lunes, 21 de junio de 2010

Cuadernos 113 Elogio de Lagasca

Serbal o "azarollo" cuyo fruto, la azarolla, cuando está verde es muy astringente.
*
ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
*
1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y UNO
Es público, señores, que antes de la enfermedad de Fernando VII, se mitigaron mucho algunas veces los rigores del Gobierno absoluto, que varios españoles respetables pudieron regresar a su país y verse repuestos en sus destinos, en los que sirvieron a la España como era de esperar de su ilustración y patriotismo. No dudo que La-Gasca hubiera sido uno de estos, si no se hubiese hallado comprendido en aquella categoría que hasta quedó exceptuada en los primeros actos de clemencia y de justicia de Cristina. Más al fin llegó la época de la reparación. La-Gasca fue entonces comisionado por la Reina Gobernadora para procurarse plantas y semillas para los Jardines Reales y que con este motivo se trasladó de Jersey a Londres en agosto de 1834, en donde se las procuró fácilmente y se despidió con la mayor cordialidad de sus sabios y generosos protectores. Pasó enseguida a París para reunirse con su familia, visitó los establecimientos de la populosa capital del continente y logró conocer personalmente a varios de sus sabios corresponsales que lo recibieron con los brazos abiertos y rivalizaron con los botánicos insulares en manifestarle su aprecio, no menos que los de Lión, Aviñón y Montpelier, en cuyos puntos se detuvo algunos días. Por fin pisó en Cataluña por primera vez el suelo patrio del que había sido lanzado por el lado opuesto, once años antes, y entró en esta ciudad a últimos del año 1834. Uno de nuestros consocios, el doctor don Mariano de la Paz Graells lo recibió al aparcarse la diligencia y lo conoció en vista de un gran manojo de plantas que tenía en la mano y había recogido en el camino. Al oír pronunciar su nombre por un joven, no dejó de sorprenderse, pero luego lo abrazó tiernamente y se dejó conducir por él a la habitación común de Graells padre, y el doctor Félix Janer, en la que tuvo el hospedaje que correspondía a su antigua amistad. Alrededor de un mes permaneció en Barcelona, ocupándose en herborizador de los contornos y examinar el herbario del Museo de Salvador. Allí pasó muchos días desde el principio de la mañana hasta la noche, sin acordarse de nada no atender a su edad avanzada y quebrantada su salud, ni hacer caso del rigor de la estación, a pesar de las insinuaciones de sus amigos, como si hubiese vuelto a sus primeros años. La memoria de los ilustres farmacéuticos y esclarecidos botánicos Jaime y Juan Salvador, amigos del insigne Tournefort, y honor de la Facultad y de España en los siglos XVII y XVIII, le llenaba de un religioso respeto. Apenas pudo recorrer con toda detención más que sus favoritas crucíferas del herbario y se pronunció en términos muy fuertes contra el atentado que decía haber cometido Pourret de enmendar los nombres propuestos por los dos famosos fundadores del Museo para adaptarlos a la nomenclatura linneana. ¡ Tal era su delicadeza es respetar los derechos de todos los botánicos y tal su pasión por el honor y lustre de los españoles! Llegado a Madrid después de unos doce años de ausencia del jardín de sus delicias, se encargó de la enseñanza con el más vivo entusiasmo para utilizar, en bien de su patria, su prodigioso saber y dilatada experiencia. Mas ¡Ay! su satisfacción fue muy efímera, pues sus achaques se agravaron con los disgustos que no podía esperar después de pruebas tan relevantes. Pronto los gobernantes, y casi todos los españoles, se vieron ocupados con el horroroso desencadenamiento de pasiones y no se aprovecharon los frutos que su regreso podía haber producido. Enemigos envidiosos, que se veían pequeños a su lado, le suscitaron todo género de embarazos e injustas persecuciones. Las diligencias que practicó para reivindicar la Ceres española fueron inútiles, habiéndosele herido en lo más vivo de su corazón con la suposición que hizo de que no había tenido la menor parte en ella. En vano se produjo el testamento de Clemente, que cuando llegó al Gobierno todos sus manuscritos y producciones, expresaba con claridad lo que debía volverse a La-Gasca por ser propiedad suya. En vano se patentizó con el examen de los ejemplares la diferencia entre los de nuestro sabio y los de Clemente, por hallarse notados con sus respectivas letras y hasta estar envueltos en papel diferente; en vano se pusieron de manifiesto los catálogos de las siembras anuales y observaciones que formarían tomos enteros; en vano se justificó que las láminas dibujadas por sus discípulos, entre ellos por don Pascual Asensio, distinguido catedrático de Agricultura en el Jardín Botánico de Madrid y grabados por Boix, que existen en poder del Gobierno, habían sido compradas con diverso dinero de La-Gasca. Nada de esto bastó y no es de extrañar que en época de trastornos quedasen supeditadas por las intrigas, la razón y la justicia. He insistido en este punto, porque es uno de los títulos de las glorias de La-Gasca, que más se le ha querido disputar, y para lo que se ha invocado el testimonio de un difunto que creían no podría desmentir las falsas suposiciones. Hasta se apeló a la pequeñez de la diversidad de matiz político para desacreditarle. Esto no era nuevo para él; en otro tiempo se le había tachado de afrancesado, por que de veras protegió a Clemente, perseguido sin razón por el mismo motivo, a pesar de haberse fugado de Madrid en el apogeo del poder de José y de haber servido con tanto esmero en los ejércitos nacionales. En época menos lejana se le acusó de anarquista y revolucionario porque cumplió con entereza los deberes de representante del pueblo, sin embargo de que nadie más que él odiaba todo desorden. Últimamente fue presentado como… más apartemos la vista de este lamentable cuadro de las miserias humanas y desnudémonos de toda pasión en este momento, destinado a celebrar la gloriosa memoria de un sabio modesto y tolerante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario