lunes, 21 de junio de 2010

Cuadernos 117 Elogio de Lagasca

La primavera en Encinacorba.
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ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
TREINTA Y CINCO
Sin embargo, de un estado de debilidad que iba acrecentándose por momentos, aún buscó su consuelo en el estudio de los vegetales; recogió algunos por sí mismo, reunió otros que le proporcionaron, los tenía envueltos en papeles en su cuarto, los colocaba en el mirador del palacio episcopal para desecarlos, los examinaba con frecuencia, y hablaba de su objetivo favorito, siempre con entusiasmo. Entre todos sus admiradores se distinguió también en esta parte don Ignacio Graells, su íntimo amigo desde 1799, quien le enviaba con frecuencia plantas frescas desde Caldas de Monbuy, prestándole este servicio para consolarle en los últimos días de su vida. ¿Qué alegría, que satisfacción experimentó al ver por primera vez y en estado de completa fructificación, antes de morir, la Salvia officinalis de Linneo? En vano la había buscado por espacio de más de 40 años; la había visto, en verdad, seca en el herbario del padre de la Botánica; había visto y clasificado muchas especies, ya indígenas, ya exóticas de este precioso género; había denominado Salvia hispanorum a la especie representada por Cluisio bajo el nombre de Salvia cretica angustifolia, no distinguida por Linneo, abundantísima en Extremadura, las dos Castillas, Aragón, etc., y llamada vulgarmente salvia fina, salvia del Moncayo; pero vio por primera vez en momentos tan críticos para su vida, la especie officinalis L., que crece espontánea en Cataluña y se cultiva en sus jardines. No es posible expresar con qué afán se dirigió a los conocidos para que le procurasen todas las especies y variedades de salvias naturales del país o cultivadas en la ciudad, y yo tuve el gusto de proporcionarle ejemplares del Jardín del Colegio de Farmacia. Pocos días antes de su fallecimiento, cuando ya no podía casi tenerse en pie, le vi como se esforzaba, sin embargo, para coger del suelo del mirador los paquetes de sus plantas; pero yo me anticipé, puse dichos paquetes sobre una mesa, en frente de la que él se sentó, y vi animarse su rostro cadavérico, al revolver los pliegos del papel, mostrarme algunas de sus queridas gramíneas, y explicarme las diferencias entre las salvias que tenía recogidas.

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