar idea de su carácter y que varias veces oí después referir al general Castellar, amigo suyo y sujeto de una probidad intachable. Paseábanse los dos asidos del brazo cuando se separó La-Gasca de repente y prorrumpió en exclamaciones y requiebros al estilo de los andaluces, dirigiéndoles a un objeto que no podía atinar Castellar, atendidas las circunstancias de su compañero. Con dificultad logró Castellar distraer a La-Gasca de su éxtasis y satisfacer la curiosidad que no podía menos de excitar aquel lance. El objetos de las caricias de nuestro sabio era un pequeña planta que crecía sobre una pared vieja y por ser natural de Andalucía, era de extrañar hubiese llegado a un clima tan diferente; planta que le recordaba a un tiempo todas las delicias de su primer viaje a aquel país y le excitaba las más tiernas emociones hacia una patria, de la cual se veía desterrado”.

Cuadernos 111 Elogio de Lagasca

Flor del tomillo, en junio, junto a la Peña la Cueva.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTINUEVE
Durante este periodo de emigración e infortunio, corporaciones literarias muy respetables, siguiendo el ejemplo de los sabios particulares, le honraron, admitiendo en su seno a un ilustre proscrito de su desventurada patria. La Sociedad Botánica de Ratisbona lo nombró su miembro honorario en 21 de septiembre de 1824; ls Sociedad Real de Horticultura de los Países Bajos, miembro corresponsal en 17 de enero de 1828; la Linneana de Londres, miembro en propiedad en 21 de diciembre de 1831; la Linneana de Stokolmo, corresponsal en 31 de marzo de 1832; y la Real Academia Irlandesa, socio honorario en 24 de junio de 1833. Entre dichos nombramientos es muy notable la particularidad de que la Sociedad Linneana de Londres le eximió de los derechos de entrada y cuotas anuales que pagan los socios, en atención, dicen, a los eminentes servicios que tenía prestados a la ciencia de las plantas, elogio de mucho valor en boca de una corporación tan eminente.

Cuadernos 110 Elogio de Lagasca

Flor del rosal silvestre o gabardera.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTIOCHO
Durante su permanencia en Londres visitó nuestro consocio todos sus alrededores, a veces solo y a veces en compañía de diferentes botánicos ilustres, y con los productos de estas recolecciones compuso y publicó las cuatro entregas del Hortus siccus londinenses, que forman un tomo; cultivó de los cereales y las umbelíferas en el mencionado jardín de Chelsea; arregló para sí un nuevo herbario con todas estas producciones y las recogidas en los jardines que también se le franquearon de la Sociedad horticultural de la misma ciudad; escribió nuevos tratados sobre las familias de las aparasoladas y gramíneas; tradujo la Teoría elemental de Botánica, Decandolle, enriqueciéndola con notas curiosas, cuya obra queda inédita en poder de su familia. Por haber perdido en Sevilla los Elementos de Botánica, que tenía compuestos para uso de los alumnos desde 1806 en que una injusta e interesada censura le había privado su publicación, volvió a componerlos de nuevo con todas las mejoras obtenidas en la ciencia, y con el fruto de sus observaciones los que se hallan también inéditos. Publicó varios escritos en un periódico titulado “Ocios de los españoles emigrados” a saber: sus Observaciones sobre las aparasoladas, en los números de septiembre a diciembre de 1825 y en el de junio de 1827 un artículo necrológico de su amigo don Francisco Fernández Gascó y la biografía de su íntimo Clemente, sacada de la Gaceta de Madrid de 27 de marzo del mismo año y acompañada de notas muy curiosas. No creo que puedan darse pruebas más convincentes, tanto de su actividad laboriosa como del aprecio que le dispensaron los sabios de Inglaterra. El clima de la nebulosa no fue muy favorable a nuestro consocio, ya que había sufrido algunas veces afectos catarrales, resultantes de sus peregrinaciones y sobre todo de las intemperies experimentadas en el jardín botánico de Madrid, la disposición morbosa en que quedaron los órganos de su pecho, generaron, por fin, en un catarro crónico, acrecentado por las causas morales y la húmeda frialdad del país inglés. Esta novedad le decidió a elegir un clima más benigno y a pasar a la isla de Jersey, en la que residió desde 1831 hasta 1834 y consiguió restablecer algún tanto su salud. En dicha isla hizo varias excursiones botánicas, examinó el cultivo de las gramíneas, auxilió con sus conocimientos a los propietarios, quienes de este modo mejoraron las castas de sus cereales, recompuso algunos escritos sobre la Flora española y sostuvo sus relaciones con los botánicos, sus amigos y admiradores. Formó, además, un herbario de las plantas fanerógamas y helechos de la isla y un catálogo de todas las que vio en ella con indicación de sus localidades y curiosas observaciones en latín, con cuyos materiales podría componerse la Flora de Jersey. Uno de los propietarios que contrajo con él una amistad más íntima, fue el coronel Le Conteur, de quien, después de su regreso a Madrid, recibió una carta muy satisfactoria, dándole las gracias por las mejoras que él le había proporcionado verificar en el cultivo de sus campos y confesándole que a ellas se debía el triunfo que acababa de obtener, pues que habiendo el Gobierno inglés prohibido la importación en Inglaterra de los granos de Jersey, las autoridades de dicha isla habían comisionado al coronel para solicitar personalmente la revocación de la expresada providencia, con la muestra de los cereales cultivados en la isla y que habían gustado tanto, que no sólo se obtuvo la deseada revocación, sino también la declaración de Jersey como semillero de Inglaterra.

Cuadernos 109 Elogio de Lagasca

Amapola, en aragonés, ababol.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTISIETE
En Londres se dedicó La-Gasca otra vez a su estudio favorito con los abundantes medios que en aquella capital del orbe civilizado le proporcionaron sus amigos y admiradores. Examinó, devoró, si así puede decirse, el herbario del inmortal Linneo recorrió los jardines y museos públicos y particulares y pudo hallar en las producciones de la naturaleza siempre benéfica, lo que tan dignamente le negaban sus desagradecidos compatriotas. La Sociedad de Farmacéuticos de Londres puso a su disposición el inmenso jardín de Chelsea, para que cultivase a su sabor las gramíneas y las umbelíferas, que eran entonces más que nunca el objeto de sus atenciones. Este hecho no revela cuanto el amor de los infelices, el aprecio y protección del verdadero mérito, son propios de las profesiones que llevan su abnegación hasta el extremo de sacrificar por sus semejantes el reposo y la vida. Se ocupó también nuestro sabio en la clasificación del herbario de un distinguido botánico inglés que había aviajado por el Oriente, y la recompensa que le valió este trabajo cubrió los gastos de la traslación de su familia, de cuyas caricias estuvo privado por espacio de dos años. Se le propuso que tomase parte en la redacción del Botanical register, a lo que no se atrevió a condescender por no tener conocimiento suficiente del idioma. No obstante, ello no le privó de publicar algún tiempo después en el Gardener´s magazine, un bosquejo interesante sobre el estado de la agricultura en España. La misma causa, junto con el disgusto que le hubiera causado el separarse más de su país nativo, en el que aún residía su familia, no le permitieron aceptar la cátedra de Botánica de una de las Universidades de los Estados Unidos para la que le indicó Smiht, justo apreciador de su exacto desempeño. Después de la muerte de este sabio, Brwn le propuso como botánico para la redacción de la Flora graeca, con el herbario y manuscritos del difunto Sihthorp, naturalista distinguido, que había recorrido la Cataluña y principalmente la Grecia, fundando la propuesta en los eminentes conocimientos generales de La- Gasca, en los particulares de la Flora española a la que se consideraba muy análoga la griega. Aunque fue preferido, como era muy regular, para esta comisión un profesor inglés, no deja lo dicho de ser una prueba convincente de alto concepto que había merecido de Brown. El ilustre Hooker, profesor de Botánica en la universidad de Glasglow, también lo apreciaba entrañablemente, y con este motivo no puedo menos de hacer mención de una anécdota ocurrida en casa de Lambert cuando La-Gasca, en presencia de los primeros botánicos ingleses, manifestó su profundo sentimiento por la adquisición que el último acababa de hacer del rico herbario de Pavón, que este se había visto precisado a vender para subvenir a su miseria y salvar la vida de un hijo suyo que se había condenado a muerte por una causa política. Así se explica Hooker en la página 63 del Botanical miscellany: “Mientras examinábamos los tesoros del conde de Lambert, entró en la sal aun hombre pequeño vestido de negro que echó una mirada llena de dolor y de indignación sobre los paquetes que había allí, pertenecientes al herbario de Ruiz y de Pavón. Tanto esta mirada como la elevada fisonomía de aquel sujeto, no pudieron menos que llamar mi atención y siéndome posible sujetar mi curiosidad, pregunté al señor David Don quién podía ser dicho hombre y me respondió: “El señor La-Gasca”. No bien lo hubo dicho cuando me eché en los brazos de mi antiguo amigo, que no pudo imaginarse quién era yo, pues sólo nos habíamos conocido por escrito durante algunos años, y he aquí que nos hemos reunido por encanto, cuando menos lo esperábamos. “¡Desgraciado La-Gasca…!. Y luego de indicar sus pérdidas sufridas en Sevilla, prosigue: “Después de esta entrevista nos visitamos La-Gasca y yo diariamente y algunas veces herborizamos juntos, etc.”

Cuadernos 108 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
VEINTISEIS
Llegó La-Gasca a Cádiz habiéndolo perdido todo, cuando al cabo de tres meses se vio precisado a dejar su Patria en cuyo favor tanto había trabajado, debió a la benevolencia particular el poderse trasladar a Gibraltar y después a Londres, a donde llegó en 1823. Su familia se quedó en Cádiz en el más lastimoso estado, no pudiendo reunirse con ella para consolarse mutuamente hasta pasados dos años. Si hubiese salvado los inapreciables manuscritos que desaparecieron en Sevilla, su publicación en Londres hubiera sido altamente gloriosa para España y le hubiera dado un producto lo suficiente para mantenerse cómodamente el resto de sus días; mas había dispuesto la Providencia que La-Gasca apurase la copa del sufrimiento por todos los estilos y debiese y debiese su conservación y la de su inocente familia a la generosa hospitalidad inglesa. El ilustre proscrito, abatido pero no humillado por el infortunio, encontró en el testimonio de su conciencia pura el lenitivo de tan terribles pesares y las consideraciones que le prodigaron todos los botánicos ingleses de primera nota endulzaron los horrores de su emigración.
El generoso Lambert, el venerable Anderson, el célebre Roberto Brown, los sabios Smith, Lindley, Bentham, Hooker, David Don, Webb y otros, que sólo lo conocían por su brillante fama, le colmaron de testimonios del más alto precio.

viernes, 11 de junio de 2010

Cuadernos 107 Elogio de Lagasca


ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona

VEINTICINCO

La fama de sus conocimientos y virtudes de su adhesión a las instituciones sociales fundadas en la Naturaleza, movió a sus compatriotas aragoneses a que le confiasen el arduo y elevado encargo de representante en las Cortes de 1822 y 1823.
La Gasca, siempre español, siempre libre, siempre amante del bien e independencia de su Patria, desempeñó cumplidamente su alta misión y arrostró todos los compromisos de aquel Congreso, que lucho con circunstancias invencibles y sucumbió a un conjunto de perfidias, desafecciones y violencias de que hay pocos ejemplos en la Historia.
En consecuencia pasó a Sevilla llevando consigo sus libros, su herbario y sus preciosos manuscritos, entre otros, los de la "Flora española", que estaba ya en disposición de darse a la Prensa y dejó en poder de su amigo Clemente los manuscritos y ejemplares relativos a la Ceres, en la que trabajaban juntos. Hizo el viaje herborizando, bien ajeno de la suerte que le esperaba en Sevilla, pues todos los intervalos que le dejaron las arduas tareas de la legislatura, las ocupó, entonces como ahora, en el examen de los vegetales, en cuyo estudio encontró el medio de mitigar los disgustos ajenos a la nueva carrera y de controlar su inocente ánimo afligido por las infamias y maldades de los hombres. Son bien sabidos los horrorosos sucesos del día 13 de junio de 1823 en Sevilla: un populacho desenfrenado y atizado por el fanatismo religioso y político se entregó a todos los excesos y arrojó a las llamas o sumergió en el río los equipajes de los diputados y empleados del Gobierno, que se dirigían precipitadamente a Cádiz como al último baluarte constitucional. Entre estos equipajes se hallaba el de La Gasca y casi toda su biblioteca y herbario, que pesaba unas 317 libras y una buena parte de este peso pertenecía a la flora, todo quedó consumido en aquel mar de fuego perdiéndose sin recurso un tesoro de la ciencia, se perdieron los materiales de la gran obra, fruto de 30 años de trabajo y observaciones.
Una masa feroz que en medio de los mayores desórdenes mezclaba con sus alaridos el grito horrible de "muera la nación", ¿ podía representar un bello monumento de gloria y utilidad nacional? La Gasca perdió su tesoro y no se sabe como no perdió la vida. Hasta el último instante de su existencia expresó siempre el sentimiento que le causó tan irreparable pérdida; sólo el que tenga el entusiasmo botánico de La Gasca es capaz de conocer, más nunca expresar la intensidad de su dolor. Oigamos con que calma estoica habla de tamaña desgracia. "Sevilla es el sepulcro de varias producciones útiles de Ciencias Naturales. Allí perdió Clemente el resultado de su viaje por la Serranía de Ronda y de sus observaciones hechas en el Reino de Sevilla en 1807, 1808 y 1809; allí perdió también ricas colecciones, acopiadas entre las balas de los patriotas, el ilustre barón Bory de Saint-Vincent, coronel del Ejército francés; allí se sepultaron para siempre lo más selecto de mi herbario y biblioteca; y lo que es más, todos mis manuscritos, fruto de 30 años de observaciones a excepción de lo concerniente a la Ceres española que todo íntegro quedó en poder de Clemente".
Esto escribía La Gasca en 1827 ignorando haberse salvado del fuego algunos paquetes de plantas que compró en una almoneda de Sevilla el Excmo. Señor duque de la Ahumada, cuando se hallaba de Capitán General de Andalucía y devolvió a nuestro botánico después de su regreso, habiéndole visto entusiasmarse con dichas adquisiciones como si hubiese recobrado un hijo querido y llorado ya por muerto. Pero ¡Qué contraste entre lo poco que recobraba y el gran tesoro que había perdido! ¡ Qué fatalidad, señores, presidió sobre aquella rica y suntuosa capital, cuna de tantos españoles sabios y célebres bajo todos los conceptos!